(Libertad Digital) La conclusión a la que llega Zaplana tras el 1-N es que "el mensaje de los ciudadanos ha sido claro: después de tres años anunciando los nuevos tiempos que traerá el Estatuto, todo sigue igual o incluso peor". De las urnas, sostiene, ha salido "incertidumbre" e "indefinición" y no pasa por alto que el 43 por ciento de los ciudadanos de Cataluña han estado "al margen" en estas elecciones.
Tras un primer análisis global, Zaplana sostiene que los resultados para el Partido Popular "han sido los que se esperaban y, por tanto, caben interpretaciones en un doble sentido". No deja pasar la oportunidad para destacar que es "moralmente obligado reconocer el ejemplo de coraje cívico y democrático que han demostrado durante toda la campaña nuestros militantes y simpatizantes en Cataluña". Su "ejemplaridad" ante la violencia y el hostigamiento "es la prueba de que tenemos un gran partido y que nada nos arredra".
También hay lugar para la crítica en el artículo que publica este viernes en El Mundo. "No cabe duda de que el PP debe hacer en Cataluña una medida reflexión sobre los pasos a seguir de ahora en adelante para que nuestras ideas acerca de la Cataluña plural y el grave perjuicio que ha supuesto el Estatuto, tengan un apoyo mayor". El objetivo del partido, recuerda Zaplana, es que "lograr que cale nuestro discurso basado en las personas y no en los colectivos".
También hay reproches para el resto de partidos porque "en estos comicios no se han confrontado programas, propuestas y soluciones a los problemas reales de los ciudadanos, sino que se han evaluado las actitudes de cada grupo político ante la propia reforma del Estatuto, elevado a la categoría de tótem al que todo se rinde y subordina". Y repasa algunos de los calificativos que más se han oído durante la campaña. "Ahora son reaccionarios —dicen algunos— los que no apoyan la desarticulación del Estado como garante de la solidaridad entre las regiones ricas y las menos ricas. Y en cambio se etiquetan de progresistas a los que sancionan la institucionalización por ley de las desigualdades entre personas y territorios".
Y denuncia que frente a los modernos, que "defienden el intrusismo de los poderes públicos en la esfera privada de las personas", están a los que se tacha de conservadores por exigir "el máximo respeto del poder político hacia el espacio de las decisiones personales, tales como el que los niños puedan aprender en el colegio en el idioma oficial que elijan ellos o sus padres, o que los comerciantes y los hosteleros puedan escribir los anuncios o carteles de su establecimiento en el idioma que crean más oportuno".
Concluye Zaplana que "estos nuevos y extravagantes posicionamientos políticos son insólitos en el resto de Europa. Si aplicáramos en la Unión las varas de medir empleadas hoy en España para juzgar posturas políticas, la mayor parte de los europeos sería reaccionaria, extremista, radical y provocadora. Por la sencilla razón de que la inmensa mayoría de los europeos, sean izquierdistas, liberales o conservadores, apuestan en sus respectivos países por un Estado sólido y viable, no por un Estado residual e inviable".