El secuestro de Miguel Ángel Blanco el 10 de julio de 1997 supuso un punto de inflexión en la actitud de la sociedad española ante el terrorismo de ETA. Si hasta la fecha se había mostrado en su conjunto un tanto esquiva, el chantaje contra el Estado de Derecho lanzado por los etarras convenció al instante a toda la población de que ETA era la mayor de las amenazas para su libertad.
El inicio de las movilizaciones se dio en la localidad de Miguel Ángel Blanco. Pocos minutos después de conocerse su secuestro y el chantaje intolerable de ETA, que se hizo público a través de la clausurada Egin Irratia, fue la Guardia Urbana de Ermua la que con altavoces llamó a los ciudadanos a ocupar las calles del municipio. Miles de personas se agolparon al grito de "Todos somos Miguel Ángel" y las paredes se llenaron de carteles con un mensaje muy claro: "Miguel, te esperamos".
El escalofrío que produjo en toda la sociedad española la noticia sacó a los ciudadanos a las calles con la falsa creencia de que si las manifestaciones eran multitudinarias ETA no se atrevería a cumplir con su amenaza. Un millón y medio se agolparon en las calles de Madrid. Otro millón en Barcelona. Medio millón en Sevilla, 300.000 ciudadanos en Zaragoza... en total, los calculas de la época dicen que más de seis millones de personas salieron a la calle durante esas fatídicas 48 horas.
En el País Vasco, miles de ciudadanos sin distinción política perdieron el miedo que les había atenazado durante décadas y salieron a la calle. El paso de las horas, la angustia y la impotencia provocó incluso que muchos de ellos llegasen a poner cerco a las herriko tabernas de Batasuna-ETA, que tuvieron que ser protegidas por los agentes de la policía autonómica vasca.
Dos imágenes pasarán a la historia de aquellos días. La primera, la del alcalde de Ermua, el socialista Carlos Totorica, extintor en mano, evitando que algunos ciudadanos encolerizados prendiesen fuego a la herriko taberna local. La segunda, la de los ertzainas desplegados en la misma localidad vizcaína quitándose el verdugo con el que habitualmente se cubren la cara y fundiéndose en abrazos con los ciudadanos.
La sociedad cambió por completo su visión sobre el problema que suponía el terrorismo de ETA y exigió a los políticos unión y un compromiso sin ambigüedades para acabar con la amenaza terrorista. Los propios políticos entonaron durante aquellos días sus disculpas públicas por el exceso de diferencias que habían mantenido en la forma de enfocar la lucha contra el terrorismo.
En el seno de aquellas manifestaciones celebradas en el País Vasco nació la semilla de lo que se conoció como el espíritu de Ermua, que terminó germinando en los primeros movimientos cívicos en la comunidad vasca y en una unidad de acción entre políticos constitucionalistas que no se había dado hasta la fecha.
Así surgió el Foro de Ermua, un colectivo cívico impulsado por una veintena de profesores universitarios vascos y a los que rápidamente se sumaron periodistas, políticos constitucionalistas de PP, PSE y Unidad Alavesa y un buen número de ciudadanos comprometidos.
Sus objetivos: la defensa de la Constitución Española y del Estatuto de Guernica como únicas bases para la solución política e institucional al supuesto "problema vasco"; favorecer la unidad de las fuerzas constitucionalistas en la comunidad vasca y navarra para vencer definitivamente al terrorismo; evitar cualquier negociación política entre el Estado y las diversas instituciones públicas españolas y vascas con la banda terrorista ETA; apoyar, amparar y promover el reconocimiento de las víctimas del terrorismo; y denunciar los actos de terrorismo en el País Vasco y en España.
Pero si en el seno de aquellas manifestaciones surgió el primer movimiento cívico que plantó cara al terrorismo, también se fraguó una de las mayores traiciones a la democracia española. Mientras públicamente los principales dirigentes del PNV marchaban junto a miles de ciudadanos exigiendo la liberación de Miguel Ángel Blanco, su máximo dirigente por entonces, Xabier Arzalluz, elucubraba para dinamitar esa movilización social.
En una de esas concentraciones advirtió al por entonces lehendakari, José Antonio Ardanza, que aquella movilización social era un peligro para el PNV. El miedo a perder el poder y a que la inercia les llevase a un enfrentamiento directo con la banda terrorista ETA hizo que los peneuvistas apostasen por romper la unidad de los demócratas y junto a EA firmasen un pacto con ETA que quedaría plasmado meses más tarde en el Pacto de Estella.