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DISCURSO ÍNTEGRO DE JOSÉ MARÍA AZNAR

Por su interés informativo, reproducimos íntegramente el discurso del presidente de FAES, José María Aznar con motivo de la presentación del libro La palabra bajo fuego del ex presidente colombiano Andrés Pastrana.

Es una gran satisfacción para mí y me llena de alegría presentar el libro “La palabra bajo fuego” de mi amigo Andrés Pastrana, un testimonio vivo y sincero sobre los cuatro años en los que tuvo la responsabilidad y el honor de presidir Colombia. Le agradezco al autor, pero sobre todo al amigo, que me haya pedido que le acompañe hoy en este acto tan grato.
 
Andrés Pastrana es para mí muchas cosas. Pero sobre todo es un amigo, personal y político, de muchos años. Y yo creo que nuestra amistad se fundamenta en una forma parecida de entender la vida y la responsabilidad ante el trabajo.
 
Nos ha unido desde hace mucho tiempo una pasión por la política, por ese afán de intentar mejorar las cosas y de ocuparnos de nuestros países, de creer que la realidad en la que nos movemos puede cambiar hacia mejor. Y esa vocación política se basa en ambos casos en una fe muy grande en la libertad y la responsabilidad.
 
Creo que tanto para Andrés Pastrana como para mi la libertad ha sido la gran pasión de nuestra actuación política, el norte de nuestra conducta y la base fundamental de nuestro entendimiento político, tanto cuando compartíamos el afán de lograr la victoria como cuando nos unía la responsabilidad de gobernar.
 
Y me atrevo a decir que esa pasión por la libertad es también el motor de nuestra actuación hoy, cuando estamos alejados de la primera línea de la política y nos dedicamos, entre otras cosas, a escribir libros.
 
He de decir que como los dos creemos en la libertad y como la competencia es una de las facetas de la libertad, estamos encantados de poder hacernos la competencia de forma amistosa y leal, en esta tarea también difícil y exigente de emborronar páginas, juntar palabras y dar testimonio de nuestras experiencias, opiniones e ideas.
 
Es decir, que nos encanta a los dos poder competir en la noble tarea de escribir  libros y si es posible venderlos. Creo que quienes salen ganando son los lectores y los que se interesan por saber qué ocurrió, cómo se vivió la realidad del poder en unos años decisivos para Colombia.
 
Andrés Pastrana se adentra así en el grupo de políticos que optan por escribir en un libro su experiencia en el Gobierno para poder explicar, no sólo cómo vivieron su etapa en el poder, sino cómo tomaron las medidas que tomaron. Los gobernantes deben decidir y actuar de acuerdo con los datos e informaciones con las que cuentan en un determinado momento, aciertan o se equivocan y son juzgados por los ciudadanos y la historia.
 
Con Andrés Pastrana me unen viejos lazos de gran amistad. Fui invitado por él a Colombia cuando yo era jefe de la oposición y él alcalde de Bogotá, el primer alcalde elegido en una votación democrática y no por designación directa. Gracias a él pude descubrir esa gran nación que es Colombia. Me brindó la posibilidad de conocer las diferentes realidades de este país tan unido a España y, ya en el gobierno, incluyó a España en el Grupo de Países Amigos para ayudar a Colombia, lo que nos permitió recorrer junto a su patria una parte importantísima de su historia.
 
Queridos amigos,
 
Colombia es una democracia antigua,  uno de los países iberoamericanos que ha disfrutado de un régimen de libertades desde hace más tiempo. Ciertamente, más tiempo que España. Pero la democracia colombiana ha visto atacados sus cimientos desde hace años por una violencia brutal, con orígenes diversos. El narcotráfico, la subversión política de la guerrilla o los paramilitares han lanzado con furia su violencia contra el Estado colombiano y, en definitiva, contra los derechos y las libertades de los colombianos.
 
La política no siempre ha sabido afrontar con decisión y responsabilidad esos desafíos.  De hecho, a la altura de 1998, cuando Andrés Pastrana llega a la Presidencia de Colombia, su país era visto en cierto modo como un caso perdido de la Comunidad Internacional. La violencia parecía una maldición insoslayable, y el resto de naciones miraban con distancia y frialdad la tragedia en la que vivía Colombia.
 
El libro que hoy nos convoca resume desde el mismo título, en esa imagen sugestiva de la palabra amenaza por un fuego destructor, el trabajo de Andrés Pastrana esos años. Con una prosa clara y cautivadora, que hace honor ese dominio exquisito del español que tienen los colombianos, descubrimos el peso de la toma de decisiones en esos años duros y difíciles, de los que yo fui testigo de excepción.
 
