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DISCURSO ÍNTEGRO DE JOSÉ MARÍA AZNAR

Por su interés informativo reproducimos íntegramente la intervención de José María Aznar en Túnez:

Señor Presidente de la República. Mi querido y buen amigo Zine El Abidine Ben Ali. Señor Secretario General del RSD (Ressemblement Constitucionnel Démocratique), Mohamed Ghariani.

Queridos amigos

Es una gran alegría y un gran honor para mí poder estar hoy en Túnez atendiendo la amable invitación de mi buen amigo, el Presidente Ben Ali.
 
Túnez es un país muy querido para España, y al que nos unen lazos históricos y culturales muy antiguos. Túnez es también un ejemplo de progreso y de apertura en el mundo árabe. Los españoles, cuando viajamos a Túnez, nos sentimos en casa al encontrarnos con un pueblo de gentes abiertas y acogedoras.
 
Cuando tuve el honor de presidir el Gobierno de España uno de los objetivos prioritarios de la acción exterior fue fortalecer y profundizar las relaciones con Túnez.
 
Las reuniones de alto nivel que mantuvimos se desarrollaron siempre en un ambiente de respeto mutuo, de colaboración constructiva y de búsqueda del progreso conjunto de nuestros países.
 
Guardo un recuerdo muy grato del trabajo que desarrollé tanto con el Presidente Ben Ali, como con el Primer Ministro Gannouchi. 
 
Hoy, como todos ustedes saben, estoy alejado de la primera línea de la actividad política. Mi actividad principal está dedicada a pensar la política.
 
En el mundo en transformación en el que vivimos, un mundo que no nos ofrece caminos marcados, es importante tener referencias claras para alcanzar nuestros objetivos. Sin duda, una de esas referencias, para mí, es la colaboración y la amistad entre Túnez y España, porque en tiempos inciertos y en una región sometida a crecientes desafíos, juntos podemos ayudar a potenciar la estabilidad, la justicia y el progreso en libertad. 
 
Por eso hoy celebro el honor que me brindan con esta invitación para debatir sobre "La participación política en un mundo en mutación".
 
Creo que en este mundo de cambios e incertidumbres, pero también de desafíos y oportunidades, fomentar la participación política es un modo de avanzar hacia el bien común sobre la base de principios y valores compartidos.
 
Justamente por esto, debo decirles que yo no creo en eso que se ha dado en llamar el choque de civilizaciones. Es más. Dudo de que la palabra Civilización, al menos en la teoría y en la práctica políticas, pueda y deba usarse en plural. Más bien creo que la civilización es una, con distintas expresiones culturales, con diferentes experiencias históricas, bajo diversas creencias y raíces religiosas.  Pero una única civilización.
 
Lo creo así porque, por encima de esas circunstancias históricas, culturales o religiosas, se pueden, y se deben, descubrir valores comunes deseables para todos. Se pueden y se deben descubrir porque existen.
 
Al contrario, hablar de civilizaciones, en plural, implica dar por hecho que existen mundos distintos y cerrados, cada uno con sus dogmas fundamentales.
 
Esos dogmas fundamentales, al verse como absolutos en su mundo cerrado, son incompatibles con los del otro. E, inevitablemente, esos mundos cerrados tenderán a enfrentarse de forma destructiva.  Es la trampa del fundamentalismo. De aquellos que creen que su propia existencia depende de la destrucción del contrario, del diferente, del que discrepa.
 
Además, esta visión tiene otra cara igualmente perniciosa. Dar por sentado que hay muchas civilizaciones, que da igual una que otra, que da lo mismo unos valores que otros, equivale a renunciar a la propia idea del bien. Como el bien no existe, se renuncia a trabajar en política con el objetivo de alcanzarlo. Esto lleva a mirar con arbitraria  indiferencia crímenes que, por desgracia, han ensombrecido la historia de la Humanidad. Es la trampa del relativismo.
 
Frente al fundamentalismo y al relativismo, creo que lo que hay que reivindicar con fuerza es la civilización. Porque lo que de verdad nos une son unos mismos valores esenciales, que debemos mantener vigentes en toda circunstancia para no regresar a la barbarie.
 
Estos valores los vivimos desde tradiciones culturales, históricas y religiosas distintas. Por eso creo que lo que es realmente necesario es trabajar por una Alianza de los Civilizados.
 
¿Cuál es, para mí, sin duda alguna, el núcleo central de esos valores que nos hacen civilizados? Es el valor superior de la vida humana y de la dignidad de cada persona, con independencia de su origen étnico, de su religión, de su sexo, de su origen social, de sus preferencias políticas...
 
Éstos son los límites que deben respetarse siempre porque son los que marcan la diferencia entre la civilización y la barbarie.
 
De este núcleo central deben partir todas nuestras reflexiones sobre la participación política. En estos tiempos confusos, necesitamos claridad moral e intelectual para acertar en cómo deben estar vigentes estos valores.
 
Siempre será necesario deslindar de nuestra diferente herencia histórica -de la cual podemos estar, cada uno, legítimamente orgullosos- las luces de las sombras. Porque las luces son la civilización y las sombras son la barbarie.
 
