DISCURSO ÍNTEGRO DE AZNAR en Tel Aviv
Por su interés informativo, reproducimos íntegramente la conferencia impartida por José María Aznar este lunes en el foro Herzlyía, de Tel Aviv, Israel.
Señoras y señores, amigos: empezaré diciendo que es un verdadero placer estar aquí hoy con ustedes. Hace unos meses también fui invitado al Foro Atlántico y a la Universidad de Herzliya, y estoy agradecido de que los organizadores de esta conferencia me hayan dado otra oportunidad para volver a Israel.
Yo realmente creo en Occidente. En un Occidente que no sólo es una comunidad de valores abstractos que compartimos –por mucho que los valores sean importantes y incluso esenciales– sino que también es una comunidad de instituciones conjuntas, y sobre todo una comunidad de acciones conjuntas.
La última vez que estuve aquí, presentando el informe elaborado por mi Fundación en Madrid, La OTAN, una Alianza por la Libertad, dije que para mí, Israel es una parte esencial e integral del Occidente. Me voy a repetir, pero siento la necesidad de decirlo otra vez: Israel está ubicado en el Oriente Medio, pero no es una nación del Oriente Medio; Israel es una nación occidental.
Y lo digo para bien y para mal, ya que formar parte del Occidente hoy conlleva no sólo la promesa de más libertad y prosperidad que nunca, sino también el hecho de ser peligrosamente amenazado. Amenazado de verdad, existencialmente.
A mí me parece obvio que 15 años después del final de la Guerra Fría, no estamos donde queríamos estar entonces. Lejos de haber logrado un memorable Paraíso en la Tierra, libre de violencia y de guerras, hoy tenemos que enfrentarnos con un enemigo que, si no haya oposición, acabará con nuestra forma de vida, nuestras libertades, nuestra prosperidad, y nuestra fe.
Ustedes llevan años sufriendo ataques de los terroristas suicidas, pero hizo falta la dramática agresión del 11 de septiembre para que el Mundo reaccionara contra Al Qaeda. Y aún así, se han tardado más años en entender que Al Qaeda es sólo el punto del iceberg con que tenemos que enfrentarnos. El enemigo tiene una ideología, el islamofascismo, y un programa, la yihad, que es a la vez global y letal. Hay muchos ejemplos: desde las caricaturas danesas a las críticas al discurso del Papa en Ratisbona.
Ni hablar de las ambiciones de Hizbolá o Hamás, que ustedes conocen mucho mejor que yo; o las reiteradas declaraciones genocidas de Mahamud Ahmadinejad, que amenazan a Israel con un nuevo Holocausto.
Para mí no hay duda de que la amenaza más importante a la que nos enfrentamos hoy es el Islam fundamentalista.
Ese fue el espíritu en que promocioné el informe que ya he mencionado, La OTAN: una Alianza por la Libertad. Como quizás sabrán, las dos ideas básicas que allí se defienden son: en primer lugar, un cambio del enfoque estratégico de la OTAN, moviendo la organización definitivamente hacia la lucha contra el terrorismo. Si la OTAN fue creada para defender nuestras libertades y estilo de vida, debería seguir haciéndolo, pero contra los peligros actuales.
En segundo lugar, para ser efectiva en un escenario global, la OTAN debería convertirse en una organización global de las democracias occidentales. Los peligros actuales ya han sobrepasado la dimensión atlántica de la OTAN, que debe invitar algunas naciones con ideas afines, dispuestas y capaces de combatir el terror, a convertirse en miembros en pleno derecho. Entre ellos, Israel ocupa un lugar central. Australia y Japón también son candidatos naturales.
Sé que es más fácil decir algunas cosas que hacerlas. Cambiar la OTAN en la dirección que he sugerido es un ejemplo de ello. Dar vida a una transformación de este tipo necesitaría mucha energía y mucho ingenio, pero sobre todo, liderazgo político, algo que no sobra en el panorama político actual.
Como vimos durante la cumbre de Riga hace pocas semanas, la OTAN no ha sido suficientemente audaz para cambiar de rumbo. Hay muchos problemas que socavan la energía de la Alianza, sobre todo, su misión en Afganistán. Es tan imperativo evitar el fracaso allí que la Alianza concentra sus esfuerzos en ese escenario. Y tengo que decir que con razón.
En términos más generales, los resultados de las elecciones de mitad de mandato en EEUU han dado lugar a una dinámica política más complicada. E incluso si las decisiones recientes de George W. Bush, tales como la "opción oleada" -o la estrategia nueva, si quieren- para Irak significan que el presidente está muy comprometido con el éxito y con una estrategia victoriosa, la perspectiva de las elecciones presidenciales venideras en 2008 complicará aún más la agenda exterior estadounidense.
