Clausuramos hoy una nueva edición, y ya van cinco, del Programa de Visitantes Iberoamericanos organizado por la Fundación FAES.
Tenemos el honor de que Enrique Iglesias, Secretario General Iberoamericano, haya aceptado nuestra invitación para pronunciar la conferencia de clausura y para hablar del presente y el futuro de Iberoamérica.
Siempre he pensado que España no se puede entender sin América, ni en su historia ni en su proyección de futuro. Por eso, a lo largo de mi vida política, siempre he defendido que el interés de España estaba y está en apoyar la integración iberoamericana, sobre la base de la democracia y de la economía de mercado. Cuando tuve responsabilidades de gobierno impulsé la creación de una Secretaría Iberoamericana ejecutiva.
Pensaba que sería una herramienta útil y necesaria para fortalecer las libertades, fomentar la integración y reforzar las instituciones en Iberoamérica.
Y siempre creí que Enrique Iglesias era la persona idónea para desempeñar la apasionante y difícil tarea de comandar esa Secretaría General Iberoamericana.
Es para mí una gran satisfacción saber que no estaba equivocado, y poder comprobar hoy que Enrique Iglesias está desempeñando con brillantez una labor discreta, constante y eficaz y que dará sin duda muchos frutos.
Por todo ello quiero hacer constar mi agradecimiento al Secretario General Iberoamericano por haber aceptado la invitación de la Fundación FAES y dedicar una parte de su valioso tiempo a unos jóvenes que sin duda van a tener un papel importante en el futuro de sus países y de la Comunidad Iberoamericana.
También quiero saludar de manera muy especial a nuestros jóvenes invitados llegados de América. Son cincuenta jóvenes brillantes, que empiezan ahora sus carreras políticas, y estoy seguro de que llegarán muy lejos.
La Fundación FAES, con sus Programas de Visitantes –cuyo patrocinio por parte de Caja Duero agradezco muy sinceramente-, quiere fortalecer los vínculos entre los países de Iberoamérica a través del intercambio de ideas y experiencias con jóvenes dirigentes.
Queremos, en definitiva, que estos jóvenes, futuros líderes de América conozcan España y sean amigos de España. Por eso el acto de hoy, que es una clausura, es también el inicio de una relación de colaboración conjunta a favor de las ideas de libertad y democracia que nos unen.
Queridos amigos,
Me gustaría compartir con todos ustedes algunas consideraciones relativas al presente y futuro de Iberoamérica.
En primer lugar, la Fundación FAES sostiene, como uno de sus principios rectores, que Iberoamérica es una parte sustancial de Occidente. Y Occidente, que ya no es un concepto sólo geográfico, es el mundo libre, el mundo que se basa en una concepción de la persona como titular de derechos inalienables, libre y responsable; el mundo que se fundamenta en la democracia, el Estado de Derecho, los Derechos Humanos y la economía de mercado. Y al decir que Iberoamérica es una parte sustancial de Occidente reconocemos también una realidad profunda y vigorosa: la existencia de la Comunidad Iberoamericana.
La comunidad iberoamericana es una realidad decantada a lo largo de la historia, que une dos continentes con lazos de identidad basados en determinados valores. Son siglos de historia vividos en común que han conformado un sentido de pertenencia. Los valores occidentales, verdadero sustento político de nuestra comunidad, las fuentes de Derecho análogas, las tradiciones religiosas y culturales, la afinidad lingüística son algunas de las muchas cosas que nos hermanan por encima del océano que hay entre medias.
En segundo lugar, creo que ninguna nación está condenada al fracaso histórico. Y por la misma razón, tampoco creo que ninguna nación tenga asegurado el éxito. No está escrito que el testamento de Adán que unos países triunfen y otros no. El determinismo histórico se lo dejo con mucho gusto a los nostálgicos del marxismo que hoy esconden su carencia de ideas en la inquina contra los valores de la libertad y promueven alianzas o diálogos con cualquier tipo de ideología totalitaria o con los enemigos de la democracia.
Por esa razón, porque la libertad es la clave de la Historia, soy de los que creen que Iberoamérica puede alcanzar niveles de bienestar y prosperidad equivalentes a los de los países más desarrollados del mundo, en un marco sólido de libertades y democracia. Que no está condenada a la excentricidad o la marginación. Que puede formar parte con todo derecho del mundo de la libertad, el progreso y la seguridad.
Si comparamos el mapa de las naciones que han elegido hace tiempo y han perseverado en la democracia y la libertad, en la garantía de los derechos fundamentales por un Estado de Derecho basado en leyes democráticas aplicadas por jueces independientes, en la libertad de prensa y la sociedad abierta, veremos que coincide con lo que consideramos Occidente, con la parte del mundo más libre y próspera. No es por casualidad.
