Soy un liberal convencido de haber elegido la ideología correcta. Y cada día que pasa, lo estoy todavía más. Por eso entenderán que pocos premios pueden complacerme tanto como el que hoy se me concede. Una distinción que está asociada a la evocación de la primera Constitución de España. Y que otorga este Club Liberal de Cádiz, que desde hace años se esfuerza por mantener vivas la tradición y el espíritu del liberalismo en la ciudad que lo vio nacer.
La doctrina liberal ha inspirado lo mejor que he hecho en mi vida política desde que, siendo todavía un joven estudiante universitario, me incorporé a la Federación de Partidos Demócratas y Liberales. En ella tuve como modelos, como maestros, a aquellos grandes de la política liberal que fueron Joaquín Garrigues Walker, y, en Valencia, Joaquín Muñoz Peirats, a quienes hoy quisiera evocar y dedicar este premio. Pero además de la satisfacción que por motivos personales me supone estar hoy aquí, no puedo sin embargo ignorar el contexto actual en que nos encontramos. Un contexto que confiere a este acto una trascendencia muy especial. Nuestro homenaje a la Constitución de 1812 constituye una excelente oportunidad para volver a expresar nuestra más firme adhesión y lealtad a la Constitución de 1978. Una ocasión para reivindicar el espíritu constitucional cuando, por razones ajenas a la voluntad de la inmensa mayoría de los españoles, se ha abierto un proceso de revisión de nuestro modelo de convivencia cuyas últimas consecuencias aún desconocemos.
Los españoles celebramos mañana un nuevo aniversario de nuestra primera Constitución, la entrañable "Pepa". La Constitución de 1812 tuvo un impacto decisivo no sólo en nuestra historia y desarrollo político, sino también en los de muchos otros países europeos y latinoamericanos, que se inspiraron en ella. Y se entiende que lo hicieran. La Pepa proclamó por primera vez la soberanía nacional. Reconoció por primera vez los derechos individuales de las personas. Y limitó, también por vez primera, el poder absoluto del Rey. Todo ello en condiciones sumamente difíciles, cuando acechaban las tropas invasoras. Y, lo que es todavía más reseñable y meritorio, en un ambiente de unidad y concordia, por encima de los enfrentamientos y las diferencias partidistas.
La Constitución de 1812 es fruto de un equilibrio entre las posiciones reformistas ilustradas de, entre otros, Gaspar de Jovellanos, y las posturas avanzadas defendidas por Argüelles y Ranz Romanillos. Es, pues, un Constitución de equilibrio, de consenso. Como también lo es la que hoy es nuestra Constitución. Y pensando en el presente, es evidente que los principios liberales que inspiraron la Constitución de 1812 siguen hoy plenamente vigente. Un brevísimo repaso a dichos principios basta para demostrarlo:
En primer lugar, el liberalismo preconiza la libertad del individuo como el valor más importante a ser preservado. Confía en el ser humano, en su poder creativo y en su capacidad para conducir libremente su vida.
Lo explicaré con palabras de Joaquín Garrigues: “En el triángulo que forman la persona, la sociedad y el Estado, los liberales damos prioridad a la persona." "El liberal quiere que se respete a la persona individual y sólo pone como condición y límite que no se invada la esfera de las libertades de otros individuos". "Porque los individuos que actúan a impulso de su libre iniciativa son siempre capaces de crear nuevas formas de vida, nuevas ilusiones y esperanzas de otros horizontes”.
En segundo lugar, y precisamente para garantizar la libertad individual, el liberalismo es contrario al ejercicio abusivo del poder político y a la invasión del Estado en el ámbito privada. Por ello, se empeñó en la división de poderes. Y por ello, insiste en la independencia de las instituciones en el ejercicio de sus funciones. En tercer lugar, el liberalismo defiende la igualdad de oportunidades para todos los individuos. Porque los hombres, como dijo Locke, nacen libres pero también iguales. Iguales ante el Estado. Iguales ante la Ley. El liberalismo aspira, asimismo, a una sociedad pluralista, en la que el individuo pueda escoger entre el mayor número de opciones posibles. Tanto en los ámbitos económico, profesional y cultural, como en el educativo o religioso.
