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INTERVENCIÓN ÍNTEGRA DE AZNAR

Por su ínterés, reproducimos íntegra la intervención de José María Aznar en la presentación del libro España en primer plano. Ocho años de política exterior, de Alejandro Muñoz Alonso.

Veo muchas caras conocidas hoy aquí. Muchas gracias a todos por vuestra presencia.  Y gracias a todos los que no he nombrado y que habéis encontrado tiempo para acompañarnos esta tarde en la presentación de este libro de nuestro buen amigo, Alejandro Muñoz-Alonso.
 
Y muchas gracias, sobre todo, al autor. Me alegro mucho de que nos veamos hoy todos aquí porque la tarea que relata “España en primer plano”, el nuevo libro de Alejandro, fue un trabajo que impulsamos entre todos. Una labor que tenía como objetivo primordial mejorar España cuando el  Partido Popular obtuvo de los ciudadanos la confianza para dirigir el Gobierno de la nación. Una tarea de la que, sinceramente, estoy profundamente orgulloso porque creo que tuvo éxito. Un éxito que no fue del Gobierno, ni del Partido Popular, sino de toda la sociedad española.
 
Como Gobierno de la nación, quisimos contribuir a hacer de España una de las mejores democracias del mundo. Esto es lo que cuenta el libro. Y creo que logramos que España pasara al primer plano de la escena internacional. Que España contara, que España fuera una referencia importante en el plano internacional, una voz escuchada y respetada por las principales democracias del mundo. Creo que logramos que España fuera escuchada y respetada por nuestros socios y aliados. Conseguimos que España fuera considerada un aliado leal, un país amigo del que uno se podía fiar. Logramos asimismo que España fuera tomada en serio por los que ni son socios ni son aliados; y también por los que no respetan ni la democracia ni las reglas del derecho internacional.
 
He pasado muy buenos ratos leyendo “España en primer plano”. Puedo recomendarlo porque es un buen libro, sólido y bien documentado. Me ha acompañado en varios trayectos de mis muchos viajes. Me ha traído a la memoria muchos detalles que ya casi ni recordaba. Y me he reafirmado, aun más si cabe, en la convicción de que España, esta gran Nación nuestra que es España, merece estar en el primer plano de la política internacional. Lo merece por nuestra Historia, por nuestro peso económico, por nuestros intereses nacionales, por el dinamismo de la sociedad española. Lo exige también nuestra situación geográfica.
 
Creo, además, que el regreso de España al primer plano de la escena internacional es la consecuencia lógica del gran éxito histórico que ha sido la Transición a la democracia. Pero, sobre todo, España merece y necesita estar en el primer plano de la política internacional si quiere apostar por su futuro, por tener un gran futuro como país. Los españoles hemos demostrado que somos una nación valiente, pujante, trabajadora, emprendedora y capaz. Somos la nación más antigua de Europa, una de las grandes naciones europeas. Somos la patria que comparte su lengua común con cientos de millones de personas. Podemos enorgullecernos del legado de Cervantes, Velázquez, Goya, Picasso, Dalí… y de tantos otros. Somos la octava economía del mundo, el segundo mayor inversor del mundo en América Latina.
 
Esta gran nación que es España no puede jugar en segunda o tercera división. No merece quedar relegada a relaciones internacionales de “cumbres” menores, con interlocutores de segundo y de tercer rango, a los que, además, se presenta como los máximos mandatarios imaginables. España no merece quedar relegada de nuevo al rincón de los países que no cuentan, que no deciden, a los que nadie escucha. España no merece haber regresado de nuevo al club de los países irrelevantes, del que desgraciadamente hemos formado parte durante demasiado tiempo.
 
