DISCURSO ÍNTEGRO DE AZNAR
A continuación reproducimos de manera íntegra el discurso de Aznar.
Permítanme comenzar mi intervención agradeciendo al Presidente del Senado, Doctor Hernán Andrade, su amable invitación para inaugurar este ciclo de conferencias sobre la crisis económica internacional y su impacto en Colombia, un asunto de oportunidad incuestionable.
Gracias, querido Presidente, por darme la oportunidad de compartir mis ideas ante un auditorio tan importante y poder visitar de nuevo un país al que aprecio y admiro.
Quiero saludar de manera muy especial a los ciudadanos de Colombia que siguen esta sesión a través de los medios de comunicación. Quienes nos están viendo por la televisión o nos escuchan a través de la radio son conscientes de la importancia que tiene la seguridad de las personas para conseguir el desarrollo económico y social.
Cuanta más seguridad física y jurídica existe en un país, más libertad hay y más posibilidades existen de reducir la pobreza y la desigualdad. Es importante no olvidarlo en un contexto de crisis económica global como el que ahora afrontamos.
Queridos amigos, desde hace demasiado tiempo los colombianos se han visto sometidos a la violencia de grupos despiadados de fanáticos cuyo principal interés es imponer un sistema totalitario que acabe con la libertad en este país.
A los grupos violentos no les ha temblado el pulso a la hora de asesinar, mutilar, secuestrar o vejar a miles de compatriotas en nombre de intereses espurios. Con ello no sólo han sembrado dolor, miedo y desesperación, sino que también han causado un tremendo daño económico. Además de los miles de víctimas humanas, familias rotas y vidas truncadas, el terrorismo ha lastrado durante muchos años el desarrollo de este país.
Afortunadamente, Colombia está ganando la batalla definitiva por su libertad. Gracias al éxito de la política de seguridad impulsada por el Presidente Uribe que apoya la mayoría de los colombianos, los terroristas que tanto daño y sufrimiento han causado en este país se encuentran hoy acorralados y no tienen otra salida que entregar las armas o ser derrotados.
Quiero aprovechar esta oportunidad que tan amablemente me han brindado para rendir tributo a todos los que han perdido la vida por la libertad de esta gran nación, a sus familiares y allegados, a todas las víctimas del terrorismo. Su testimonio moral y su presencia constante en nuestra memoria son un referente moral para alcanzar la meta.
Honrar su memoria nos señala el camino para continuar nuestro trabajo. Las víctimas son las que dan sentido ético a la lucha de la civilización y la libertad frente al terror y la sinrazón. Con ellas, con todas ellas, están hoy nuestro recuerdo y nuestro afecto.
Señoras y señores, el terrorismo va a ser derrotado en Colombia. Y la derrota del terrorismo es un elemento esencial para que Colombia se pueda situar, de manera clara, entre el grupo de naciones más desarrolladas del continente. Si Colombia lo consigue, y lo va a conseguir, habrá dado el paso más importante para alcanzar un nivel de desarrollo económico y social del que hasta ahora el terrorismo le ha privado.
El fin del terrorismo significará mayor confianza de los inversores internacionales en este país. A mayor confianza, más inversiones. Y con las inversiones llegarán los puestos de trabajo, las oportunidades para las personas, mayores niveles de bienestar y mayor capacidad para proseguir por el camino de las reformas.
Saben bien de lo que hablo porque buena parte de lo conseguido en los últimos años por Colombia tiene que ver con ese círculo virtuoso de la confianza basada en el éxito de la lucha contra el terror, las reformas económicas, la austeridad y rigor en el gasto público, la mayor seguridad jurídica y el incremento de la libertad económica.
Frente a lo ocurrido en otras épocas en que la comunidad internacional miraba hacia otro lado o directamente legitimaba a los terroristas, hoy Colombia no está sola en su lucha por la libertad. Cada día hay miles de voces que se suman en todo el mundo a las de quienes desde dentro de la República solicitan apoyo para quienes creen en la libertad y la democracia.