No hay ninguna razón para que los países de Iberoamérica no se incorporen definitivamente a ese mapa. Iberoamérica tiene la capacidad para avanzar de manera unida hacia ese llamado Primer Mundo. Tenemos que tomar conciencia de que es posible aceptar este desafío y triunfar.
En tercer lugar, creo que más allá de la identidad y de las oportunidades, existen hoy serias dificultades y amenazas en la Comunidad Iberoamericana. Iberoamérica atraviesa una difícil situación política. Resurgen fantasmas del pasado que algunos pensaban que estaban enterrados.
Vemos hoy con preocupación que muchos países de nuestra Comunidad sufren una profunda erosión institucional. No sé si es causa o consecuencia, pero lo cierto es que el avance del populismo es un fenómeno palpable.
No ha desaparecido aún de nuestra comunidad la utopía totalitaria del comunismo, que perdura desde hace casi medio siglo en Cuba. Y aunque sin duda creo que su fin está cercano y que supondrá la llegada, por fin, de la libertad para todos los cubanos, vemos que se alía con fuerzas dañinas y peligrosas: el militarismo autoritario, esa forma racista de exclusión llamado indigenismo y con el intervencionismo económico más grosero y trasnochado. En definitiva, con el populismo revolucionario.
El aumento de la pobreza, el retroceso de las libertades, el debilitamiento institucional, la inestabilidad política, la inseguridad jurídica serán las consecuencias lógicas de esas alianzas, cuyos frutos ya empezamos a ver. Es un camino que ineludiblemente lleva a detener el crecimiento y a crear más pobreza. Todas ellas son políticas que han fracasado y su renacer llevará a más aislamiento, pobreza y marginación para las naciones que elijan ese camino.
Creo que el populismo es la peor receta para un país. Creo que las trampas del populismo obstaculizan el crecimiento de las naciones iberoamericanas. Creo que el populismo constituye un peligro para los valores occidentales de libertad, dignidad de la persona y democracia. Su triunfo condenaría a Iberoamérica a la división y a la irrelevancia.
Parece mentira que esta opción esté en auge y que reciba un apoyo poco disimulado de algunos izquierdistas del Primer Mundo que disfrutan cómodamente de la prosperidad y de las libertades políticas en sus países. Con una irresponsabilidad máxima, esos progresistas a la violeta apoyan para otros lo que jamás se atreverían a proponer para sus sociedades. El camino del populismo revolucionario, ahora tan de moda, ya sabemos que conduce al fracaso.
Esta vieja ideología apela a las pasiones más bajas, a azuzar el odio como señuelo para ocultar su falta de propuestas viables y su afán descarnado de poder. El modelo de sociedad que intenta imponer es profundamente antioccidental, porque en él no caben ni las libertades individuales, ni los tribunales independientes ni la libertad de expresión. No creen en las libertades y los derechos de las personas, sino que ven a la persona como un engranaje insignificante en un proyecto totalitario.
Hoy alimentan estos sueños totalitarios, o mejor diríamos pesadillas, los ingresos que da el petróleo. Lo que deberían ser una riqueza de todos se la apropian sin ningún rubor los nuevos caudillos para avanzar su proyecto de hegemonía continental.
Como no creen en la libertad de las personas, buscan establecer una economía absolutamente dirigida e intervencionista. Les molesta profundamente la libertad de expresión, que las personas puedan decir lo que piensan, que haya periodistas y pensadores independientes. No dudan en recurrir al matonismo para imponer sus opiniones e intimidar a quienes se atreven a discrepar.
Es un dato preocupante que ese proyecto de populismo revolucionario haya recibido apoyo electoral en Iberoamérica en los últimos tiempos. Está claro que la frustración ante expectativas que no se han cumplido es un caldo de cultivo muy favorable para que el populismo crezca. Pero sabemos bien que ese populismo revolucionario está condenado al fracaso. Que lleva a la miseria, a la cerrazón y a la opresión.
Queridos amigos,
Pienso que más allá de las dificultades y de las amenazas, hay otra Iberoamérica. La América de la mayoría silenciosa. La de los principios, valores y convicciones. La que no cree en la política de gestos y micrófonos. La que se nutrió de valores democráticos y liberales desde sus comienzos. La que recogió en los textos constitucionales garantías para las libertades y derechos fundamentales, desde el mismo momento del proceso de independencia.
Creo en la fuerza de las ideas, en que la libertad tarde o temprano siempre triunfa, en que si se emplean todos los mecanismos idóneos y eficientes para solucionar los problemas, las políticas funcionan, avanzan y las sociedades prosperan.
¿Qué se puede hacer para que Iberoamérica esté anclada definitivamente en el mundo de la libertad, la democracia y el bienestar económico?