Finalmente, el liberalismo confía, como insistiera Hayek, en la fuerza creativa de una sociedad libre. Entiende que el desarrollo económico es fruto del espíritu emprendedor de los hombres y de las mujeres. Y rechaza por tanto la injerencia del poder político en la actividad económica. Existe, según el liberalismo, una ley inversamente proporcional: cuanto menos intervención estatal, mayor prosperidad económica. Prueba de ello es el estrepitoso fracaso de los regímenes de economía planificada de cualquier signo en todos los rincones del mundo. Tanto de tipo fascista como comunista, populista o fuertemente socialdemócrata. Tales sistemas han demostrado que son incapaces de promover el crecimiento económico. Son culpables del subdesarrollo de continentes enteros como Africa y de la parálisis que aqueja a otros como Latinoamérica.
Estos cinco pilares del liberalismo, como hemos dicho, siguen estando de plena actualidad. Los retos a los que hemos de dar respuesta serán distintos, y los problemas concretos que se planteen también. Pero la doctrina liberal sigue proporcionándonos la mejor orientación para afrontarlos. Es la base de las sociedades avanzadas y modernas. Y desborda las rígidas fronteras de las ideologías clásicas. Es por ello que, el Partido Popular, que se ha querido guiar por los principios liberales, se siente más cerca de los reformistas que gobiernan en el Reino Unido y tan lejos de otros líderes europeos, teóricamente más próximos, que ejercen el puro populismo oportunista.
La acción de gobierno no es fácil, y los errores o los desaciertos siempre te acompañan. Sin embargo, lo importante es la intención, la dirección que se intenta marcar. En el caso del Partido Popular ha sido hacia el progreso y la modernidad, que son metas del pensamiento liberal. Por ello, hemos garantizado la división de poderes, devolviendo por ejemplo a los Jueces y Magistrados su participación en la elección del Consejo General del Poder Judicial. Por eso extirpamos la lacra de la corrupción, que dejó de ocupar un primer plano en las preocupaciones de los ciudadanos. Y por eso defendemos la libertad de las personas en todos los sentidos. En contra del terrorismo, que es el mayor enemigo de la libertad. En contra de quienes pretenden imponer un monopolio cultural y lingüístico de carácter nacionalista o excluyente. A favor del derecho de los padres a elegir libremente el modelo de educación que desean para sus hijos. A favor de la libertad religiosa, en un marco de tolerancia y pluralismo, sin ataques a nadie ni cruzadas de ningún signo. A favor de la sociedad civil, a la que hemos intentado potenciar en todos los ámbitos. Fomentando su participación en la prestación de servicios públicos, como la educación o la sanidad. Apoyando a los emprendedores y la liberalización de los sectores estratégicos, como ejes fundamentales de nuestra política económica. Dirigiendo toda nuestra acción política hacia alcanzar el objetivo prioritario de alcanzar el pleno empleo. Una meta de la que apenas se habla ya en España desde la victoria socialista. Intentando garantizar por todos los medios posibles la igualdad de oportunidades. Impulsando especialmente la incorporación al mercado de trabajo de quienes, en el pasado, no había gozado de tales oportunidades. Como las mujeres, a quienes ayudamos a conciliar la vida familiar y laboral. O las personas aquejadas de discapacidades, cuya aportación al mercado de trabajo fomentamos mediante fórmulas diversas, entre ellas los enclaves laborales.
Estas líneas de acción política explican los excelentes resultados alcanzados durante la etapa de Gobierno del Partido Popular en el ámbito de la creación de empleo. Resultados que contrastan de modo neto con los obtenidos por gobiernos de otras orientaciones ideológicas. Y en este sentido hay que decir que la llegada del Gobierno socialista al poder ha frenado en seco el gran proyecto liberal que puso en marcha el Partido Popular. A un año de dicho acontecimiento, podemos ya hacer balance del Gobierno de Rodríguez Zapatero, que en mi opinión puede resumirse en cuatro palabras o ideas. Todas ellas en las antípodas del pensamiento liberal. Y lo que más importante, en las antípodas de lo que conviene a España.