En la Transición, los españoles dijimos muy claro que queríamos que España fuera un país normal, decidimos ser una democracia homologada y homologable internacionalmente. No queríamos ser diferentes. Queríamos ser como los demás. Y, luego, como los mejores. Queríamos integrarnos, participar, y tener también la aspiración de decidir. Queríamos que la voz de los españoles se escuchara y contara lo mismo que la de los franceses, los británicos, los alemanes. Ni más, ni menos. Porque ser españoles no podía seguir siendo una excusa para mantener el micrófono apagado y dejar que hablara el siguiente. Decidimos apostar por ser lo que somos: europeos, iberoamericanos y atlánticos. En suma, por ser occidentales.
Queridos amigos,
 
La Transición fue el triunfo del deseo de convivir en libertad frente a la tentación del revanchismo, la radicalidad y la confrontación. No ocurrió por casualidad. Como dijo Julián Marías, “los españoles dejamos de preguntarnos qué nos va a pasar y empezamos a preguntarnos qué podemos hacer juntos”. Hoy, desgraciadamente, los españoles se preguntan de nuevo qué nos va a pasar en vez de preguntarse qué podemos hacer juntos. Hoy, que vivimos tiempos de deslealtades, esa gran operación de integración con lealtad que fue la Transición cobra una especial relevancia y actualidad. Decidimos construir nuestro futuro sobre la base de la continuidad histórica de la nación española, y hacerlo con la decisión leal de que eso no debía ser cuestionado por nadie. Sin esa continuidad histórica, sin la pervivencia de nuestra nación, no habrá un futuro de libertad, estabilidad y prosperidad para los españoles.
 
No sería leal con mi conciencia si no expusiera mi máxima preocupación por los acontecimientos que hoy se están viviendo en España. Si no expusiera mi preocupación por la amenaza secesionista, por la quiebra del Estado, por la fragmentación del sentido nacional. En definitiva, porque estamos viviendo una gran crisis nacional.
Queridos amigos,
 
Desde el comienzo de la Transición, tuvimos la inmensa suerte de que la Corona, símbolo de la unidad de la nación, se pusiera al frente de este gran proyecto de cambio para que España recuperara la libertad y un lugar preeminente en el mundo.
 
Hoy vemos cómo se ataca interesadamente a la Monarquía de todos y cómo, en otro alarde de frivolidad, se inhiben quienes tienen el deber constitucional de defenderla. Hoy vemos cómo los quieren acabar con España han decidido acabar primero con todos sus símbolos. Y vemos cómo quienes debían defenderlos, porque es su primera obligación, ofrecen diálogo y comprensión a secesionistas de toda índole y condición. En estos días, sobran los motivos para agradecer a su Majestad el Rey la tarea realizada durante estos años en pro de la convivencia en libertad de los españoles y de la proyección de España en el mundo.
 
Y sobran también motivos para desear, y para confiar en ello, que la Corona pueda seguir desempeñando en el futuro el mejor papel de garante de estabilidad, progreso y convivencia de la sociedad española. Estos años de éxito compartido demuestran, sin atisbo de duda, que a España le conviene la Monarquía Constitucional.
 
Queridos amigos,
 
Cuando los españoles nos confiaron la responsabilidad de gobernar España, lo primero que hicimos fue marcarnos un gran objetivo nacional: que España se incorporara desde el primer momento a la moneda única europea, al euro. Lo logramos entre todos, con el esfuerzo de todos los españoles.
Creíamos que España lo podía lograr y que los españoles merecían jugar en la primera división europea. Aunque algunos pretendan ahora contarnos otra historia, la economía española no cumplía, en 1996, ninguna de las condiciones necesarias para ingresar en el euro. Adaptar las maltrechas cuentas públicas que nos encontramos para cumplir las condiciones de ingreso en la moneda única europea fue lo primero que tuvimos que hacer.
 
Nos dejaron una economía que no cumplía ninguno de los requisitos de Maastricht: el déficit público era del 6,7% del PIB; la deuda pública, del 64% del PIB; los tipos de interés, del 15%. Dejaron facturas sin pagar en los cajones de los ministerios por importe de casi un 1% del PIB.
 
Dejaron algo más, esos que presumen de ser tan sociales: pusieron en gravísima amenaza las pensiones de nuestros mayores. El sistema de pensiones estaba en situación de suspensión de pagos en 1996, hasta el punto de que tuvimos que pedir un préstamo a la banca privada para poder pagar la pensión de diciembre. Recuerdo que la tasa de desempleo era del 23%. La tasa de paro de los jóvenes, del 50%; la tasa de paro femenina, del 35%. La catadura moral de los mismos que nos dejaron esa dramática situación económica es la que les permite hoy hablar de “despensas”.
 
