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Así viven los 'indignados' en el hotel

"¡Por favor, compis! No dejéis objetos personales en las habitaciones", reza un cartel en el interior del hotel.

El Hotel Madrid es un edificio fantasma en pleno corazón de la capital. Lleva tres años cerrado, por su recepción no pasan turistas, no hay trasiego de maletas, ya no suena el timbre que solicita la presencia del botones. Ahora es el "cuartel general" de los llamados ‘indignados’, la "Casa del Pueblo", como ellos dicen. Allí viven atrincherados desde el 15-O, alojados en las mismas habitaciones que antaño sirvieron de acomodo para gentes venidas de cualquier rincón del Planeta, el mismo mundo al que ellos quieren llevar su particular "Revolución Global".

 "Este hotel tiene 100.000 estrellas, sólo falta que te registres tú". Es la bienvenida, en formato de reclamo popular, que aparece escrita en un cartón que pende de la pared que hay detrás de la antigua recepción. Vigila el acceso un individuo grueso de mediana edad, con la cabeza rasurada, acompañado por un grupo de jóvenes que visten camisetas negras y muestran largas melenas. Son los cancerberos okupas de este territorio comanche que ni la Policía puede atravesar, porque la delegada de Gobierno en Madrid, Dolores Carrión, sostiene que un juez debe ordenarlo.

Después de subir los cuatro peldaños de un pequeño hall, aparecen dos ascensores, uno a cada lado, con sus columnas de rejas. No funcionan, no hay energía suficiente que los eleve, aunque el edificio dispone de luz que sólo alumbra a medio gas. Un joven se afana en pegar con celofán las esquinas de una cuartilla con la consigna "¡Por favor, compas! No dejéis objetos personales en las habitaciones". No quieren dejar rastro, no se fían de ellos mismos, temen que alguien les identifique.

En la primera planta, medio centenar de personas pululan en torno a la barra de la cafetería y el espacio destinado a un restaurante. De ahí procede el olor agrio y penetrante de comida recalentada que invade todo el edificio. No hay agua ni calefacción. Los amigos de lo ajeno se llevaron casi todas las tuberías en una ocupación anterior. Pero a los ‘indignados les da igual, "entre nosotros hay fontaneros y reemplazaremos la instalación que falta con tubos de PVC, porque ésos no se los pueden llevar para vender el cobre", responde una joven.

Su intención es convertir la ocupación del Hotel Madrid "en un local de referencia". Tienen varias propuestas: alojamiento para desahuciados, espacio asambleario, banco del tiempo para parados y profesionales precarios, centro social, academia para impartir clases a gente sin recursos,... deben consensuarlo en asamblea.

Continúa el recorrido por los pasillos, cubiertos de falsos techos con amplias roturas que alguien hizo en el pasado para la instalación de nuevas conducciones eléctricas. Viendo esos pasillos flanqueados por habitaciones y una alfombra roja, asalta el recuerdo la famosa escena de El Resplandor en la que Danny Torrance pedalea en un triciclo hasta que en su camino se tropieza con dos inquietantes niñas gemelas de las que huye asustado. En el Hotel Madrid, las puertas de las habitaciones están abiertas y algunas desvencijadas. Pero en la cuarta planta, hay una habitación cerrada, como si fuera la habitación maldita 237 del Hotel Overlook. Hay un somier alzado y apoyado en su puerta, con una advertencia: "No abrir la puerta, porque esta habitación está hecha".

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