Veinticinco años del atentado de Hipercor, la mayor masacre de ETA
El mayor atentado de la banda terrorista ETA dejó en Barcelona 21 muertos, cuatro de ellos niños, y 46 heridos graves.
A las 16:08 horas del viernes 19 de junio de 1987 hizo explosión un Ford Sierra en el segundo sótano del Hipercor de la avenida Meridiana de Barcelona, cargado con amonal y líquido inflamable. El coche-bomba se activó mediante un temporizador programado por los asesinos de la banda terrorista ETA Domingo Troitiño Arranz, Josefa Mercedes Ernaga Esnoz y Rafael Caride Simón. El artefacto explosivo estaba compuesto por veintisiete kilos de amonal y doscientos litros de líquidos incendiarios, además de pegamento y escamas de jabón. Esto hizo que los productos incendiarios se adhirieran a los cuerpos y se originase una gran cantidad de gases tóxicos, que ocasionó la asfixia de las personas que se encontraban en su radio de acción. La utilización de líquido inflamable, tipo napalm, que se usa preferentemente contra personas, no tenía precedentes en la banda terrorista. Varias personas resultaron "atrozmente quemadas y mutiladas, sin posibilidad alguna de escapar ante la oscuridad producida por el humo negro y los materiales incendiarios adheridos a su cuerpo (...) sin posibilidad alguna de desprenderse de ellos ni apagarlos, ya que su autocombustión se ocasionó sin necesidad de utilizar el oxígeno ambiente", tal y como recoge la sentencia 49/1989 de la Audiencia Nacional.
Fue una auténtica masacre, con veintiuna víctimas mortales (cuatro de ellas niños) y cuarenta y seis personas heridas, cinco de ellas con pérdida de miembro principal, y diecisiete con lesiones de deformidad y pérdida de miembro no principal. La barbarie criminal de la banda acabó con la vida de trabajadores y clientes del centro comercial.
El coche utilizado por los terroristas había sido robado en San Sebastián hacía cuatro meses, el 16 de febrero anterior, por el grupo de manguis de la banda, que se dedicaba precisamente a eso: a mangar vehículos para luego entregarlos a los etarras que perpetraban materialmente los atentados.
Cuando se produjo la explosión no era un momento de gran afluencia de público, pero el número de clientes que ocupaba las cuatro plantas del establecimiento (planta baja y tres sótanos) era considerable, ya que los viernes es un día habitual de compra. La avenida Meridiana registraba en ese momento un tráfico intenso. Frente a la puerta de acceso al aparcamiento, situada en uno de los laterales del edificio, un grupo de padres aguardaba la salida de los niños de un colegio. "La puerta del garaje saltó despedida, pero sin alcanzar a nadie", explicó uno de ellos.
La explosión provocó un gran agujero en el techo del segundo sótano, por lo que la onda expansiva afectó también directamente al contiguo, una planta convertida en supermercado de alimentación. Al estallido, que destrozó totalmente el coche-bomba, le siguió un violento incendio. Las llamas afectaron directamente a otros veinte vehículos aparcados en el sótano, mientras la onda expansiva causó importantes daños a veinte automóviles más. Las instalaciones de conducción eléctrica y de agua también quedaron inutilizadas. Esa falta de fluido eléctrico -unida al fallo de las luces de seguridad- y la inundación que se produjo dificultaron las tareas de rescate.
Tras el fuerte impacto, empezaron a salir personas del edificio, y entre ellas algunos primeros heridos. "Salían corriendo, muchos de ellos ensangrentados, y los que procedían del sótano, además de las quemaduras, llamaban la atención porque se les había abrasado instantáneamente el cabello", explicó un testigo presencial.
En aquellos momentos se desconocía la magnitud de la tragedia. El espeso humo causado por la explosión, la oscuridad y el fuerte calor, se convirtieron en los principales obstáculos para el acceso de los servicios de rescate a la planta directamente afectada. A medida que los bomberos, provistos de equipos autónomos de respiración, avanzaban hacia el interior, el alcance del desastre se fue desvelando. Los equipos de rescate consiguieron llegar al lugar de la explosión, en el segundo sótano, en torno a las 17:15 horas, una hora después de la explosión. Casi todos los rescatados que aparecieron a partir de ese instante ya habían fallecido.