Ellos recibieron una economía creciendo por encima del 3%, con superávit presupuestario, con mucha menos deuda pública, con cinco millones de empleos más, con una inflación del 2%, con tipos de interés del 2%, con superávit en la Seguridad Social y con una hucha de las pensiones llena de euros. Les dejamos una buena despensa. Ellos, en algunos ministerios, no es que dejaran la despensa vacía. Es que se llevaron hasta la despensa.
Esto los españoles lo saben. Saben, porque lo demostramos, que hay otra forma de hacer las cosas. Saben que es posible crecer y reducir el déficit y la deuda pública.  Saben que es posible bajar los impuestos. Comprobaron que es posible privatizar empresas, liberalizar la economía, eliminar monopolios y fomentar la competencia, y que así mejora la calidad de los servicios a la vez que se pueden reducir las tarifas y los precios.
 
Nosotros demostramos que la mejor política social es la creación de empleo, y que confiar en la responsabilidad de las personas da mejores resultados que la demagogia. Y gracias a esta política seria y respetable España recuperó el crédito en Europa y en el mundo. Porque siempre hay que recordar que no hay mejor política exterior que una buena política nacional, y ésta es la que impulsa la confianza, la unidad, la fortaleza, la cohesión y el progreso real.
 
Nosotros demostramos que cuando se da confianza a los españoles, la sociedad española responde. Pero cuando no se cree en la nación española, y no se tiene una política nacional, es imposible trazar una política exterior que sea algo más que la personificación de la nada.
 
Queridos amigos,
 
Nuestra política exterior arrancó con el gran objetivo de entrar en el euro. Y el euro es hoy el primer pilar que garantiza la fortaleza, la credibilidad, la confianza y la solvencia de la economía española en Europa y en el mundo. Entramos en el euro y dejamos de ser ese simpático país sureño que, en Europa, actuaba sólo de figurante.
 
Un ministro socialista resumía, con innegable gracejo, que la política exterior que él dirigía consistía en “hablar los quintos”. Después de oír las decisiones de los países grandes de la Unión, España adoptaba una posición equidistante y tibia.
 
Optaba por una política acomodaticia que algunos hoy añoran cuando ven a lo que hemos llegado. La actual, para sonrojo general, es una política exterior cuyos éxitos pueden medirse cronometrando el tiempo de los saludos protocolarios. Es lo que ocurre cuando en vez de pensar en los intereses de España se ocupa el tiempo en revolver en los cajones de la Historia –o, más  bien, en los cajones de algún despacho- en un intento de justificar injurias y calumnias. 
 
El resultado de todo eso es que en lugar de estar junto a las democracias más antiguas del mundo se está con los tiranos más viejos del planeta y con los que aspiran a seguir su camino.
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Sé que una de las cosas que algunos me critican es que diera tanta importancia a la política exterior. Se la di y se la doy porque creo en España, y porque está demostrado que los mejores momentos de la Historia de España se han producido cuando nuestra nación se ha comportado como un país abierto, con sólidos aliados, como un país en el que se podía confiar. Y con nosotros en el Gobierno, en España se podía confiar.
 
Esa apuesta de futuro, por ser una España previsible y fiable, arrancó en la Transición y se mantuvo en lo fundamental hasta 2004. Cuando llegamos al Gobierno, la posición de España en el mundo no sólo nos permitía estar, sino también nos permitía tener la ambición de avanzar y de contribuir a las decisiones.
 
Respondimos a esa ambición para que España pasara de ser testigo a ser actor; para que España fuera una referencia de cambio económico, para que España jugara en la primera división de Europa. Todo eso exige asumir responsabilidades internacionales. Las asumimos y España se situó en el mismo plano de decisión internacional que las principales democracias occidentales.  Y quiero decir que tengo una fundada convicción de que España recuperará muy pronto ese rumbo de nación seria y fiable con la victoria del Partido Popular en las próximas elecciones.
 
Nuestra apuesta fue muy clara. Teníamos, y tenemos, una idea de Europa cuyo norte es la libertad. Y creíamos que España debía defenderla con firmeza: en la economía, en la garantía de seguridad y justicia, y en el papel de Europa en el mundo.
 
Creíamos y creemos en una Europa para la que el fortalecimiento del vínculo trasatlántico ha sido, y sigue siendo, vital para nuestros intereses como país. El vínculo atlántico es importante para toda Europa, pero para España lo es muy especialmente.
 
