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DISCURSO ÍNTEGRO DE CARLOS ALBERTO MONTANER

Reproducimos a continuación el discurso de Carlos Alberto Montaner pronunciado este miércoles, tras recoger el Premio a la Libertad concedido por la Comunidad de Madrid. Bajo el título: "Tolerancia y Libertad", Carlos Alberto Montaner ha expresado su más sinceros agradecimientos a la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, por su compromiso con una "Cuba Libre". El periodista y político cubano ha abogado por una "transición pacífica" hacia la democrácia y la libertad en la Isla, siguiendo el ejemplo de la producida en España en 1975.

LA TOLERANCIA Y LA LIBERTAD
 
Les agradezco a la Comunidad Autónoma de Madrid y a su presidenta, Doña Esperanza Aguirre, la alta distinción que significa recibir el Premio a la Tolerancia en este 2007, premio que ya le otorgaron hace dos años a mi querido compatriota Raúl Rivero, un extraordinario poeta, y muy especialmente porque hoy comparto ese honor con la señora Khady Koita, una admirable luchadora por el derecho de las niñas y mujeres a no ser mutiladas contra su voluntad en virtud de rituales atávicos profundamente lesivos a la dignidad de las personas, absurda ceremonia que no debería tener cabida en nuestra época.
 
Se da la circunstancia, además, de que nos acompaña la señora Pilar Elías, viuda de Ramón Baglietta, un honorable español cobardemente asesinado por ETA, quien recibiera el galardón en el 2006. La señora Elías, una persona que ha sabido colocar su fortaleza cívica y moral por encima de los naturales deseos de venganza, el año pasado conmovió a la opinión pública mundial con su asombrosa historia -el señor Baglietta le había salvado la vida a Kándido Aspiazu cuando era un niño, quien luego creciera para asesinarlo-, pero su dolor sirvió para ilustrar algo que hoy, gracias a la divulgación de su ejemplo, se entiende mejor: la lucha en España no es entre los que desean fundar una nación independiente y los que se oponen a ello, sino entre una banda de asesinos decididos a imponer su voluntad a la inmensa mayoría del país mediante la intimidación y el crimen, y unos ciudadanos empeñados en defender con su vida el imperio de la ley y de las instituciones democráticas.
 
Debo agregar, con satisfacción, que me resulta especialmente significativo haber sido escogido para recibir este premio por un comité presidido por Doña Esperanza Aguirre, una amiga y aliada permanente en el esfuerzo por difundir los ideales liberales, quien siempre, además, ha estado permanentemente junto a los demócratas cubanos, defendiéndolos de todos los atropellos causados por la dictadura comunista, incluso en circunstancias políticas en las que sólo podía cosechar inconvenientes y críticas.
 
Sobre la tolerancia
 
La definición más urgente y precisa de tolerancia acaso sea ésta: la decisión de convivir respetuosamente con aquello que no nos gusta, aunque tengamos la capacidad potencial de suprimirlo o evitarlo. Ser tolerantes no significa que aprobemos o aplaudamos costumbres y quehaceres que nos resultan incómodos, desagradables o antiestéticos, sino que admitamos, melancólicamente, que la vida es plural, diversa, cambiante, y que a los seres humanos sólo nos es posible mantener la concordia y conseguir un cierto grado de felicidad si el comportamiento que exhibimos se adapta a nuestras convicciones más íntimas. Cuando se obliga al otro, por la fuerza, a que suscriba ciertos puntos de vista o ciertos modos de vida, cuando se le impone una cosmovisión extraña, se está cometiendo un terrible crimen contra la conciencia ajena.
 
Los seres humanos, para vivir en paz con nosotros mismos, necesitamos un grado de coherencia interna. Necesitamos buscar o expresar libremente nuestras creencias religiosas o nuestras dudas, nuestras particulares formas de vestir o de disfrutar las expresiones literarias y artísticas. Necesitamos satisfacer nuestras particulares curiosidades intelectuales, y manifestar, también libremente, nuestras opiniones y nuestras preferencias afectivas: en suma, necesitamos ser nosotros mismos sin impostar la voz, sin enmascararnos y sin recurrir a hipocresías para sobrevivir.
 
No hay Estado, partido político, u organización ideológica o religiosa que sepa mejor que nosotros mismos lo que queremos y lo que nos conviene. No hay entidad capaz de tomar decisiones de ningún tipo en nuestro beneficio mejor que las que podemos tomar nosotros mismos, incluso cuando nos equivocamos, porque la libertad también incluye riesgos que deben asumirse responsablemente. No hay ogro más dañino, en fin, que el filantrópico, como señalara Octavio Paz, aquel brillante poeta mexicano distinguido con el Nobel.
 
