Si Trillo tuviese, mejor si hubiera tenido, honor y vergüenza no estarían condenados sus militares. Los militares tienen la obligación de la obediencia al político pero, en justa correspondencia, el político debe dar la cara por el militar porque, entre otras cosas, al político nunca le va a pasar nada; ahí esta el asunto Thacher: "Yo apreté el gatillo". Aún en el improbable caso de no haberlo dicho, Trillo, mintiendo, debió decir: "Yo mandé que los trajeran inmediatamente". Ahora el militar debe asumir la vergüenza y el deshonor que no le pertenece. Pero también los militares se lo están ganando, acordémonos del general Mena, que cinco minutos antes de jubiliarse y en un acto de intrépido heroismo se atrevió a leer en público el artículo segundo de la Constitución Española de 1.978. Vivimos en una España de cobardes. En fin.