Modestamente aporté mi granito de arena cuando propuse, siendo presidente del gobierno de España, la inclusión de los grupos terroristas colombianos en la lista de organizaciones perseguidas por la Unión Europea. No fue fácil, pero lo conseguimos. Y hoy lo vuelvo a hacer, también modestamente, cuando desde tribunas como ésta reclamo que todos tenemos la obligación moral de arropar a la sociedad colombiana en su lucha contra el terror.
Señoras y señores, cuando solicito que se apoye internacionalmente a Colombia en su lucha para acabar con el terror; cuando exijo que no se mida en plano de igualdad en determinados foros internacionales a los que creen y defienden la democracia con los que la amenazan; cuando denuncio que sigue habiendo países y personas que dan cobijo y justifican a los terroristas y quienes comparten sus causas o intereses; y, cuando demando que se aprueben Tratados de Libre Comercio que permitan a Colombia acompañar su lucha contra el terror con más libertad y desarrollo económico, no hago sino defender con la mayor convicción mis deseo más ferviente de que Colombia aparte de una vez de su camino la serpiente del terrorismo y viva en paz y libertad.
Señoras y señores, me referiré ahora a la crisis mundial, que preocupa y con razón a cualquier persona sensata. Lo primero que quiero decir es que esta crisis va a impactar sobre todos los países del mundo, como corresponde a una economía globalizada.
En estos tiempos de crisis financiera, de estallido de burbujas de activos inmobiliarios y financieros, de crisis bancarias, de crecimiento cero en la economía mundial, algo que no ocurría desde la segunda Guerra Mundial, de intensa recesión en los Estados Unidos y en Europa, de riesgo de depresión en algunos países y de pronósticos de contracción del comercio mundial, proliferan los enfoques profundamente pesimistas.
Algunos hablan de la crisis de 1929 corregida y aumentada. Se nos recuerdan episodios de inversores lanzándose por las ventanas en Wall Street y colas de norteamericanos hambrientos mendigando por las calles de New York. Algunos han llegado a decir que la caída de Wall Street es a la economía libre lo que la caída del muro de Berlín fue al comunismo.
Mi opinión, sin embargo, es que esta crisis financiera no representa en modo alguno el final de la economía libre y que el riesgo de que la economía mundial entre en una nueva gran depresión es, a fecha de hoy, aún bajo.
Esta crisis mundial sólo tiene una oportunidad de convertirse en algo parecido a una gran depresión mundial, es decir, en una crisis que se traduzca en brutales aumentos del desempleo y en drásticas reducciones de la renta por habitante en todo el planeta, que es lo que ocurrió a principios de los años treinta. Pero esa fatal oportunidad requiere que se cometan los fatales errores de política económica que se cometieron a principios de los treinta. Y debo decir que, desgraciadamente, algunas señales negativas se han producido en los últimos meses.
Señoras y señores, conviene tomar un poco de perspectiva y ser conscientes de que la situación actual sólo se parece a la de 1929 en tres aspectos.
El primero es que las bolsas han caído. Mucha gente ha perdido dinero. Pero es un hecho contrastado que los movimientos de las bolsas a corto y medio plazo no reflejan el estado real de la economía, especialmente durante episodios como los actuales, en que los inversores entran en un estado de nerviosismo que impide ver las cosas con claridad.
El segundo elemento de similitud con los años treinta consiste en el rebrote de la tentación proteccionista en el plano comercial.
La reacción de los Estados Unidos ante la crisis del 1929 fue la de culpar a los extranjeros y promover las compras de productos americanos poniendo aranceles a las importaciones, el arancel Smooth-Hawley, tristemente célebre. Naturalmente, la reacción de los extranjeros fue la de poner aranceles a los productos norteamericanos, lo que desencadenó una guerra comercial que perjudicó a todos.