La brutal explosión provocó el fallecimiento en el acto de quince personas: MILAGROS AMEZ FRANCO, dependienta de 43 años; MARÍA DEL CARMEN MÁRMOL CUBILLO, de 36 años, y sus dos hijas, SONIA y SUSANA CABRERIZO MÁRMOL, de 15 y 13 años respectivamente; el matrimonio formado por MARÍA TERESA DAZA CECILIA, embarazada, y RAFAEL MORALES OCAÑA, de 33 años, que dejaron un hijo de 7 años huérfano de padre y madre; MARÍA EMILIA EYRÉ DIÉGUEZ DE TEMES, ama de casa de 44 años; MERCEDES MANZANARES SERVITJÁ, de 30 años, y sus sobrinos SILVIA y JORDI VICENTE MANZANARES, de 13 y 9 años; MATILDE DOMÍNGUEZ MARTÍNEZ, de 35 años y soltera; LUISA RAMÍREZ CALANDA, de 41 años, casada y con dos hijos; el empleado de Hipercor LUIS ENRIQUE SALTÓ VIÑUELAS, de 22 años; JOSÉ VALERO SÁNCHEZ y el arquitecto XAVIER VALLS BAUZA, de 41 años.
Otras seis víctimas sobrevivieron unos días al atentado, sufriendo una agonía terrible, pues la mayoría tenía quemaduras severas en más del 80% de su cuerpo. Son Felipe Caparrós Ubierna, de 44 años, y Consuelo Ortega Pérez, de 67 años, que fallecieron dos días después del atentado, el 21 de junio; Mercedes Moreno Moreno, de 36 años, que falleció el 23 de junio, cuatro días después; María Rosa Valldellou Mestre, de 57 años, que falleció el 8 de julio, Bárbara Serret Cervantes, el 16 de julio y María Paz Diéguez Fernández, de 57 años, que falleció el 3 de agosto, convirtiéndose en la vigésimo primera víctima mortal de la masacre.
En cuanto a los heridos que consiguieron sobrevivir, muchos de ellos sufrieron graves secuelas por quemaduras, antiestéticas cicatrices hipertróficas en cara y diversas partes del cuerpo, hipertrofias y rigidez articular en extremidades, pérdidas de miembros y problemas acústicos irreversibles. El listado de heridos recogido en la sentencia es el siguiente: Concepción Aguilar Juvé, José Manuel Alfonso García, Ramón Aragonés Puig, Encarnación Arpall Carbonell, Ana Barroso Luque, Gabriel Bassolt Baiget, Mª del Carmen Candalijas Cavanillas, Agustina Cavanillas Suárez, Mª de los Dolores Closas Viladrich, Jordi Comas Cánoves, José Francisco Domínguez Rodríguez, Asunción Espinosa Martínez, Alberto Farrús Rameil, Mª Luisa Fernández Neira, Agustina Fita Corominas, Martín Franco Vallestín, Carmen Frías Díaz, Mª Hortensia Gago López, Rodrigo Galicia Álvarez, Carmen Gancedo Fernández, Susana González Sánchez, Mª del Rosario Grao Moscoso, Alberto Izquierdo Cortés, Jaime Juan Suriol, Juan Manuel López Tello, Roberto Manrique Ripoll, Rosario Mila Gallart, Elena Navarro Cabrera, Beatriz Omandam Balacy, Gloria Ortega Pérez, Monserrat Ortega Silva, Javier Palmero Colinas, Marta Planas Cuadrat, Luis Antonio Risueño Mateo, Pilar Rodríguez Catoria, Oscar Romero Viejo, Manuela de la Rosa Rodríguez, Mª de las Mercedes Silva García, Mª Adelina Somoza Rodríguez, Julia Tapia Aguilera, Jaime Tobeñas Perosanz, Juan Utrilla Molina, José Vargas Rincón, Josefa Viejo Báñez, Mª del Carmen Villaronga Porto, y la menor Jéssica López Rodríguez, que nació con posterioridad al hecho y que, como resultado del atentado que sufrió su madre embarazada, padece sordera severa bilateral congénita, susceptible de rehabilitación sólo parcial mediante prótesis auditiva.
