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Rubalcaba decepciona

     

Si Rubalcaba albergaba alguna esperanza de recortar puntos en el debate con Rajoy, a estas alturas ya debe ser consciente de que ha dejado pasar la oportunidad más propicia. El aspirante socialista se había preparado a conciencia el encuentro e incluso mostraba un manejo del programa de su rival digno de un opositor avezado. Con ese recurso, algunas interrupciones y la complicidad de Campo Vidal pretendió descomponer a un Rajoy que en la última intervención demostró que iba a lo suyo y que si lo suyo estaba escrito, no iba a tener ningún reparo en ponerse a leer ante las cámaras.

Se esperaba tanto de Rubalcaba, incluso en el PP, que dejó un profundo poso de decepción, incluso cuando relacionó el estallido de la burbuja inmobiliaria con la política económica del primer Gobierno de Aznar. Semejante relectura del pasado fue el continuo argumental del aspirante socialista, empeñado en interpelar a Rajoy sobre unos planes que dependerán, en buena medida, de cómo encuentren los populares las arcas públicas. Derrotado de antemano, trató a Rajoy como el futuro presidente, un error inevitable a la vista de las encuestas y del paso sólido del PP en esta campaña, en la que todavía no se ha registrado ni un tropezón. Y mientras en las filas populares no se da ni un balón por perdido, en el PSOE se fía todo a la capacidad dialéctica de un Rubalcaba que necesitaría al menos otro par de debates para imponerse al rocoso y reservón Rajoy.

A los pocos minutos de terminado el encuentro (con una realización tan sobria que parecía una televisión oficial del telón de acero), el equipo de Rubalcaba cantaba victoria con menos convencimiento que los partidarios de Rajoy, en parte desconcertados por el hecho de que su candidato hubiera aguantado casi sin pestañear los golpes por debajo de la cinta de Rubalcaba.

Mucho más escéptico y precavido que su rival, el candidato popular aguantó el intercambio de golpes con más convicción incluso que sus asesores, más empeñados en criticar las malas artes de Rubalcaba que en ensalzar las virtudes de un candidato popular que trató en todo momento de adoptar un tono presidencial. Los acuerdos previos limitaron el terreno de juego a la crisis, las políticas sociales y unas vagas pinceladas sobre la calidad del sistema democrático. Ni la corrupción ni ETA estuvieron presentes en un cruce de mamporros que por momentos discurría en los bajos fondos y en otros se antojaba una pachanga versallesca tendente a no romper puentes que tal vez sea necesario cruzar a partir del 21-N

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