L D (Agencias) Las más privilegiadas han sido las delegaciones de los 15 miembros de la Unión Europea, alojadas en las mansiones especialmente construidas en el parque del Palacio Konstantinovski, que mañana será inaugurado oficialmente como residencia presidencial en San Petersburgo tras una costosa reconstrucción de las ruinas en que había quedado tras la II Guerra Mundial. Cada jefe de delegación, en la mayoría de los casos presidentes o primeros ministros, dispone de una elegante mansión con el nombre y decorado propios de una ciudad rusa y similar a la que ocupa Putin mismo, quien se aloja en la "San Petersburgo". Los líderes de Estados Unidos, China y la India han sido alojados, en cambio, en las suites de tres de los mejores hoteles de la ciudad. Los jefes de Estado de la postsoviética Comunidad de Estados Independientes (CEI), con quienes Putin inauguró este viernes su serie de reuniones, se hospedan junto con sus comitivas a bordo del Silver Whisper, uno de los buques más lujosos de Europa, que ha sido fletado para la ocasión. También en un buque, ambos amarrados en la aristocrática Rivera Inglesa del Neva, se alojan los representantes de los futuros diez nuevos miembros de la UE.
La reconstrucción del Palacio Konstantinovski y de las 40 hectáreas de parque, junto con los canales de acceso al Golfo de Finlandia, las mansiones de los huéspedes VIP y el hotel para sus comitivas, le ha costado a Rusia 200 millones de dólares. La cifra es repetida con indignación por los habitantes de la ciudad, que consideran un derroche la restauración de "unos cuantos palacios" mientras barrios enteros necesitan con urgencia la reparación de la infraestructura urbana y las carreteras. Otros métodos del pasado se han visto estos días: la Policía ha expulsado de la ciudad a todos los habitantes "fichados", con orden de no acercarse a más de 100 kilómetros, las vacaciones escolares han sido adelantadas tres semanas y los estudiantes han sido movilizados como "voluntarios" para atender a los "huéspedes extranjeros".
Los jóvenes no ocultan su descontento por la prohibición del festival de rock que debía celebrarse estos días en San Petersburgo y por "unos festejos para las cámaras de televisión". Por razones de seguridad, durante cuatro días han quedado suspendidos todos los vuelos desde y a San Petersburgo. Los desplazamientos de las caravanas de limusinas de los "invitados de Putin" y de sus esposas, que tienen su propio programa, han paralizado el tráfico de la ciudad, tendida en las dos orillas del río Neva y las islas de su desembocadura. Los puentes tienen vital importancia para la vida de la ciudad y el bloqueo causado por el ir y venir de las comitivas ha motivado alertas en la prensa, pues la ciudad podría sufrir problemas de desabastecimiento de comida y combustible por el colapso de las vías de transporte. La irritación ciudadana alcanzó su punto máximo el miércoles, cuando se ensayó el espectáculo de fuegos artificiales y luz láser que Putin ofrecerá este sábado a sus invitados.
Las autoridades no previeron la concurrencia de un millón de personas para los ensayos y muchos sólo pudieron regresar a sus casas al día siguiente, por falta de transporte público. Y es que para horror de muchos peterburgueses, 85 años después de que el líder bolchevique Vladímir Lenin trasladara la capital a Moscú, la gran metrópolis boreal ha recuperado así parte de su protagonismo mundial. Otros, sin embargo, son optimistas. "Para devolverle a esta ciudad su esplendor, hace falta que los nuestros (en alusión a Putin y su equipo) se mantengan en el Kremlin al menos unos 20 años más", decía un taxista.
La reconstrucción del Palacio Konstantinovski y de las 40 hectáreas de parque, junto con los canales de acceso al Golfo de Finlandia, las mansiones de los huéspedes VIP y el hotel para sus comitivas, le ha costado a Rusia 200 millones de dólares. La cifra es repetida con indignación por los habitantes de la ciudad, que consideran un derroche la restauración de "unos cuantos palacios" mientras barrios enteros necesitan con urgencia la reparación de la infraestructura urbana y las carreteras. Otros métodos del pasado se han visto estos días: la Policía ha expulsado de la ciudad a todos los habitantes "fichados", con orden de no acercarse a más de 100 kilómetros, las vacaciones escolares han sido adelantadas tres semanas y los estudiantes han sido movilizados como "voluntarios" para atender a los "huéspedes extranjeros".
Los jóvenes no ocultan su descontento por la prohibición del festival de rock que debía celebrarse estos días en San Petersburgo y por "unos festejos para las cámaras de televisión". Por razones de seguridad, durante cuatro días han quedado suspendidos todos los vuelos desde y a San Petersburgo. Los desplazamientos de las caravanas de limusinas de los "invitados de Putin" y de sus esposas, que tienen su propio programa, han paralizado el tráfico de la ciudad, tendida en las dos orillas del río Neva y las islas de su desembocadura. Los puentes tienen vital importancia para la vida de la ciudad y el bloqueo causado por el ir y venir de las comitivas ha motivado alertas en la prensa, pues la ciudad podría sufrir problemas de desabastecimiento de comida y combustible por el colapso de las vías de transporte. La irritación ciudadana alcanzó su punto máximo el miércoles, cuando se ensayó el espectáculo de fuegos artificiales y luz láser que Putin ofrecerá este sábado a sus invitados.
Las autoridades no previeron la concurrencia de un millón de personas para los ensayos y muchos sólo pudieron regresar a sus casas al día siguiente, por falta de transporte público. Y es que para horror de muchos peterburgueses, 85 años después de que el líder bolchevique Vladímir Lenin trasladara la capital a Moscú, la gran metrópolis boreal ha recuperado así parte de su protagonismo mundial. Otros, sin embargo, son optimistas. "Para devolverle a esta ciudad su esplendor, hace falta que los nuestros (en alusión a Putin y su equipo) se mantengan en el Kremlin al menos unos 20 años más", decía un taxista.