La tentación proteccionista ha vuelto hoy a los Estados Unidos de la mano de la Administración Obama, pero algunos países europeos tampoco se han quedado atrás. Desde la última cumbre del G-20 celebrada en Washington, y después de toda la retórica establecida en torno a ella, 17 de los 20 participantes han establecido medidas proteccionistas. Y esto significa, y lo digo una vez más, y lo digo muy alto y muy claro, que Colombia no se merece que los Estados Unidos rechacen el Tratado de Libre Comercio con esta admirable Nación.
Tercera similitud, pero en un grado mucho menor: en 1929 había deflación y los precios y salarios bajaban continua e intensamente. La deflación hizo que las deudas familiares fueran inasumibles y eso agravó los problemas financieros de los bancos. Actualmente, la deflación no ha hecho aún acto de aparición y, aunque existen analistas que no la descartan, no parece probable que, en caso de producirse, adquiera la dimensión y la duración que alcanzó en los treinta.
Dicho esto, existen también y sobre todo notables diferencias entre la crisis del 1929 y la actual que nos permiten ser optimistas. La primera es que en 1929 los depósitos bancarios no estaban asegurados. Cuando empezó la crisis, todas las familias se apresuraron a recuperar sus ahorros a sus bancos. Éstos, lógicamente, no tenían el dinero porque lo habían prestado, ya que ése es, precisamente, su negocio, por lo que devolvieron lo que pudieron y cuando se quedaron sin recursos cerraron las puertas.
Millones de norteamericanos perdieron sus ahorros. Nada de eso va a ocurrir ahora porque los depósitos están asegurados. Precisamente, gracias a la lección de 1929.
La segunda diferencia es que en 1929 el sistema monetario se basaba en el patrón oro, que impedía que la Reserva Federal aumentara la liquidez del sistema en momentos de crisis sistémica, lo que provocó un sinnúmero de quiebras bancarias y el descenso en la cantidad de dinero. Actualmente los bancos centrales de todo el mundo están afrontando resueltamente la provisión de liquidez al sistema financiero.
Tercera diferencia: la renta por habitante de los Estados Unidos en 1929 era de unos 6.000 dólares en precios actuales. Hoy está por encima de los 36.000 dólares. Una caída de un 25% cuando uno gana en Estados Unidos 6.000 dólares plantea problemas muy serios de acceso a la compra de bienes básicos. La misma caída cuando esa misma persona gana 36.000 dólares es un problema, sin duda que es un problema, pero no genera problemas humanitarios.
Y lo mismo se podría decir de la segunda economía mundial, la europea. Otra diferencia importante es la tasa de retorno de las inversiones del sector no financiero. En el año 1929, esa tasa era de 0,5%. Es decir, en 1929, si uno invertía un euro, un dólar o un peso fuera del sector bancario, uno obtenía un retorno casi nulo. Actualmente, el retorno de la inversión en sectores no financieros fue nada menos que del 10%.
Eso quiere decir que, cuando los financieros vuelvan a la calma, que es presumible que algún día vuelvan, y si los políticos no se han encargado antes de forzar el colapso económico, la economía libre no sólo no desaparecerá sino que la economía norteamericana saldrá hacia una nueva senda de crecimiento, salvo que el actual gobierno norteamericano cometa graves errores de política económica, por ejemplo, el proteccionismo comercial salvaje o la expansión descontrolada del gasto público. Los dos peligros existen.
Queridos amigos, creo innecesario dedicar tiempo a explicar cómo se fraguó y expandió la crisis mundial, porque a estas alturas todos ustedes lo saben mejor que yo.
Pero sí creo oportuno precisar lo que, en mi opinión, ha fallado, porque para plantear respuestas eficaces ante la crisis es imprescindible diagnosticar bien lo que ha pasado. Y estamos hablando de la primera crisis global del mundo. Porque errar en el diagnóstico puede llevar fácilmente a aplicar una terapia equivocada que no haga sino agravar la enfermedad.
Pues bien, en la Gran Depresión de los años 30 del siglo XX, como ocurre ahora, se pretendió culpar al mercado de los fallos del Estado y también de los errores de quienes libremente toman decisiones en una economía de mercado. Hoy se comparte ampliamente que la crisis económica mundial tiene su origen fundamental en varios factores clave. Y se los voy a resumir en seis factores clave.