Jéssica López Rodríguez es hija de Milagros Rodríguez, que tenía 27 años en el momento del atentado y trabajaba como cajera de Hipercor. El día del atentado se llevó instintivamente la mano al vientre para proteger al bebé que crecía dentro de ella. En enero de 1988 dio a luz a una niña aparentemente sana. Cuando Jéssica tenía trece meses, un otorrino le confirmó a Milagros lo que no quería saber: "Su hija es sordomuda". Desde entonces, su vida ha sido una lucha constante y un periplo de especialista en especialista. A fuerza de logopedas y audífonos, Jéssica ha logrado emitir algunos sonidos.
Tal y como se recoge en la sentencia 49/1989 de la Audiencia Nacional, los etarras Domingo Troitiño Arranz, Josefa Mercedes Ernaga Esnoz y Rafael Caride Simón habían recibido órdenes de la cúpula de la banda de atentar contra empresas de capital francés o mixto hispano-francés. Como relata Florencio Domínguez en su libro ETA en Cataluña. De Terra Lliure a Carod-Rovira (Temas de Hoy, 2005), la idea de atentar contra el Hipercor de Barcelona fue de Rafael Caride "creyendo que se trataba de una firma francesa". Durante la planificación, los etarras llegaron a la conclusión de que era un objetivo fácil, puesto que se trataba de un edificio civil sin ningún tipo de protección especial. Además, querían causar el mayor daño posible. Por ello decidieron programar el coche-bomba en pleno horario comercial.
El mismo autor, en un artículo publicado en La Vanguardia (17/06/2007) con motivo del 20º aniversario del atentado, escribió: "El Comando Barcelona se había convertido en aquellos meses en el buque insignia de ETA, porque el Madrid, encabezado por Iñaki de Juana Chaos, había sido desarticulado en enero. La estrategia etarra consistía en perpetrar el mayor número posible de atentados y con el máximo impacto para fortalecerse de cara a las negociaciones que se estaban gestando en Argel. La famosa ‘acumulación de fuerzas’. Por eso, el año 1987, con cincuenta y dos asesinatos, es el cuarto con más víctimas en la historia de ETA, solo superado por los del trienio 1978-1980". Cuando se produjo el atentado de Hipercor, el grupo Barcelona de ETA estaba acorralado por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, lo que no evitó que cometiera la masacre. Su desarticulación se produjo en septiembre de ese mismo año.
El sábado 22 de junio entre trescientas y quinientas mil personas, convocadas por el Parlamento de Cataluña, asistieron a la manifestación que se celebró en Barcelona para condenar el atentado bajo el lema "Por la convivencia en paz y libertad, Cataluña rechaza el terrorismo". Fue la mayor manifestación de protesta en Barcelona desde que el 11 de septiembre de 1976 los barceloneses salieron a la calle para pedir el regreso del presidente Tarradellas. En la marcha se portaron otras pancartas con lemas como "Votar Herri Batasuna es matar" y "Votantes de HB cómplices".
En una pancarta muy significativa se podía leer: "¿Cómo es posible que haya 40.000 catalanes que apoyen a los asesinos de ETA?". Nueve días antes del atentado se habían celebrado las elecciones al Parlamento Europeo en las que Herri Batasuna había logrado 39.692 votos en Cataluña, sólo 831 menos de los logrados en Navarra (40.523). En esas elecciones la coalición proetarra alcanzó el que era, hasta entonces, su techo electoral, con 360.952 votos. En las elecciones europeas de 1989 HB obtuvo poco más de quince mil votos en Cataluña. Sin embargo, ese distanciamiento de los electores catalanes hacia HB fue meramente coyuntural, dado que en pocos años no sólo recobró los votos que tenía antes del atentado, sino que consiguieron apoyos más o menos matizados en otros sectores del nacionalismo, incluido el PSC. Es una especie de "atracción morbosa", como lo ha definido Antonio Batista, escritor nacionalista especializado en la banda terrorista ETA.
El 25 de junio se celebró en el exterior de la catedral de Barcelona el funeral oficial por las víctimas de la masacre, oficiado por el cardenal arzobispo monseñor Narcís Jubany. Según la Guardia Urbana, asistieron unas ocho mil personas, además del presidente del Gobierno español, Felipe González, el presidente del Gobierno vasco, José Antonio Ardanza, el presidente de la Generalidad de Cataluña, Jordi Pujol, y el ministro de Defensa, Narcís Serra.
