Tras algunos días de titubeos por fin este martes el Ejército egipcio se posicionó del lado de los ciudadanos, contra Mubarak. Escogió el séptimo día de la crisis para hacer explícito su apoyo, aunque quienes se echaron a la calle siempre lo supieron. El rol asumido por los soldados que patrullaban El Cairo ha sido revelador: se limitaban a evitar los actos de pillaje y sabotaje, protegiendo la propiedad privada. Los egipcios nunca vieron un enemigo en ellos, sino un aliado que luchaba de su lado.
Pero desde ayer, Mubarak está un poco más solo. A través de un comunicado, el Ejército despejaba cualquier suspicacia: no dispararían a los manifestantes de la "marcha del millón", cuyas demandas consideran "legítimas". Los egipcios recibieron con alborozo la escenificación del apoyo, que daba un respaldo esencial a la manifestación. Mientras, las tambaleantes instituciones gubernamentales trataban toscamente de contraatacar: la televisión oficial emitía imágenes de la reunión de Mubarak reunido con la cúpula de Ejército, lanzando un mensaje contradictorio que a estas alturas tenía difícil calado.
Porque, aunque el origen del presidente egipcio es militar –como el de todos los presidentes desde la caída del Rey Faruk- la desconexión con la institución más fuerte del país se ha puesto de manifiesto. Al menos, con el grueso de las tropas, que sienten el mismo hastío que los ciudadanos ante un gobierno que supura corrupción.
Consciente de ello, Mubarak configuró su nuevo gobierno castrense, encabezado por Omar Suleiman, valiéndose de militares afines. El jefe de los servicios secretos, el de finanzas, y el ministro del Interior son generales de renombre, con el que el sátrapa aspira a formar una cúpula fuerte que le devuelva las simpatías de un sector clave. Aunque no deje de ser un brindis al sol.
Esta institución se trata de 450.000 hombres, el principal de Ejército de África, que se sostiene con asesoramiento militar estadounidense. Las Fuerzas Armadas se han decantado por el pueblo al que, según la Constitución egipcia, pertenecen.
Por eso ahora, se encuentra ante una encrucijada, un pulso echado desde el poder en el que habrá que ver quién tiene más fuerza: la nueva cúpula de Mubarak o las bases del Ejército. Si se cumple el precedente tunecino, que tampoco disparó contra los manifestantes, el pulso puede tener un claro ganador.
Que quienes hoy se manifiestan en la Plaza de la Liberación de El Cairo tienen de lado a la institución más fuerte del país, es tener mucho terreno ganado. Casi tanto, como los días que podrían quedarle a un gobierno que lo tiene en su contra.