Por otro lado, Europa está atrapada por sus preocupaciones internas y absorta en un intento de encontrar maneras de solucionar un problema que nosotros mismos hemos creado, la llamada Constitución europea. Además, hay problemas objetivos que se harán más agudos con el tiempo, tales como el declive demográfico en que estamos entrando. Si traer niños al mundo es un buen índice de la responsabilidad histórica, debemos admitir que los europeos no tenemos ninguna preocupación con el futuro.
El liderazgo político puede cambiar eso, pero hasta que llegue ese momento, lo que vemos es una Europa abrumada por el miedo. El miedo a la globalización; el miedo a defender nuestra identidad; el miedo a nuestros aliados cuando actúan; el miedo a nuestros enemigos, que puede hacer estragos entre nosotros. Y el miedo favorece la parálisis, no lo olvidemos.
No quiero parecer entrometido, pero incluso aquí en Israel, ustedes tienen que resolver un problema de credibilidad, sobre todo después de la percepción entre muchos de que, por primera vez, Israel no logró una victoria clara el verano pasado contra Hizbolá en el Líbano.
En ese sentido -y no quiero parecer demasiado pesimista porque, al contrario, soy optimista– creo que tenemos que hacer lo que podamos para fortalecer, para reforzar nuestro bando, el mundo occidental. Si realmente queremos prevalecer en esta lucha de civilizaciones, hay un camino que debemos tomar juntos. Debemos empezar la reconstrucción del Occidente. Necesitamos una América atlántica solidamente anclada en el Mundo; necesitamos una Europa atlántica y fuerte; y necesitamos un Israel atlántico.
Permítanme decir algunas palabras acerca de porque estoy convencido de que Israel tiene que ser una parte de la OTAN. Sé que ya se han dado algunos pasos el año pasado de acercamiento entre la OTAN e Israel, pero no creo que Israel deba entrar en la Alianza por la puerta de atrás.
Debemos entender que nos beneficia mutualmente tener a Israel como un miembro de la OTAN en pleno derecho. Veamos, por ejemplo, el caso de Irán.
Creo que nadie ya tiene ninguna duda sobre las intenciones reales de Teherán en cuanto a su programa nuclear. Los ayatolás quieren la bomba, y si no hacemos nada para frustrar sus esfuerzos, tendrán la bomba. Llevamos ya tres años intentando incitar a los iraníes a través de la diplomacia a congelar sus investigaciones, pero sin éxito. Y ahora estamos atrapados en un mal dilema: seguir jugando el juego diplomático, o tomar medidas. Mientras nos decidimos, debemos preparar para lo peor, y lo peor aquí es enfrentarnos en algún momento con un Irán nuclear.
No me malinterpreten. Creo que tenemos que hacer todo lo que podamos para evitar que Irán se convierta en un país nuclear, pero también tenemos que prepararnos a forzar a un Irán nuclear comportarse sabiamente. Si Irán ve y siente que Israel es una parte integral del Occidente, creo que nuestra postura de disuasión se fortalecerá; tener el paraguas de la OTAN sobre el Oriente Medio tendrá, según mi punto de vista, un impacto positivo. No debilitará la estabilidad, todo lo contrario. En el otro caso, tener un Israel cada vez más aislado de nosotros, los aliados de la OTAN, incrementará las posibilidades de que haya un error de cálculo de algún tipo, sumiendo todos en un conflicto de consecuencias incalculables.
En segundo lugar, vemos día tras día como el nacionalismo palestino se está transformando en el extremismo islamista. La victoria de Hamás no sólo trae a los territorios palestinos una retórica más incendiaria contra Israel, sino un orden social basado en la teocracia e intolerancia religiosa, entre otras cosas. De este modo, Israel está expuesto a una nueva amenaza, que surge del extremismo y terrorismo islámicos. El país se ha convertido en otra pieza del puzzle global que los yihadistas están intentando construir. El extremismo islámico se está acercando cada vez más a Israel, amenazando también la estabilidad de toda la región, desde Jordán a Siria.
El Occidente no puede combatir esta ola radical sin Israel. Puede que ustedes decidan que por su propia seguridad deben seguir la política tradicional de confiar sólo en ustedes mismos. Pero el extremismo islámico es un Tsunami más que una ola, créanme. Y contra esta fuerza potente debemos enfrentarnos juntos.
Empecé mis palabras diciendo que creo en el Occidente. Y realmente es así. Pero si para preservar nuestros valores, nuestra libertad, nuestra prosperidad, debemos extender el concepto geográfico del Occidente, no me opondría, todo lo contrario. El Occidente de hoy necesita una geografía distinta. Una geografía que incluya a Israel y algunos países del Oriente Lejano.
Lo que está en juego no es simplemente el futuro de un líder aquí o allá, entre amigos o entre adversarios. Lo que está en juego es nuestra civilización. Está completamente en nuestras manos que venzamos. Pero tenemos que actuar, empezando ya, evitando decisiones incorrectas y tomando las correctas.
Y repito: para mí, introducir a Israel en la OTAN es una decisión correcta y urgente. Se debe hacer, y se puede hacer.
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