El último sondeo, publicado por la encuestadora Datafolha este viernes, adjudica a Rousseff un 52 por ciento de los votos, cinco puntos por debajo de la medición realizada hace dos semanas, pero suficientes para derrotar a su principal contrincante en estos comicios, el candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y ex gobernador del estado de Sao Paulo, José Serra, quien obtendría un 31 por ciento de los mismos.
Esta tendencia parece haberse consolidado tras el último debate electoral, transmitido por TV Globo, donde Rousseff enfrentó sin complicaciones las acusaciones de los otros candidatos -Marina Silva, del Partido Verde, Plinio de Arruda Sampaio, de un pequeño partido socialista, y Serra– que pretendieron relacionar a la política oficialista con los puntos débiles del Gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
La ex jefa de Gabinete soslayó los argumentos de sus adversarios políticos y destacó los numerosos logros conseguidos durante el mandato de Lula, especialmente los económicos que han convertido a Brasil en la primera potencia de América Latina.
Sin embargo, el liderazgo de Rousseff podría verse amenazado por los numerosos casos de corrupción en los que se ha visto envuelta durante la campaña electoral. Hace apenas unas semanas la que fuera su 'número dos' en la jefatura de Gabinete, Erenice Guerra, dimitió tras conocerse su supuesta implicación en un esquema de sobornos para la concesión de licencias de obras públicas.
Un mes antes, Serra acusaba a miembros del equipo de campaña de Rousseff de acceder a información confidencial de las cuentas bancarias de dirigentes del PSDB, incluidas las de su hija, valiéndose de su situación privilegiada como integrantes del partido gobernó, algo que la candidata negó tajantemente.
Estos escándalos, a los que la prensa brasileña ha otorgado una gran cobertura, podrían perjudicar a la política aunque no lo suficiente como para tener que asumir una derrota. Los sondeos revelan que desde que se destaparon estos casos los apoyos a Rousseff han descendido a niveles que harían peligrar su victoria en primera vuelta, pero garantizando su triunfo en un eventual balotaje que se celebraría el 31 de octubre y en el que se enfrentaría a Serra.
Rousseff, de 62 años de edad, cuenta con una corta experiencia en la administración pública como ministra de Energía del Gobierno de Lula y jefa del Gabinete del mismo, posteriormente. Estos cargos no le han permitido darse a conocer entre el electorado, algo que, sumado a su imagen distante, ha jugado su contra desde el primer momento.
No obstante, su principal baza es la cercanía a Lula, quien la apadrinó políticamente y apoyó de forma expresa desde que anunciara su candidatura. Rousseff ha sabido asociar su figura a los éxitos cosechados por el mandatario que han conseguido situar a Brasil como una de las potencias emergentes.
Así, la política apuesta por la continuidad de las estrategias desarrolladas por la administración de Lula, sobre todo en los que se refiere al ámbito económico con un férreo control de la inflación, la imposición de una disciplina fiscal que permita reducir los gastos superfluos del Estado y aumentar las partidas sociales, y un fuerte apoyo a la inversión extranjera.
De forma paralela, Rousseff aboga por aumentar el control estatal sobre las reservas de gas y petróleo del país de modo que Petrobas sea la operadora de todos los campos, la creación de una nueva petrolera pública y la habilitación de un fondo dotado con los beneficios obtenidos de la explotación del crudo y destinado a los sectores educativo y sanitario.
En política exterior, el bajo perfil de la ex jefa de gabinete en el ámbito internacional le ha obligado a reducir las expectativas fijadas por Lula, reduciendo su actuación al impulso de la integración regional, así como a la participación de los países subdesarrollados en la toma de decisiones.
Por su parte, Serra, de 68 años de edad, ha aprovechado esta fisura en el programa electoral de su rival para centrar sus ataques en el acercamiento de Lula al régimen de Mahmud Ahmadineyad en Irán, algo que los brasileños han observado con escepticismo debido a las sanciones impuestas por la comunidad internacional a este país por su programa de desarrollo nuclear.
En el ámbito nacional, el que fuera ministro de Salud durante el Gobierno de Fernando Henrique Cardoso (1995-2003) es partidario de fomentar la entrada de capital privado en algunas de las grandes empresas estatales, aunque de una forma selectiva, lo que le hace ser percibido por la opinión pública como un político radical.
Mientras, Silva, quien se ha beneficiado de la caída de Rousseff en las encuestas, se sitúa en el tercer puesto de esta disputa con un proyecto basado en el desarrollo sostenible del país y en el mantenimiento de los pilares económicos construidos durante el mandato de Lula, con quien colaboró como ministra de Medio Ambiente.