Fraga, según Aznar: "Un auténtico líder que no se rendía nunca"
"No se podrá escribir la historia del conservadurismo español sin tener en cuenta la figura de Fraga", afirmó el expresidente en Retratos y perfiles.
Este texto está tomado del libro de José María Aznar Retratos y perfiles. De Fraga a Bush, publicado por Planeta en 2005.
Manuel Fraga tiene una larga carrera política al servicio del Estado, en la que no faltan algunos momentos muy relevantes en la historia española del siglo XX. (...) Fraga pertenece a una generación de políticos jóvenes que contribuyeron decisivamente a cambiar nuestro país en esos años cruciales [del tardofranquismo]. Aquel proceso de cambio sentó las bases de la Transición, que además de abrir una nueva etapa histórica fue, en más de un sentido, la culminación de un proceso que había empezado antes.
(...) en 1973 (...) optó por la embajada de España en Londres, un puesto determinante en su trayectoria porque es ahí donde Fraga se convirtió en el conservador que luego nunca ha dejado de ser. En Londres, Fraga se enamoró del sistema mayoritario, del sentido institucional de la vida política británica y de la continuidad que esa arquitectura permite. Allí fue donde empezó a labrar su doctrina sobre la existencia de una tradición conservadora española que no se ha quebrado a lo largo del tiempo y ha garantizado la perpetuación de unos principios esenciales, a los que los españoles han podido recurrir en momentos importantes de su historia. Fraga explicaría esta doctrina en su libro clásico sobre El pensamiento conservador español, tal vez el mejor de los muchos que ha escrito.
(...) Nunca sabremos qué habría pasado si Fraga hubiese alcanzado el poder en aquel momento [cuando Franco se decantó por Arias Navarro como presidente del Gobierno], pero no se puede negar que Fraga había elaborado un proyecto para la Transición, lo había expuesto públicamente y había sido el único político en actuar con aquella claridad. Fraga aceptó ser ministro en el primer Gobierno de la Monarquía, aunque sólo a duras penas consigo imaginar lo que debía de ser una reunión de Arias Navarro como presidente del Gobierno y Fraga como ministro de la Gobernación. Se cuenta que en aquellas reuniones Fraga caminaba a grandes zancadas de un lado a otro del despacho, hablaba sin cesar hasta que en un momento determinado miraba el reloj y decía que se tenía que marchar.
Fraga demostró un temple extraordinario en esos años asumiendo riesgos muy importantes como vicepresidente y como ministro de la Gobernación (...) Más tarde, cuando el Rey eligió un nuevo presidente, escogió a un hombre de su edad y que además le resultaba conocido, como era Adolfo Suárez. Fraga, que conocía las reglas del juego, se vio obligado a dejar paso a una nueva generación.
A partir de ahí Adolfo Suárez empezó a organizar lo que sería Unión de Centro Democrático. Articuló un discurso de centro dirigido a un electorado centrista, Fraga se vio obligado a escorarse a la derecha, y ahí, de ese malentendido, nace Alianza Popular. Fraga, que había sido el gran reformador del régimen, que había teorizado y elaborado el proyecto para hacer posible el cambio de régimen autoritario a la Monarquía parlamentaria, se convierte en un símbolo de la continuidad del régimen anterior (...) Para los españoles de entonces, y en particular para los jóvenes, resultaba difícil identificarse con aquel proyecto. Yo mismo no lo voté en 1977, porque no acababa de convencerme ni el partido ni lo que representaba, aunque fuera a pesar de Fraga.
Fraga creó más tarde, en 1979, Coalición Democrática. Así empezó la vuelta al centro del partido. (...)
(...) El esfuerzo de Fraga consistió en construir una organización ampliamente extendida y con implantación en toda España (...) y bien enraizada en la realidad social española. Este aspecto ha sidio determinante en la historia del Partido Popular. (...) Esa raíz popular es una de las señas de identidad de nuestro partido y uno de los factores que lo han convertido en una organización insustituible en la vida política y social española. Todo lo que se ha construido después –el liderazgo, las referencias ideológicas, los valores que definen la orientación del partido– se nutre y alcanza consistencia gracias a esa raíz popular. Proponerse este objetivo, haber comprendido que la realidad española podía dar a luz esta realidad y lograr que tomara cuerpo es el mérito que le corresponde a Manuel Fraga. No hay nada más difícil de hacer. Fue un esfuerzo colosal, de persona a persona, pueblo a pueblo, ciudad a ciudad, un esfuerzo de sumar y sumar (...)