Si ser político es una profesión exigente y complicada en cualquier país, ser político en Colombia, dedicarse a la cosa pública, llevan esa exigencia y esa complicación hasta los límites del heroísmo. Y no está de más recordarlo hoy aquí. Y no está de más rendir homenaje a las muchas personas, que se han visto privadas de su libertad, como el propio Andrés Pastrana, o incluso han perdido la vida por el simple hecho de dedicarse a mejorar la vida de su país. Un destino cruel y lamentable que ha alcanzado a políticos, periodistas, sindicalistas, empresarios o profesores en ese país torturado que es Colombia.
 
Queridos amigos,
 
Decía antes que una de las facetas peor comprendidas de quienes tienen la responsabilidad de gobernar es la dificultad de la toma de decisiones. Quien gobierna, al menos yo no conozco a nadie, no tiene una bola de cristal para conocer toda la realidad, el pasado y el futuro. Por eso tomar decisiones exige valentía, prudencia y determinación, aun a sabiendas de que los elementos que están al alcance para formarse un juicio son necesariamente incompletos e imperfectos. Pero llega un momento en el que la peor decisión es la que no se toma.
 
Cuando las decisiones se tienen que tomar en unas circunstancias tan convulsas, difíciles y complicadas como las de Colombia, a la prudencia y a la valentía se tienen que unir los principios sólidos y la honradez, si no se quiere caer en el abismo.
 
Eso es lo que descubrimos en estas páginas fascinantes de “La palabra bajo fuego”, el vértigo de la toma de decisiones en un escenario endiablado como pocos y en el que la nota dominante es la soledad. Al final, ser Presidente consiste en recibir la última llamada. Hay un momento en el que no cabe consultar a nadie más y uno se enfrenta en soledad a la decisión. Y eso, pese a que el político inteligente, y Andrés Pastrana es un político inteligente, se sabe rodear de equipos inteligentes, entregados y eficaces. Pero el último eslabón de la cadena es el Presidente.
 
Por esto, la oportunidad de leer por qué se llevaron a cabo determinadas políticas en un momento dado, la posibilidad de ver en qué se basaron las actuaciones de un político para solucionar aquellos problemas a los que se enfrentó, debe ser aprovechada por todos los ciudadanos que quieran saber cómo funciona el mundo en que vivimos.
 
Queridos amigos,
 
En 1998, sabíamos que los problemas de Colombia eran graves y que muchos los miraban con distancia. Sabíamos que sus problemas eran muchos, pero los mirábamos con distancia, como si la combinación infernal de violencia, desafío guerrillero y paramilitar, violaciones de los Derechos Humanos y disolución del Estado no fuera con nosotros, y fuera, por contra, una realidad inevitable para los colombianos.
 
El gobierno de Andrés Pastrana cambió esa percepción y esa actitud del resto del mundo. Para mí, ese es sin duda uno de los principales logros de esos cuatro años de Presidencia. Colombia empezó a interesar y a preocupar. Y, lo que es más importante, a ocupar el trabajo de las cancillerías y los gobiernos de muchos países.
 
El resto de naciones amigas se dio cuenta de que el futuro y el destino de Colombia eran importantes, que había que apoyar a un gobierno democrático con un programa ambicioso para su país. Que el futuro de nuestra libertad y de nuestras democracias también dependía del futuro de la libertad y de la democracia de Colombia. El gobierno de Andrés Pastrana logró un éxito absoluto en este aspecto.
 
Queridos amigos,
 
La mayor apuesta del gobierno de Andrés Pastrana fue la búsqueda de una solución al desafío brutal que suponían las FARC, un grupo terrorista que nunca dudó en utilizar los métodos más brutales para imponer su proyecto totalitario, y en usar el narcotráfico para financiarse. Una apuesta arriesgada y no fácil de comprender.
 
Pero los gobiernos amigos apoyaron a la democracia colombiana, como lo solicitó Andrés Pastrana. Como señala otro buen amigo, el Presidente Bill Clinton, en el prólogo del libro, la respuesta fue que las FARC continuaron con sus secuestros y asesinatos. Es muy posible que el pueblo colombiano, sin haber explorado ese camino y comprobar que la buena fe y la decencia sólo estaban del lado de los gobernantes democráticos y de los representantes del Estado de Derecho, no hubiera ganado tanta determinación para defender sus libertades y sus derechos.
 