Queridos amigos,
 
Cuando llegamos al Gobierno decidimos sacudirnos de encima ese victimismo que oculta el miedo a la apertura económica y a la competencia. Nosotros sabemos que son las economías abiertas las que hacen a las sociedades prósperas.
 
Decidimos también superar ese europeísmo hueco de declaraciones retóricas que buscan en la bandera de Europa lo que no se es capaz de reivindicar en la bandera de España, en nuestra bandera. Que buscan esconder bajo la bandera de Europa una injustificada falta de confianza en nuestro país.
Creemos en la apertura económica y en la competencia como motores de prosperidad y progreso real. Por eso fuimos promotores de la Agenda de Lisboa: para revitalizar la economía europea y para intentar convertir a Europa en la economía más próspera del mundo.
 
Queríamos una Europa de ciudadanos que pudieran disfrutar de su libertad con seguridad. Queríamos que los terroristas y todos los que les amparan fueran señalados y perseguidos, y dejaran de aprovecharse de las ventajas del espacio común europeo. Por eso impulsamos con toda determinación en muchos consejos europeos la creación de un verdadero espacio de Libertad, Seguridad y Justicia en Europa.
 
Porque creemos en la Europa de naciones democráticas defendimos el derecho de los países del Centro y del Este de Europa, que durante tantos años soportaron la opresión del totalitarismo comunista, a unirse al club de democracias libres que es la Unión Europea. Y a garantizar la seguridad de todos en el seno de la OTAN.
 
Por eso apostamos por la reunificación en libertad de Europa, uno de los acontecimientos de los que más satisfecho me siento. Es de justicia decir que tuvimos que vencer reticencias de quienes veían una amenaza para nuestro bienestar en lo que se ha demostrado que era una gran oportunidad de libertad y de progreso.
 
Queridos amigos,
 
Europa protagonizó innumerables espectáculos bochornosos durante el siglo XX, y también un puñado de memorables episodios épicos. Uno de los más gratificantes entre estos últimos fue el derribo del Muro de la Vergüenza. Aquella victoria de la libertad frente a la tiranía, del coraje frente a la opresión, de la democracia frente al comunismo nos obliga a todos, como europeos, como españoles y, sobre todo, como demócratas a estar muy alerta para plantar cara desde el primer momento a los enemigos de la libertad.
 
Esa determinación a favor de la libertad nos animó, nada más llegar al Gobierno, a integrarnos plenamente en la estructura militar de la Alianza Atlántica. No dejaba de ser chocante que fuéramos miembros de una alianza de naturaleza militar sin participar en su estructura militar. La OTAN, quiero decirlo muy claro, es una alianza de democracias conscientes de que la libertad exige constante vigilancia y voluntad de defenderla.
 
La geografía y la Historia cuentan. España no puede entenderse sin América. Uno de los grandes logros de la política exterior de la Transición fue hacer una apuesta decidida por Iberoamérica. Con ese legado, nuestra tarea consistió en defender para los países de Iberoamérica lo mismo que queremos para nosotros: un Estado de Derecho, una democracia liberal sólida, naciones de ciudadanos libres e iguales, apertura económica como motor de desarrollo, economía de libre mercado, libertad de prensa, justicia independiente; en definitiva, instituciones sólidas y creíbles.
 
Nuestra política hacia Iberoamérica tuvo tres focos: asentar la libertad y la democracia en todas sus naciones; promover la apertura de la región a la economía global porque ése es el mejor método de crear prosperidad, bienestar y luchar contra la pobreza; e impulsar una comunidad de naciones que es una fuente de oportunidades inmensas. También quisimos la libertad y la apertura para Cuba. El ejemplo más anacrónico del comunismo en el mundo pervive aún hoy en Cuba; un país que a todos los españoles nos es especialmente querido.
 
