El cara a cara que enfrentó a Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy había despertado muchas más expectativas en el bando socialista que en los populares. No en vano, el primero tenía poco perder y mucho que ganar. Llegó al debate en la peor situación imaginable: el récord histórico de paro, el escándalo de corrupción que afecta a José Blanco y las encuestas vaticinando una debacle histórica.
Desde el propio entorno del candidato se marcó en el calendario el lunes 7 de noviembre como fecha decisiva para ‘remontar’ la diferencia abisal que les separan del PP en las encuestas. Se mostraban confiados y dejaban ver que Rubalcaba guardaba un arma secreta para derrotar a Rajoy. Pero la realidad fue muy distinta. Esa imagen profesoral de hombre inteligente, preparado, hábil y rápido en el combate dialéctico se diluyó como un azucarillo, dejando ver a un señor cansado, nervioso y tosco. No hubo sorpresa alguna y Rajoy salió del duelo tal y como entró, que es lo que pretendía.
En Ferraz lo tienen muy difícil para vender una victoria de su candidato. La unanimidad de los medios que dan como ganador a Rajoy es apabullante. El País, incluido. Que Público sea el único que da la victoria a Rubalcaba no parece que sirva de mucho consuelo. En las encuestas que se han publicado, más de lo mismo. La lectura más positiva que puede hacer el PSOE es que todo sigue como estaba y eso es, en sí mismo, una derrota sin paliativos. Al finalizar el debate, Rubalcaba rompió a llorar, creyendo que había ganado. Solo unas horas después, en su primera intervención pública, la emoción, contrastada con la realidad, se convertía en resignación: "No me importa quien sea el ganador", proclamaba.
Aún quedan 11 días de campaña pero el margen de maniobra de Rubalcaba es prácticamente nulo y la distancia que tiene que recorrer es inmensa. No habrá más debates y para el vuelco electoral que necesita, los mítines y los actos tradicionales de la campaña electoral, cada vez menos influyentes, se antojan más que insuficientes.
La sensación general es que para el 20-N ya está todo el pescado vendido. Perdidas las elecciones, la batalla de Rubalcaba es otra. Desde que finalice el escrutinio en la noche electoral comenzará una guerra sin cuartel en el PSOE por el control de partido. Quizá por eso, en el debate Rubalcaba ya trató a Rajoy como presidente del Gobierno. Su meta es ahora ser el líder de la oposición, para lo que perder por mucho, o no tanto, sí importa.