Tampoco la actitud internacional sería la que de hoy en día. A la altura de 1998 no eran pocos en Europa y en otras partes los que, con la confusión moral propia de esa izquierda caduca y acomodaticia que añora todavía el paraíso comunista y en secreto sigue creyendo en la revolución, las FARC y otros grupos subversivos no eran más que nobles luchadores por la justicia social.
 
Y justificaban y excusaban sus secuestros y asesinatos con el endeble argumento, que hemos oído miles de veces, de que eran por una buena causa. El sufrimiento del pueblo colombiano no era considerado porque la utopía comunista tendría que esperar en Europa pero era posible en Colombia. Yo creo que uno de los legados más importantes que ha dejado el gobierno de Andrés Pastrana es, precisamente, haber acabado intelectual y moralmente con esa perversión. Ya nadie puede, sin caer en el más descarnado cinismo, defender lo indefendible.
 
Queridos amigos,
 
El gobierno de Andrés Pastrana tiene también otros logros significativos. Creo que su trabajo en favor de los derechos humanos y su apoyo a unas Fuerzas de Seguridad dignas de una democracia son hitos que no podemos olvidar y que han fortalecido al Estado en su lucha por la democracia.
 
Y, sobre todo, la lucha contra los cultivos ilegales y el narcotráfico, verdadero cáncer que consumía a las instituciones y que fueron objeto de un apoyo internacional muy significativo con el llamado Plan Colombia.
 
Y es que el gobierno de Pastrana tuvo sin duda una sensibilidad y una inteligencia particular para atender las necesidades sociales de su país. Lo demostró también tras el terrible terremoto que desvasó el Eje Cafetero.
 
Andrés se resistió a la tentación de aprovecharse del cansancio y la desesperación del electorado y se abstuvo de promesas mesiánicas. Frente a aquellos que optan por el populismo, Andrés ofreció su trabajo, un proyecto serio de gobierno, semillas que sabía que tardarían en germinar, pero que son lo mejor que un político puede ofrecer a su país, proyectos a largo plazo y no fórmulas milagrosas, soluciones rápidas para contentar a la población sin acudir realmente a la raíz de los problemas.
 
Queridos amigos,
 
He dicho antes que con Andrés Pastrana me une una larga amistad. Que compartimos una misma pasión por la libertad. Somos compañeros de ideales, creemos en la libertad como un valor irrenunciable para los ciudadanos, también creemos en la seguridad como un derecho fundamental. Creemos en la democracia como sistema y en los valores democráticos por encima de todo. Andrés se enfrentó a situaciones muy difíciles durante su mandato, pero supo anteponer la responsabilidad a la desidia, prefirió tomar decisiones que podían ser malinterpretadas por la sociedad o que minasen su popularidad con tal de hacer aquello que consideraba correcto y que era mejor para su país.
 
Ahora Andrés y yo, además de compartir amistad y principios políticos, somos también colegas escritores. Y por ello me gustaría destacar que el testimonio de Andrés Pastrana no es sólo una referencia para la Historia. No sirve sólo para entender lo que pasó en unos años cruciales.
 
El libro de Andrés Pastrana nos habla también del futuro en el que creemos los dos. Y creo que eso nos une ahora con más fuerza que las muchas batallas en las que hemos estado juntos. Porque estamos convencidos de que es posible una Colombia democrática y en paz, en la que los colombianos puedan disfrutar con seguridad de sus derechos y de la libertad. Se puede vencer al terrorismo, al narcotráfico y a la subversión.
 
De Andrés Pastrana se puede decir –y yo lo digo hoy- lo mejor que se puede decir de un gobernante: que su país, Colombia, era mejor y estaba mejor al terminar su mandato que al comienzo de éste. Y pienso que Andrés también se sentirá orgulloso de que su sucesor –mi amigo y admirado Presidente Álvaro Uribe- haya sido capaz de mejorar todavía más la realidad de Colombia, mediante una política que probablemente hubiera sido mucho más difícil si no hubiera partido de lo que Pastrana dejó hecho.
 
Siempre me llamó la atención la capacidad emprendedora de los colombianos, que han sabido vencer a las dificultades humanas y naturales. Estoy convencido de que el futuro de Colombia es brillante, como país libre y democrático, próspero e integrado, abierto al mundo, líder en la región andina y en la comunidad iberoamericana. Es la Colombia por la que trabajó con denuedo y con valentía Andrés Pastrana. Es la Colombia en la que creo yo también.
 
Y ahora nos toca, con la fuerza de la palabra, la palabra libre y sugestiva, esa palabra que siempre estará amenazada por el fuego de los enemigos de la libertad, trabajar por los ideales de democracia, paz y libertad por los que trabajamos y seguimos trabajando.
 
Muchas gracias. 

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