Hayek escribió un libro deslumbrante bajo el título “La fatal arrogancia”. La fatal arrogancia de los gobernantes que imponente su visión del mundo e incluso de la propia vida de cada persona: cómo ha de vivir, qué le debe gustar, qué debe aceptar o rechazar, etc. Zapatero es un caso claro de esa fatal arrogancia tan temible y tan perjudicial para una nación. En el ámbito político, la palabra que define la acción de Gobierno socialista es "inestabilidad". La inestabilidad de un progresismo revolucionario de salón que ya había fracasado en España, no una sino dos veces. La primera en el siglo XIX, y la segunda en el XX. ¿O qué otra cosa es declarar abierto un proceso de revisión constitucional sin apuntar su alcance ni definir sus límites, permitiendo, además que se lancen frívolamente las propuestas más disparatadas, hasta por el mismísimo presidente del Consejo de Estado?
Hoy, que conmemoramos el aniversario de la Constitución de 1812, quisiera recordar que La Pepa fue una Constitución moderada y posibilista, que apostaba por la estabilidad. Y que las que le siguieron se apartaron de dicho criterio, cometiendo por ello un grave error. En cambio, en 1978 los españoles acertamos. Hicimos las cosas bien. Quisimos edificar las bases de una convivencia duradera, estable y aceptable para todos. Por ello, la Constitución de 1978 es mucho más que una norma fundamental. Es el pacto de la concordia puesto por escrito. Dilapidar ese gran éxito colectivo sería una irresponsabilidad. Por ello, Mariano Rajoy planteó al Presidente del Gobierno una oferta concreta, de estabilidad y de apoyo en la defensa del modelo constitucional. Pero Zapatero la ha despreciado. Ha preferido seguir dando alas a las estrategias rupturistas y a partidos abiertamente contrarios a la Constitución. Un día dice que da lo mismo si España es una Nación o no. Al día siguiente plantea la necesidad de alcanzar un acuerdo histórico y definitivo entre el Estado español y el País Vasco. Como si el modelo de Estado y el Estatuto de Guernica estuviesen superados. Y cuando Mariano Rajoy le pregunta en el Congreso qué entiende por comunidad nacional, no contesta. Probablemente porque no sabe qué contestar. A esto se añaden sus propuestas sobre el modelo de financiación autonómica, que sin estar aún claras, apuntan a una ruptura de dos principios fundamentales: la solidaridad entre las regiones y la igualdad de todos los españoles ante la ley.
El segundo término que califica el verdadero talante de Zapatero es el sectarismo. El sectarismo que le lleva, por ejemplo, a limitar el pluralismo informativo retrasando el apagón analógico. El sectarismo que le lleva a negar el derecho a una educación religiosa y a imponer una sociedad monocolor y forzosamente laica. El sectarismo que le lleva a intentar controlar y manipular las asociaciones, incluso las de víctimas del terrorismo, aunque con ello se genere una absurda división entre quienes merecen, más que nadie, nuestro apoyo y cariño. Y el mismo sectarismo que le lleva a modificar arbitrariamente las reglas del juego en la elección de jueces y magistrados, para conseguir que todos los nombramientos judiciales cuenten con su beneplácito. En el terreno de la política económica, la acción del Gobierno socialista se define por el intervencionismo. Tanto en bancos y empresas que hacen tiempo dejaron de ser públicos. Como también en entidades que siempre han sido privadas. La demostración más clara de ello fue el intento de influir en la composición accionarial del segundo banco español, con el pretexto de garantizar su españolidad. Como si no estuviéramos en Europa. Como si España no formara parte de un mundo abierto y globalizado.
Y, finalmente, en el ámbito de la política exterior, el Gobierno de Zapatero ha optado por la marginación. Por apartarse de los países libres, y elegir como amigos y aliados preferenciales a países como Cuba o Venezuela. Este alineamiento con regímenes corruptos y dictatoriales, enemigos declarados del sistema de valores del mundo libre, están perjudicando la reputación y el crédito de España en la escena internacional. En este sentido, la política del Gobierno socialista supone un retroceso a los años 70.