Los cubanos desean y merecen vivir en libertad. Espero y deseo que ese anhelo de libertad pueda llevarse adelante, y ver muy pronto una Transición hacia la democracia en Cuba. Los cubanos tienen el mismo derecho que nosotros a la democracia y a la libertad, tal como el formidable ejemplo de los disidentes nos muestra cada día. Frente a ese ejemplo de coraje, es muy triste ver cómo hoy el Gobierno de España simpatiza con los dictadores e ignora a los disidentes. Cuando Cuba recupere muy pronto su libertad, que la recuperará, habrá algunos a los que los cubanos no les deberán nada.
Es un insulto a todos los que han luchado por la libertad que en el día de la Fiesta Nacional española la embajada de España en Cuba no invite a los disidentes. Es un insulto que produce sonrojo. Cuba, estoy seguro, recuperará muy pronto la libertad. Y entonces nada les deberá a algunos.
 
Queridos amigos,
 
Porque la Geografía y la Historia cuentan quisimos hacer la política más responsable hacia el Magreb. Una política basada en el respeto mutuo y en la reciprocidad. Logramos mantener, pese a desencuentros que nadie puede negar, una relación de cooperación con nuestros vecinos del sur. Y ésa era la mejor política para lograr la estabilidad y el progreso de la zona, basándonos en la legalidad internacional. Esta política se había mantenido desde la Transición.
 
Hoy vemos que el cambio en la tradicional posición española sobre el Sahara está alimentando la inestabilidad en la región. Y vemos cómo el mismo que se jactó de que iba a resolver en seis meses el problema del Sahara, no sólo asiste a su fracaso sino que incumple con la responsabilidad histórica de España contraída con el pueblo saharaui.
 
Queridos amigos,
 
Debo reconocer que ni yo, ni los Gobiernos que tuve el honor de presidir, ni el partido político del que soy un disciplinado militante, tuvimos nunca esa curiosa habilidad malabar que permite defender a la vez una cosa y la contraria.
Esa supuesta habilidad que permite, por ejemplo, oponerse primero -frontal y demagógicamente- a la decisión del Gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo para que España se integrara en la OTAN; pasar justo después a enarbolar la pancarta de “OTAN, de entrada, no”; defender luego que el mejor interés de España era quedarse en la OTAN, pero quedarse con un pie fuera, y culminar el número de equilibrista circense con uno de sus más relevantes ex ministros ascendido a secretario general de la OTAN.
 
Por cierto, ése fue el secretario general de la OTAN que ordenó el bombardeo de Belgrado. Cumplió con la responsabilidad que le fue asignada, y su partido entonces, eludiendo en aquel momento la demagogia a la que nos tienen acostumbrados, le apoyó, incluyendo quien hoy ocupa otra secretaría general, la del partido que ambos comparten, que apoyó aquel bombardeo. Y eso que -por cierto- aquel fue un bombardeo realizado sin el mandato explícito y previo de la ONU que –también por cierto- poco después se reclamaría como imprescindible para cualquier intervención internacional.
 
No. Nosotros no somos manipuladores de la política. Sólo somos gente previsible, con principios sólidos y convicciones. Defendimos, nada más llegar al Gobierno, la plena integración de España en la estructura militar de la OTAN; buscamos –y logramos- una estrecha relación de amistad y cooperación con los Estados Unidos, tanto durante el mandato de Bill Clinton como durante el mandato de George Bush.
 
Admito que una de mis convicciones más firmes –avalada por los hechos, además- es que el terrorismo es hoy la principal amenaza a la libertad en el mundo. Humildemente, pero con toda determinación, pedimos ayuda y comprensión a nuestros socios y aliados para hacer frente a la lacra del terrorismo que sufrimos en España desde hace tantos años. Y con la misma humildad, y con la misma determinación, aceptamos la responsabilidad de ayudar a nuestros socios y aliados cuando nos pidieron apoyo en la lucha contra el terrorismo global.
 
Sé que hay otras formas de hacer política. Por ejemplo, se puede –para asombro general del mundo- decir que para luchar contra el terrorismo no hay nada tan eficaz como la igualdad de género. Y decir algo así justo antes de comparecer, nada menos, que ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Desde luego, el asombro general del mundo se logra. También se puede, por ejemplo, ser un candidato a presidente del Gobierno que dijo solemnemente a principios de 2004 que si no se aprobaba antes del verano una resolución de la ONU amparando la presencia de tropas en Irak, él retiraría esas tropas.  Se puede, justo al ser elegido, olvidar esa condición auto impuesta para la retirada y, al comprobar que esa resolución estaba a punto de ser aprobada, ordenar salir a nuestros soldados a toda velocidad, casi en huida, antes incluso de que los nuevos ministros juren sus cargos. Se puede viajar luego a Túnez para recomendar hacer lo mismo a todos los aliados de un país amigo, y dejarle solo y vulnerable ante el terrorismo.
 