Permítanme decirles cuáles son hoy, en mi opinión, la concreción política de esos valores que nos hacen civilizados, y por los que debemos trabajar para que estén vigentes en todos los países del mundo: son la tolerancia, el pluralismo, y la democracia abierta.
 
Los que creemos que la vida y la dignidad de la persona son los bienes superiores, sabemos que hay que respetar al que es distinto, al que piensa diferente, al que tiene otras creencias. Esto, en política, se llama tolerancia.
 
Y la tolerancia tiene que estar plasmada en los ordenamientos jurídicos positivos. La tolerancia es, sin duda, un elemento clave de la civilización.
 
Respetar a las personas no significa compartir o asumir sus ideas. Es más, a veces habrá que combatir ideas perniciosas para evitar que acaben con la civilización.
 
En Europa tenemos la amarga experiencia de no haberlo hecho a tiempo a veces durante el siglo XX. El resultado fueron los horrores de Auschwitz y el Gulag.
 
Hoy, un desafío común a la civilización es combatir las ideas perversas de fundamentalistas que quieren imponer por la fuerza su visión del mundo o una interpretación perversa de la religión.
 
Reconocer la diferencia del otro lleva a admitir también que puede tener parte de razón y a valorar su contribución a la vida en común. La forma de concretar, en el ordenamiento político, este valor de la civilización es reconocer el pluralismo.
 
Esto nos lleva al tercer gran valor político de la civilización que quiero compartir hoy con ustedes. El valor de la democracia abierta.
 
La democracia es la voluntad de todos acerca de lo que afecta a todos. Es un instrumento abierto a la participación de todos para buscar juntos, sobre la base del respeto a la tolerancia y al pluralismo, el bien común.
 
Ello implica elegir libremente, con reglas claras y estables, a un gobernante que se ocupa, por un tiempo limitado, de lo que es común a todos, y que ejerce el Gobierno respetando las leyes y, lo que es aún más importante para todos: la vida y la dignidad de la persona.
 
Democracia y apertura van de la mano porque este modo de ordenar la vida en común lleva inexorablemente a los gobernantes a abrirse a la sociedad y a establecer relaciones de cooperación y de justicia con otras sociedades. Si no lo hacen, están condenados al fracaso.
 
Para ilustrar por qué creo que éstas son las cuestiones básicas de la política me gustaría compartir con ustedes la experiencia de mi país.
 
España es una gran nación con una Historia de siglos. Estamos orgullosos de haber hecho grandes aportaciones al progreso de la civilización. Pero también hemos vivido momentos de retroceso.
 
Hace no mucho tiempo, muchos decían –y yo tengo memoria de ello- que España no podría formar parte de las naciones prósperas y avanzadas del mundo. Muchos nos negaban la capacidad para ser un país abierto donde los principios básicos de los que hemos hablado pudieran alguna vez estar vigentes.
 
Se equivocaron. España pasó de ser un país cerrado, con miedo, a ser una democracia abierta a la sociedad y al mundo. Nos negamos a la inevitabilidad histórica.
 
España se transformó en pocas décadas. Entre todos nos dimos cuenta de que la tolerancia, el pluralismo, la democracia y la apertura podían ser los pilares de un gran proyecto nacional por el que merecía la pena trabajar.
 
Ese proyecto tuvo éxito porque abrió la participación social a todos los españoles.
 
En la política, los españoles pudieron elegir a sus representantes democráticos.
 
En la sociedad, la mujer se incorporó, naturalmente y con plena igualdad, a todo tipo de actividades.
 
En la economía, todos los sectores se vieron beneficiados del dinamismo y las oportunidades que genera una sociedad abierta.
 
Así, España se abrió al mundo y encaró el futuro como una gran oportunidad.
 
La de España ha sido una historia de éxito. Y no por casualidad. Porque nadie está condenado al fracaso histórico pero tampoco tiene garantizada la continuidad del éxito. 
 
Por eso creo que todos los países pueden contribuir al avance de la civilización, pero ninguno tiene asegurada esa contribución.
 
Europa y África, España y Túnez, cada una con su Historia y su cultura, comparten anhelos y problemas. Historia y culturas, en todo caso, mucho más ricas y mucho más emparentadas de lo que parece a simple vista. La Historia de España y de Europa conduce necesariamente a estas tierras. Compartimos Historia y, como debemos compartir el futuro, sería bueno que eligiéramos cómo queremos que éste sea.
 
La lucha por la civilización es universal. Ha tenido lugar allí donde alguien, cualquiera que sea su cultura, se ha rebelado contra la injusticia buscando la justicia; contra el engaño buscando la verdad; y contra la miseria buscando la prosperidad.
 
Todos, con independencia de nuestro origen, compartimos estos anhelos. Alcanzarlos es posible si trabajamos con la claridad moral e intelectual que demanda un  mundo en cambio.
 
Estoy convencido de que Túnez y España, dos naciones amigas y hermanadas por la Historia, tienen una gran tarea por delante. Pueden fortalecerse mutuamente y contribuir juntas al progreso de la civilización en esta región.
 
Túnez ha sido fuente de civilización, y debe seguir siéndolo para que los retos y los desafíos de hoy se transformen muy pronto en los éxitos y oportunidades del futuro.

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