STANFORD, ESCUCHA por V. Gago
Más de un millón de personas en la última manifestación convocada por la Iglesia Católica en defensa de la libertad de las familias. Millones más en las lideradas por el movimiento de las víctimas del terrorismo. Internet es el arma clave en la batalla de la libertad contra el despotismo y de la verdad contra la mentira. Ya no hay santuarios institucionales o mediáticos para los políticos; mucho menos, para los demagogos, los arbitrarios o los que defienden proyectos de exclusión étnica y mental como el nacionalismo liberticida vasco.
La censura por El País de un blog en el que se criticaba al partido del Gobierno y se aplaudía la decisión de Mariano Rajoy de no incluir a Alberto Ruiz-Gallardón en la candidatura del PP es un coletazo patético de un dinosaurio herido. Bastó que los censores y comisarios políticos de guardia cometiesen este error, el pasado viernes, para que la noticia corriera como la pólvora por la blogosfera y el comentario censurado se convirtiese en el contenido más leído en Libertad Digital el pasado sábado 19 de enero.
La apelación a las autoridades de Stanford para que revisen el acto de Ibarretxe, bien retirándolo, bien incluyendo un punto de vista capaz de desmontar la manipulación nacionalista de lo que llaman "el conflicto vasco", indica otras dos cualidades del emergente civismo: primero, que desvela la debilidad del Gobierno –por no hablar de su inutilidad o, algo peor, su complicidad con los enemigos de la Constitución– para responder a algunos desafíos fundamentales; segundo, que sólo una universidad preocupada por su reputación, como la de Stanford –o en general, cualquier otra en el competitivo sistema de la enseñanza superior norteamericano–, puede ser sensible a la presión de la sociedad civil sobre la calidad y el rigor de sus propuestas académicas y culturales. En el despacho de un rector español, un manifiesto como éste, o un envío masivo de correos electrónicos protestando por algo, iría directamente a la papelera.
En 2003, a propósito de una conferencia de Marcelo Otamendi, director de Egunkaria y colaborador de ETA –según el juez Juan del Olmo– en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, contábamos en este diario que la presencia de elementos como éste no es un hecho aislado en las universidades públicas españolas.
El auténtico enemigo, decíamos, es la mentalidad que hoy se forja en las aulas y en los medios. Esa mentalidad es básicamente una forma de odio: hacia todo lo que huela a Occidente –libertad individual, capitalismo, Derecho,...– y por todo lo que recuerde a España. Está metida hasta el tuétano de la burocracia, los servicios educativos y la Prensa, y es el contexto de que Otamenti y su batahola de liberados sindicales no sólo se paseasen por las tribunas universitarias, sino que fuesen recibidos bajo palio por asociaciones de periodistas.
En España, hoy, sería un esfuerzo inútil y melancólico intentar convencer de nada verdadero y decente al profesorado y a la Prensa, porque los mismos que llamaron asesino a Aznar, en las aulas y en las portadas, los mismos que callaron cuando se descubrieron las fosas comunes cavadas por el Baas de Saddam Hussein, o ante el encarcelamiento de Raúl Rivero en Cuba, arropaban al mismo tiempo, como a un héroe de la libertad, a un sicario intelectual puesto a dedo por ETA.
Si hay esperanza para la acuciante sed de libertad de una parte de la sociedad española, la más lúcida, esa esperanza está en que sea capaz de hacer oír fuera de España los ataques a la libertad que le inflige dentro ese adalid del republicanismo cívico llamado José Luis Rodríguez Zapatero.
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