Si algo vio Mariano Rajoy de la ciudad de Rabat fue por el cristal blindado del flamante vehículo oficial que le prestó el Gobierno marroquí. O aprovechando su visita al mausoleo de Hassan II y Mohamed V, y en el que no estuvo más de quince minutos largos. Siete horas muy intensas para un presidente satisfecho, a pesar de que el recibimiento fue frío, por no decir gélido, y desangelado.
El primer ejemplo, nada más aterrizar, cuando los honores de Estado bien se podrían definir como escasos. No más de una veintena de soldados a los que pasó revista, hasta que una nube de fotógrafos y cámaras se lanzó literalmente a captar un plano corto, sin que las autoridades marroquíes pudieran hacer cumplir el protocolo.
Misma imagen en el mausoleo, en el que miembros de la Guardia Real y periodistas se entremezclaban mientras unos pocos curiosos se preguntaban quién era el invitado. Y eso que, desde primera hora, los boletines de radio y televisión informaban de la visita y las calles lucieron engalanadas con banderas españolas y marroquíes.
Rabat dio prioridad uno a la visita, la primera también para el recién elegido Benkinan, de corte islamista moderado. Portadas en los periódicos, análisis de las palabras de Rajoy y, en el terreno doméstico, colapso para una ciudad ya de por sí con tráfico intenso, y que vio como sus principales vías quedaban libres para las diferentes comitivas.
El tercer punto de encuentro fue en el palacio presidencial y, el cuarto, en el real. Pero a esos escenarios ya no pudieron ir los periodistas españoles, salvo un puñado de ellos, todos gráficos. La instantánea de Mohamed VI recibiendo a Rajoy fue captada por seis elegidos, ninguno de ellos redactor. Éstos esperaban mientras tanto en la Casa de Huéspedes Reales, despojados de sus teléfonos móviles. Tras una ardua guerra sí que consiguieron acceder con ordenadores y equipo técnico. La prohibición venía, en principio, por las fotografías. Por descontado que tampoco se pudieron efectuar preguntas, y eso que más de un valiente reportero gritó un "señor, señor".
La tranquilidad llegó con el café, ya en los confortables sofás de la embajada española, en uno de los más lujosos barrios de la ciudad. Alejandro Navarro, el embajador, lo tenía todo preparado. También unos deliciosos pastelitos locales que fueron devorados. Rajoy no los probó, obsesionado por cumplir con la dieta... tras una comida con Benkiran de ésas que hacen la boca agua.