Creo que en esto como en casi todo en la vida, lo primero es tener la voluntad de lograr un objetivo. El primer requisito para estar en ese mundo es querer pertenecer a él. Esa voluntad debe manifestarse como un gran proyecto para una nación, para una comunidad.
Y lo segundo es ponerse a trabajar, con determinación y constancia. No es un camino ni corto ni fácil, pero es el único que lleva al éxito. Y hay mucho trabajo antes de lograrlo.
Me parece que no hay otro modelo político para llegar a ese mundo que el basado en la democracia, la libertad y los Derechos Humanos. En ese club sólo se puede estar si hay una democracia consolidada, instituciones que funcionen para garantizar las libertades y los derechos de los ciudadanos. Libertad de prensa y jueces independientes. Tribunales que garanticen y tutelen los derechos. Partidos políticos democráticos que compitan limpiamente para ofrecer sus programas a los ciudadanos.
Por fortuna vemos que hay muchos países en Iberoamérica que siguen ese camino. No es fácil, porque todos somos conscientes de que Iberoamérica ha desaprovechado algunas oportunidades históricas para logra anclarse definitivamente en el Primer Mundo.
Las ideas equivocadas han tenido consecuencias trágicas en el terreno económico. Hemos visto históricamente cómo se ha abogado por el aislamiento y el intervencionismo como el mejor atajo para lograr el desarrollo. Eso ha causado una desconfianza profunda hacia la apertura, la liberalización y los mercados, que son las recetas que han funcionado en otras partes. Y hay que decir con claridad que no hay excepcionalidad iberoamericana. Que si se logra, por ejemplo, que la propiedad sea respetada y garantizada por tribunales independientes, ese un camino adecuado para luchar contra la pobreza y la exclusión.
Los millones de personas que sufren pobreza en Iberoamérica buscan oportunidades. Y estas vendrán si hay un sistema económico que los integre en mercados eficaces. Si hay garantías jurídicas para las inversiones, que son las que crean empleo y riqueza duradera. No los caprichos del gobernante de turno que reparte a su libre albedrío los recurso que generan los yacimientos de esta o aquélla materia prima demandada internacionalmente.
Hay que establecer también sistemas fiscales sencillos, justos y eficaces. Que las personas contribuyan al mantenimiento de lo que debe hacerse entre todos. El Estado tiene que funcionar para garantizar derechos.
La seguridad es un gran reto en este sentido. La seguridad física. Hay que luchar contra el delito. Contra el narcotráfico que alienta la corrupción en muchos países. Es un trabajo duro y cuyos mejores frutos se empezarán a ver dentro de un tiempo. Pero hay que comenzar con determinación.
Creo que hay un elemento importante en toda Iberoamérica que nos ofrece inmensas posibilidades para avanzar juntos. El hecho de que seamos una comunidad. De que compartamos una cultura, una lengua y unos valores. Eso nos ofrece unas condiciones inmejorables para profundizar de verdad en la integración abierta, para tener una posición ventajosa en el mundo globalizado.
Creo que si Iberoamérica elige este camino y persevera en él, la meta de formar parte del Primer Mundo se irá acercando cada vez más deprisa. Es el único camino que lleva a acabar con la pobreza y a dar oportunidades en libertad a todas las personas.
Necesitamos que a través de un esfuerzo conjunto Iberoamérica mire al futuro. Que recobre la normalidad. Que se inserte con las naciones que progresan y reducen la pobreza.
Para lograrlo, la Fundación FAES quiere hacer su pequeña contribución. Y no puede ser otra que ofrecer ideas y proyectos, difundir esas ideas y esos proyectos y formar a las personas que los puedan poner en marcha, que es a lo que nos dedicamos.
Por eso estamos trabajando en una propuesta para Iberoamérica. Una propuesta que partiendo de un análisis de la realidad, ofrecerá ideas y políticas para que Iberoamérica pueda avanzar por el camino de la libertad, la democracia, la apertura y el progreso económico.
Hay mucho por hacer. La tarea es ardua. Para lograr el éxito, se necesitan dirigentes que estén a la altura de las circunstancias, que comprendan el mundo de hoy, con sus riesgos y amenazas pero, sobre todo, con sus inmensas oportunidades. Dirigentes sin complejos, con coraje. Dirigentes guiados por principios, con inteligencia política, motivados para tomar decisiones.
Vosotros tenéis ese desafío por delante, el de avanzar en la vida política por el camino de la libertad, de los principios, de las convicciones, de los valores.
Creo en la nueva generación de jóvenes políticos de Iberoamérica. Una generación sin miedo a navegar contracorriente, dispuesta a enfrentar el reto del populismo revolucionario o la dictadura de lo políticamente correcto. Una generación que comprende que no hay que servirse de la política, sino que la política es el camino para servir a las naciones. Que lo mejor para que las sociedades progresen es la libertad y la democracia.