A la cuarta tampoco fue la vencida. Javier Arenas se quedó muy lejos de los resultados electorales a los que aspiraba. Ni tan siquiera rozó esa mayoría absoluta con la que podría haber gobernado en Andalucía. El fracaso fue total, monumental. Nunca los discursos, una vez conocida la voz de las urnas, dijeron cosas tan distintas a los rostros de quienes los pronunciaban. La sede del PP andaluz parecía un funeral y su jefe un cadáver político.
La desolación quedó patente cuando Arenas salió al balcón de la calle San Fernando para dar "las gracias desde el corazón" y admitir que “hasta aquí hemos llegado”. Junto a él sus dos ministros afines, Cristóbal Montoro y Fátima Báñez, con los ojos enrojecidos. Dentro nadie pudo contener las lágrimas.
Antes de dar la cara públicamente, el eterno candidato habló por teléfono con el presidente del Gobierno en hasta dos ocasiones. Mariano Rajoy compartió con él su consternación. Ninguno de los dos se lo podía creer, según las fuentes consultadas. Todas las encuestas internas, absolutamente todas, daban al PP una mayoría suficiente para gobernar. Incluso las últimas, ya con los colegios electorales abiertos. Provocaba vergüenza recordar que en un momento de la tarde se habló de una horquilla de 57-58 escaños en la Cámara autonómica.
Según algunas fuentes, Arenas puso su cargo a disposición del presidente. El entorno del candidato lo niega, y aseguran que ambos hablaron de "los resultados obtenidos" sin entrar en segundas lecturas. En el PP, sin embargo, ya se hacen todo tipo de cábalas sobre su posible futuro político. En su discurso, se limitó a afirmar que trabajará “desde el diálogo” teniendo en cuenta su victoria electoral, pese a no ser suficiente.
Las hipótesis se multiplican sobre qué lugar le tiene reservado Rajoy, aunque ésta es una crónica futura. El poder interno de Arenas en el PP sigue fuera de toda duda, pese a lo ocurrido este negro 25-M. Oficialmente, la respuesta es el silencio. En los pasillos, solo había sitio para la pena.
La imagen se reproducía en términos muy parecidos en la madrileña calle Génova, donde todo estaba preparado para la fiesta. Al cuartel general de los populares se desplazó el Gobierno casi en pleno, mientras Rajoy retrasó su viaje a Seúl, para participar en una cumbre sobre energía nuclear, para seguir el escrutinio. No se le vio el pelo al presidente. Por primera vez desde las elecciones gallegas no hubo puro de la victoria.
Quienes cogían aún el teléfono allá cuando el recuento superaba el 70% se afanaban en vender que el PSOE "escondía" el voto de las capitales. Que “aquí siempre pasa”. Que “están contando las mesas afines”. Pero todo se hacía humo cuando la consejera de Presidencia, una pletórica y sonriente Mar Moreno, decía este cuento se ha acabado, pero para el PP.
Arenas aguantó el tipo como pudo. Pero no se lo esperaba, nadie se lo esperaba. Ningún cargo podía encontrar explicación mientras desmontaban ese escenario que debía servir para amenizar una noche para la historia. Mientras, en Madrid, Rajoy cogía un avión rumbo a Seúl consciente de la gravedad de los acontecimientos, con una Huelga General a la vuelta de la esquina y una aprobación de Presupuestos que ahora se antoja más complicada si cabe. "Pase lo que pase, no le temblará el pulso", decían en Moncloa por la mañana. Pero entonces nadie podía presagiar cómo iba a quedar redactada esta crónica. Ya ocurrió en 1996.