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Las cenas del fiscal general y el presidente del TC y discusión en la familia del PP

Durante 48 horas, Cádiz fue la ciudad con más alto cargo por metro cuadrado y sus restaurantes centros de reuniones discretas.

La Cádiz de 2012 volvió a convertirse en un fortín para recibir a los más ilustres invitados. El Estado estuvo representado en todas sus patas, empezando por unos Reyes que fueron aclamados tanto por la calle como por las instituciones. Tal cantidad de altos cargos permitió imágenes curiosas y reuniones discretas en los restaurantes con más solera de la tacita de plata, cuya gastronomía nadie discute.

Disfrutando de sus fritos y de sus ortiguillas -típico producto del mar de la zona- estuvieron el fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce, y varios colegas de profesión. Tal vez hablaron de cómo iban las investigaciones sobre las nuevas pruebas en el marco del atentado terrorista del 11-M, aunque tampoco muy alto a tenor de que, a pocos metros, se sentaba el presidente del Tribunal Constitucional, Pascual Sala, con su preceptiva comitiva.

Se puede decir que el restaurante El Faro estuvo más que concurrido ya que, aunque el Gobierno hable mucho de la separación de poderes entre el Ejecutivo y el Judicial, un buen puñado de diputados populares intentaba poner el oído. Entre boquerones y chipirones, o esa deliciosa tosta de anchoas con paté de olivas, también surgió en la conversación aquello por lo que habían sido llamados a Cádiz: La Pepa. Y, como no, las diferentes familias del PP empezaron a tirar de argumentario.

Los democristianos, recordando que si en algo se apoyó la Constitución de 1812 fue en la Iglesia; los liberales, ensalzando que esa palabra -liberal- es una de las pocas de origen español, y marcó tendencia en Europa. “Y qué reformas para aquellos tiempos”, añoró un cargo popular. José Luis Ayllón, mientras, remataba la columna para este diario a la par que se quejaba de que al puente de La Pepa, que debía estar previsto para ya, aún le quedan quince meses, si no más, para que esté listo para su uso.

Los ministros Cristóbal Montoro y Fátima Báñez también llegaron en la víspera del bicentenario para arropar al candidato del PP a las andaluzas. No fueron los únicos. El mismísimo presidente del Gobierno ya estaba el domingo en Cádiz, en compañía de su número dos, Soraya Sáenz de Santamaría. No resultó fácil saber en qué hotel se hospedaron, habida cuenta de que parejas de agentes de la ley protegían los principales hoteles de la ciudad, si no todos.

El resto de miembros del gabinete volaron en el día, en un mismo avión. Por eso del ahorro, arguyeron en Moncloa. El aeropuerto de Jerez también recibió a decenas de embajadores y representantes de países extranjeros. Algunos barones autonómicos no quisieron perderse la cita, como el balear José Ramón Bauzá, aunque intuyeran más que vieron a Sus Majestades. “Desde mi zona, ni se veía a la Reina”, admite uno, que asegura que el Oratorio San Felipe Neri, allí donde se redactó la primera Constitución, se convirtió en toda una fortaleza, con todos los accesos cortados.

Poco socialista, por cierto. Si bien muchas miradas se posaron en uno: José Antonio Griñán, el aún presidente de la Junta de Andalucía. “No le queda nada”, ironizaba un cargo popular.

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