La organización terrorista ETA reivindicó dos días después el atentado con un comunicado remitido a la agencia France Presse y a diversos medios del País Vasco. El comunicado reconocía el "grave error" cometido y aceptaba "la responsabilidad que se deriva de este triste suceso". Por su parte Herri Batasuna emitió también un comunicado el 21 de junio en el que criticaba por vez primera una acción terrorista de ETA, aunque hacía lo propio con la dirección de Hipercor y la Policía por no haber efectuado el desalojo.
En 1989 fueron condenados a penas que sumaban más de 1.600 años para cada uno los etarras Domingo Troitiño Arranz y Josefa Mercedes Ernaga Esnoz. El total de la condena era el resultado de sumar 30 años por cada uno de los veintiún asesinatos y por ser autores de cinco delitos de lesiones con pérdida de miembro principal. También recibieron condenas por diecisiete delitos de lesiones con deformidad, pérdida de miembro no principal o necesidad de asistencia facultativa de más de noventa días. Todo ello con el agravante de utilización de explosivos y premeditación.
En 2003 fueron condenados a 790 años cada uno Santiago Arróspide Sarasola (por ordenar el atentado) y Rafael Caride Simón (por ejecutarlo), penas que fueron confirmadas en 2004 por el Tribunal Supremo.
En 1992, ocho heridos de gravedad y cinco familiares de víctimas mortales presentaron una demanda ante la sala de lo Contencioso Administrativo de la Audiencia Nacional en la que reclamaban al Ministerio del Interior una indemnización total de 300 millones de pesetas. En julio de 1997 la sala de lo Contencioso Administrativo del Tribunal Supremo estableció, pese a considerar a los terroristas responsables directos del atentado, "la responsabilidad de la Administración del Estado en el resultado final por la pasividad o conducta omisiva de las Fuerzas de Seguridad y Policía en estos hechos", por no haber desalojado los almacenes tras las llamadas de los etarras. El TS condenó finalmente al Estado como responsable civil subsidiario.
El equívoco mensaje, absolutamente genérico e impreciso, que los etarras transmitieron a las 15:00 horas, avisando de la explosión a las 15:30, tuvo consecuencias dramáticas. De hecho, la Jefatura Superior de Policía emitió, al día siguiente del atentado, un comunicado en el que responsabilizaba a la dirección de Hipercor de no haber desalojado el centro. La nota oficial explicaba que hubo tres avisos de la colocación de un artefacto (uno a la Guardia Urbana de Barcelona, otro al diario Avui y otro a la propia centralita de Hipercor), que explosionaría, según el comunicante, a las 15:30 horas. La Policía requirió un minuto después a la dirección del centro comercial a que procediera a desalojar el hipermercado, mientras se efectuaba la inspección ocular. El director del centro indicó, según el comunicado, "que la empresa ya había montado el dispositivo de seguridad con su propio personal y que, dadas las dimensiones del edificio y el hecho de que había pasado la hora anunciada para la explosión, no consideraba necesaria la evacuación".
En relación a este tema hay que hacer algunas precisiones. El dato de la hora fue crucial para que se pensase que era una falsa alarma, pero especialmente porque, como publicó La Vanguardia, diariamente se recibían en Barcelona una veintena de avisos de bomba. Lo tremendo de este caso es que no sólo hubo imprecisión en la hora de la explosión, sino que los asesinos de ETA no avisaron de que había un coche-bomba, sino que simplemente dijeron que explotaría una bomba, con lo que el rastreo se realizó para buscar un paquete con explosivo, y no se buscó expresamente un coche. La imprecisión del comunicante etarra, sin aportar ningún dato que permitiera distinguirlo de la multitud de avisos falsos que se recibían por aquella época, también contribuyó a que la catástrofe se consumara. Además, y esto es también un dato a tener en cuenta, en aquellas fechas El Corte Inglés no estaba amenazado. Sí había habido amenazas contra hipermercados de capital francés y se habían producido atentados contra ellos. De hecho, y como hemos señalado más arriba, los etarras creían, en una muestra de la idiocia e ignorancia de la que se nutre la banda terrorista ETA, que Hipercor era de capital francés.
Este texto forma parte de la entrada del día 19 de junio del blog de Libertad Digital In Memoriam, un homenaje a todas las víctimas del terrorismo.
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