Como era inevitable dado su carácter y la pasión política que siempre le ha caracterizado, Fraga, que infundía un respeto extraordinario dentro del partido, también ejercía un control estricto de la organización. Era un auténtico líder y, como siempre que se ejerce el liderazgo, hubo grandes aciertos y algunas decisiones que no lo fueron tanto. Alianza Popular tenía una consistencia específica, esa base popular que la caracterizaba y una dimensión histórica muy importante, pero carecía de una línea ideológica que permitiera diseñar una oferta electoral clara, establecer prioridades y articular consensos y discrepancias con el Gobierno socialista. La consecuencia es que defendíamos a un mismo tiempo políticas liberales e intervencionistas; estábamos a favor de la liberalización del mercado de la vivienda, pero nos manifestábamos en contra; estábamos a favor del desmantelamiento de algunos sectores industriales anticuados, pero no queríamos decirlo. Lo que estaba ocurriendo, probablemente, es que todavía se estaban asentando los fundamentos del partido después del cataclismo que padeció el centro derecha en 1982. (...)
(...) Fraga vivía personalmente cada etapa del partido que estaba creando. Participaba en todo, en todo intervenía, disfrutaba con las buenas noticias y sufría como el que más con las que no lo eran tanto. Fraga pasó grandes dificultades antes de que se pusiera en marcha la financiación pública de los partidos políticos. Hubo momentos de auténtica agonía, porque no conseguía los recursos que requería aquel proyecto, un proyecto nacional de centro derecha. (...) Pero Fraga no se rendía nunca.
El punto culminante de las reuniones eran los famosos maitines, que el mismo Fraga instituyó y que consistían en las reuniones de los lunes por la mañana, bastante temprano. Con Fraga presidiéndolas eran, además de una sesión intensa de trabajo, un espectáculo excepcional, a veces deslumbrante. A mediados de los años ochenta se había formado un grupo de gente joven, entre ellos Rodrigo Rato y yo, que asistía con regularidad a aquellas reuniones. Fraga aparecía en la sala del Comité Ejecutivo como un huracán. Se sentaba, sacaba de su cartera una carpeta llena de papeles y empezaba a repartir notas y recortes de periódicos a unos y a otros. Rodrigo Rato me dijo una vez que ir a los maitines resultaba sumamente práctico porque Fraga te daba los periódicos ya leídos. Efectivamente, Fraga nos daba a cada uno los recortes de los periódicos que nos correspondían. Ya venían seleccionados, leídos y subrayados. Aquella energía de Fraga era vertiginosa. Nunca ha logrado detenerse.
(...)
Fraga es la encarnación misma de la pasión política. Vive por la política y de la política. Es su elemento, el único horizonte donde está cómodo, la única atmósfera donde puede respirar. No he conocido a nadie con una vocación tan arraigada en su propia naturaleza, tan indiscernible de su identidad y de su carácter. Eso le ha proporcionado una increíble capacidad para sacrificarse por lo que él consideraba una causa justa o adecuada a los intereses generales, y también ese rasgo de carácter tan propio de Fraga que consiste en empeñarse en ser siempre el primero y marcharse el último. Fraga ha padecido más que nadie las consecuencias de esa ansiedad, que podía conducir a la precipitación, en algunos casos a la dispersión, en otros a una sobreactuación no siempre necesaria. El ritmo vertiginoso que imprimía Fraga a su actividad le llevaba a elaborar y articular proyectos sumamente valiosos, pero también a pasar demasiado deprisa sobre muchas cosas y a no rentabilizar como era posible hacerlo el ingente esfuerzo que estaba desplegando. Ahora bien, a esa energía le debemos nuestro partido. Fraga es el creador del Partido Popular y consiguió articular un proyecto en torno a esa gran visión.
Yo respeto, aprecio y quiero a Manuel Fraga. Durante los años en que he tenido el honor de ser presidente del Partido Popular he puesto especial empeño en que se recordara el puesto que ocupó y la responsabilidad que desempeñó. La historia del Partido Popular sería inconcebible sin él, como no se podrá escribir la historia del conservadurismo español sin tener en cuenta la fugura de Fraga. Es su vida, su carácter y su destino.
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