Y se puede, en un “no va más” de la manipulación política, votar en junio, es decir, antes del verano, en el Consejo de Seguridad de la ONU, a favor de esa resolución que no sólo ampara la presencia de tropas para estabilizar Irak sino que, además, pide a todos los países el máximo esfuerzo para ayudar a la democratización y a la seguridad de ese país. A todos los países menos al propio, faltaría más. El colofón de juegos malabares tan sofisticados es que, después, las únicas referencias internacionales que pueden mostrarse son caducas dictaduras o dirigentes populistas con tics totalitarios.
 
Al final, son España y su prestigio quienes pagan los platos rotos. El coste de demostrar que se es cualquier cosa menos previsible lo han sufrido todos los españoles. La proclamada vuelta al corazón de Europa, ya como miembros del euro, se ha traducido, entre otras cosas, en la pérdida de fondos estructurales para España. España ha perdido 40.000 millones de euros, que se dice pronto. Quien negoció los fondos europeos 2007-2013 perdió el 90% de lo que nosotros conseguimos en Berlín. Se ha perdido el equivalente a toda la inversión en infraestructuras del Estado en toda España durante cuatro años.
 
Un “brillantísimo resultado”, sin duda, del que igual hasta se sienten “muy orgullosos”. Lo “mejor” de todo, entre comillas, es que ese dinero no ha ido a parar a los países pobres de la Unión. No. Se lo han ahorrado los más ricos.  
Todo el mundo sabe que negociar en Europa es un ejercicio duro, que cuesta horas, que no es especialmente agradable. Pero merece la pena cuando se tienen claros los intereses nacionales. Pero cuando esto no ocurre, vemos cómo se anulan cumbres con Alemania -nada menos que con Alemania- porque no se tiene de qué hablar. O con Polonia… porque se está muy cansado.
 
Queridos amigos,
 
He de reconocer que nosotros no ofrecemos tanto espectáculo. Somos previsibles. Defendemos valores como el trabajo duro, el esfuerzo, el mérito, la iniciativa, la capacidad y la responsabilidad individual. Como políticos, decimos lo que queremos hacer y, como tenemos palabra, cumplimos. Lo admito, con nosotros son difíciles las aventuras locas y muy fáciles las certezas.
 
Queríamos tener voz propia en Europa y la tuvimos. Defendíamos el atlantismo y fuimos consecuentes. Estábamos comprometidos en la lucha contra el terrorismo y actuamos en consecuencia. Queríamos abrir la economía española al mundo, y España es ya (o aún sigue siendo) la octava potencia económica del mundo. Ofrecimos nuestra ayuda a todos los países de Iberoamérica para convencer al mundo de que son parte de Occidente -que no deben ser tratados como algo exótico o excéntrico- y lo cumplimos.
 
Queridos amigos,
 
Alejandro Muñoz-Alonso nos cuenta en su libro, con el detalle y la minuciosidad del profesor universitario que es, lo que hicimos y cómo lo hicimos.  Ahora queda lo más difícil, y esto ya no lo cuenta Alejandro en su libro. Queda recomponer los platos rotos, recuperar la confianza de nuestros aliados, volver a ser ante el mundo un país del que uno se puede fiar. Queda recuperar, también en política exterior, la senda que España tomó con la Transición y que se ha quebrado por la irresponsabilidad de los actuales gobernantes.
 
Los españoles saben para esa difícil tarea de volver a poner a España en primer plano pueden contar con Mariano Rajoy y con el Partido Popular. Ésta es la condición necesaria y está ya al alcance de la mano. Pero no será suficiente. Porque un país serio es el que mantiene una política exterior coherente y sostenida en el tiempo. Y para eso se necesita un Partido Socialista que vuelva a creer en España y a defender sus intereses como la gran nación que es.
Defender esta gran nación que es España era, y es, nuestra ambición. Si nos quieren criticar, que nos critiquen. Aunque mejor sería que lo hagan por otras cosas, y no por intentar convertir a España en una de las mejores democracias del mundo.
 
Muchas gracias.
 

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