El de los "indignados" es un movimiento que va a menos. Tras la entrada floja, muy por debajo de lo esperado, en la manifestación del domingo pasado, la última convocatoria frente al Congreso este martes se ha saldado con una centena escasa de participantes.
Estaban citados, como viene siendo habitual, a través de las redes sociales. Se trataba de acudir hasta la plaza de Neptuno en pijama y acampar allí para pasar la noche. De haber salido bien mañana se hubiese formado un formidable atasco de tráfico, ya que esta plaza es uno de los puntos más cargados de tráfico rodado de la capital.
Pero no ha podido ser. A las siete de la tarde algo más de cien jóvenes se presentaron en la parte baja de la carrera de San Jerónimo con intención de sitiar el Congreso tal y como ya han hecho en tres ocasiones anteriores. Al otro lado de las vallas una docena de furgones antidisturbios con su correspondiente dotación y gran número de agentes. En aquel momento había más policías que manifestantes. Un ratio que los del 15-M todavía no habían alcanzado.
Minutos después, y vista la poca afluencia de público, la policía fue retirándose. A las nueve de la noche sólo quedaban unos diez agentes controlando los accesos a la calle. La manifestación, entretanto, se había partido en dos. Una parte, más numerosa, en la acera izquierda, la otra en la derecha, junto al museo Thyssen. Cada una de las dos mini concentraciones montó una asamblea en la que se empezó a discutir sobre lo divino y lo humano con pequeños megáfonos.
Tan reducido número de manifestantes mantendrán el programa, es decir, dormir al raso en la calle y mañana a las ocho en punto "dar los buenos días a los diputados" en el día en el que se debatirá –y aprobará– en el Congreso la reforma laboral recientemente acordada entre sindicatos y patronal.