La libertad no es un lujo sino una imperiosa necesidad de la conciencia. Cuando no somos libres, cuando nos obligan a fingir, cuando nos imponen dogmas, rituales, libros sagrados, conductas e ideas contrarias a nuestras verdaderas creencias personales, experimentamos una dolorosa disonancia que, con frecuencia, se trasforma en una angustiosa sensación de falsedad: nos convertimos en farsantes, y esa postura se transforma lentamente en un hondo malestar psicológico, en neurosis, como señaló Carl Rogers, uno de los psicólogos más importantes del siglo XX.
 
Desgraciadamente, todavía estamos muy lejos de vivir en un mundo presidido por el respeto al otro. El siglo XX fue especialmente prolífico en actitudes intolerantes. Cuando los marxistas prohibían libros y los fascistas los quemaban, cuando los comunistas fusilaban “enemigos del pueblo” y los nazis gaseaban judíos, esa conducta criminal se alimentaba de la fatal combinación entre la certeza ideológica -la arrogancia del que cree poseer una verdad única e indiscutible- y el rechazo a la diversidad. El que era diferente debía ser extirpado violentamente del seno de la sociedad.
 
La intolerancia en Cuba
 
Cuando se ha incubado un desprecio total por el que es diferente, surge fácilmente la intolerancia, hábilmente camuflada tras un lenguaje patriótico, lo que permite maltratar sin limitaciones al enemigo elegido, o aplastarlo si fuera necesario o, simplemente, divertido. En mi país, en Cuba, para desgracia de los cubanos, los gobernantes carecen de dudas. Han interpretado el pasado y el presente de manera infalible. Han previsto el futuro de forma inequívoca. Todo lo saben, y, por lo tanto, se sienten autorizados a exterminar a quienes se atreven a disentir, como les ocurre a los demócratas que piden un gobierno abierto, designado libremente por la sociedad en elecciones plurales como las que existen en España y en los treinta países más felices del mundo.
 
Por estas fechas, se han cumplido cuatro años de la llamada “primavera negra”, cuando 75 pacíficos demócratas de la oposición fueron encarcelados y condenados a severas penas de hasta 25 años de cárcel por escribir crónicas sin censura en periódicos extranjeros, prestar libros prohibidos o solicitar una consulta electoral. De esas personas, sólo han sido excarcelados unos pocos prisioneros: los que estaban más enfermos y, además, gozaban de notoriedad internacional. El resto, que son casi todos, permanecen encerrados en las peores condiciones, sometidos a palizas y humillaciones constantes. Mientras tanto, las mujeres de la familia, las dignas Damas de Blanco -representadas en España por Blanca Reyes, quien fue una de ellas-, madres, hijas y esposas de los presos, cuando la ocasión parece oportuna, recorren las calles silenciosamente pidiendo la libertad de sus seres queridos mientras, a veces, son acosadas por las turbas organizadas y enviadas por el gobierno.
 
Desgraciadamente, no son estos 75 los únicos presos de conciencia que hay en el país. Las organizaciones de derechos humanos más solventes hablan de unos 300, y algunos ya han cumplido hasta 15 años de privación de libertad, dato que no debe sorprendernos tratándose de la dictadura cubana: hace pocas semanas Mario Chanes, un ex dirigente sindical, murió en Miami. Había cumplido en Cuba 30 años de cárcel en las condiciones más terribles. Junto a Fidel Castro, había sido atacante del cuartel Moncada y expedicionario del Granma, los dos hechos clave del movimiento revolucionario creado por Castro. Pero Mario Chanes no era comunista y aborrecía la dictadura, así que Castro fue especialmente cruel y vengativo con él, como suele serlo con los amigos o subordinados que se atreven a contradecirlo.
 
No obstante, no todas las noticias que vienen de la Isla son malas. Pese a que el rigor de la tiranía no cede, existe en la sociedad -incluidas en ella la oposición y las zonas más lúcidas gobierno- la convicción generalizada de que estamos en la última etapa de una larga pesadilla que se ha extendido por casi medio siglo. Casi nadie cree que el comunismo podrá sobrevivir mucho tiempo a la muerte del caudillo que lo impuso. Casi todos piensan que un fracasado sistema, montado sobre las falacias del marxismo y organizado de acuerdo con el ineficiente y ya extinguido modelo soviético, no podrá prevalecer mucho tiempo en un mundo en el que han triunfado las ideas de la libertad.

Por eso España es una referencia muy importante para los cubanos. Por eso miramos ansiosamente hacia la Madre Patria: nosotros soñamos con una transición pacífica hacia la democracia y la libertad, parecida a la que supieron construir los españoles en el último cuarto del siglo pasado. Y soñamos también, por qué no, con tener un día la oportunidad, en una Habana libre, de devolver con un abrazo lleno de gratitud la solidaridad que nos han brindado los buenos españoles, como estos que hoy, para ayudarnos en nuestra lucha, han tenido la generosidad de otorgarme el prestigioso Premio a la Tolerancia.            

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