Ante este panorama preocupante para España, se hace urgente volver a reivindicar los principios liberales. El liberalismo no está ni mucho menos agotado. Por el contrario, es la única opción capaz de garantizar que nuestro país retome la senda de progreso y modernidad por la que había caminado durante la etapa de Gobierno del Partido Popular. Un Partido Popular en el que conviven diversas orientaciones, pero en el que el liberalismo tiene un papel capital que jugar. El liberalismo no puede ser el patrimonio exclusivo de una formación minoritaria. Ha de impregnar una oferta de centro amplia y plural, como es la del Partido Popular. Debemos recordar que cuando nos distanciamos de estas premisas fue cuando fracasamos a la hora de convencer a los ciudadanos de que nuestra propuesta es la mejor. La que mejor puede garantizar y promover sus intereses y su bienestar.
El Partido Popular debe seguir, pues, en esta senda. Porque hay
mucho trabajo que hacer. Hay que seguir liberalizando la economía española y fomentando la competencia. Un futuro Gobierno del Partido Popular tendrá que hacerlo todavía con mayor decisión que entre 1996 y 2004. Y tendrá que garantizar un verdadero pluralismo de los medios de comunicación, que sitúe a este sector al margen de coyunturas y vaivenes políticos. Debemos mantener también la estabilidad política, que brinda la apuesta decidida por la Constitución de 1978 y por la consolidación del gran acuerdo de convivencia que los españoles alcanzamos en esa fecha. Y que además es lo que la mayoría de los españoles desean, diga lo que diga Zapatero. Cualquier reforma de la Constitución debe hacerse desde un consenso amplísimo, equivalente al de la Transición. Es preciso, también reforzar las garantías de los ciudadanos frente al uso arbitrario del poder político. Un futuro Gobierno del Partido Popular no puede escatimar esfuerzos en este sentido. Hay que seguir avanzando en la defensa de la libertad, con un pleno reconocimiento, por ejemplo, de los modelos de convivencia distintos del matrimonio entre el hombre y la mujer, pero sin confusiones innecesarias.
Debemos recomponer nuestras relaciones con los países libres de mundo, muy concretamente con Estados Unidos, y recuperar una política exterior equilibrada y coherente, que permita a España a la vez aportar estabilidad y prosperidad al mundo, y jugar un papel protagonista en él. Finalmente, es preciso trabajar por el impulso de los regímenes democráticos, especialmente en América Latina, frente al apoyo brindado por el actual Gobierno a dictadores como Chávez o Castro. Este es el proyecto político que defendemos los liberales. Y este es el proyecto que hoy representa el Partido Popular. Porque, como decía antes, el Partido Popular es un Partido amplio, en el que se respeta a todos y hay sitio para todos. En el que he podido defender y llevar a la práctica mis ideas, yo que he intentado siempre (y espero en buena medida haberlo conseguido)
ser fiel a mi convicción liberal.
Queridas amigas y amigos:
El Partido Popular es una alternativa que ya ha demostrado, en sus años de Gobierno, que tiene las ideas necesarias para gobernar. Tenemos un balance que presentar a los ciudadanos. Un balance de éxito, fundamentado en la extensión de la libertad. Nuestro reformismo liberal sigue mirando hacia delante. No nos limitamos a reivindicar con orgullo la tarea hecha, sino que seguimos actualizando nuestro pensamiento, nuestros programas y nuestros criterios. Eso requiere plantear una agenda propia, diseñada para avanzar hacia el futuro. El Partido Popular ha de acentuar su discurso liberal y reformista. Debe evitar caer en un conservadurismo estéril, condenado a ser una fuerza minoritaria en el espacio político español. La experiencia nos demuestra que sólo hemos logrado alcanzar y mantener el poder cuando hemos sido vanguardia de las reformas. Los desafíos que tiene planteados España tienen una mejor respuesta desde el centro liberal que desde el socialismo. Pero tampoco tienen ninguna desde el conservadurismo autocomplaciente.
España necesita, en fin, un centro moderno, capaz de conducir al país a lo largo del siglo XXI. Un centro capaz de conectar con las aspiraciones mayoritarias de la sociedad española. En esa dirección tenemos que trabajar. En las propuestas liberales. Y después defenderlas en el marco de ese espacio de centro, integrador, que apuesta por el futuro y que defiende la libertad. Ese, estoy convencido es el espacio del Partido Popular.