En primer lugar, los excesos cometidos por los principales bancos centrales del mundo, comenzando por la Reserva Federal de los Estados Unidos y continuando por el Banco Central Europeo y los bancos centrales asiáticos, que cometieron el grave error de inundar de dinero la economía mundial.
En segundo lugar, los graves errores cometidos por los Estados en su función de regular adecuadamente la actividad financiera.
En tercer lugar, los errores cometidos por los Estados en su responsabilidad de supervisar correctamente la salud del sistema bancario y el buen funcionamiento de los mercados de valores.
En cuarto lugar, las profundas equivocaciones de buena parte de los gobiernos en el planteamiento de sus políticas públicas. El gobierno de los Estados Unidos se equivocó gravemente en su política de vivienda, que se ha demostrado imprudente por los avales públicos concedidos masivamente a personas insolventes. En Europa, la mayoría de los gobiernos se equivocó apostando por el gasto público excesivo y la ausencia de reformas económicas.
En quinto lugar, los excesos cometidos por la mayoría de los bancos en casi todo el mundo, que con grave miopía y notable imprudencia incurrieron en graves errores de gestión del riesgo, concediendo un enorme volumen de créditos sin suficientes garantías.
Y en sexto lugar, la grave falta de transparencia, profesionalidad y ética en los mercados financieros, que se ha traducido en estafas y escándalos multimillonarios.
Pues bien, amigas y amigos, ante esta crisis, caben dos tipos de reacción política.
Una primera opción consiste en reaccionar con mayor intervención pública, mayor -que no mejor- regulación, mayor rigidez en los mercados y mayores dosis de proteccionismo ante el exterior.
Van a ser muchos los países que, de la mano del dogmatismo político, avancen por este camino del recorte de la libertad económica. Pero no es ésta la única vía. Hay también líderes políticos que aprenderán de los errores cometidos y actuarán con inteligencia y pragmatismo.
Estos serán los que optarán por corregir los errores del Estado en su manejo de la política monetaria, en su actividad supervisora y reguladora, y en sus políticas públicas, incluida la de acceso a la vivienda.
Serán los que refuercen la información y transparencia en los mercados financieros. Serán los que reformen su legislación penal para que aquellos que violen las reglas del mercado estafando a otros ciudadanos lo paguen adecuadamente. Estos países serán también los que con mayor probabilidad complementen lo anterior con reformas estructurales en la dirección de la liberalización, la flexibilidad y la apertura comercial. Es decir, los que reaccionen ante la crisis con mayores dosis de libertad económica.
Quiero trasladarles mi convicción de que la salida de la crisis será muy diferente para ambos grupos de países. Los que opten por la primera vía, tardarán en remontar el vuelo. Los segundos, por el contrario, serán los primeros en superar la crisis y en volver a crecer y a crear empleo.
Queridos amigos y amigas, para que Colombia pueda minimizar el impacto de la crisis económica internacional es imprescindible no avanzar por el camino equivocado.
Y también es fundamental perseverar en la seguridad jurídica y el fortalecimiento de sus instituciones democráticas.
Todos somos conscientes de los avances que ha dado Colombia en esta materia, en paralelo al paso atrás dado por algunos países vecinos.La arbitrariedad se ha abierto paso en la economía de algunos países de la región. La palabra dada, el contrato y la ley se han convertido, de la mano del populismo, en mero papel mojado. Hoy los empresarios e inversores en algunos países de América Latina, y con ellos los trabajadores y el conjunto de la ciudadanía, están expuestos al capricho del populista de turno.
No es extraño despertar cada día con la noticia de alguna expropiación caprichosa, la coacción a empresas y medios de comunicación, o la vulneración por algunos estados de sus propias leyes. Con ello, por desgracia, no sólo queda en entredicho el crédito del país en cuestión, sino que se ahuyenta a los inversores del conjunto de la región.
De ahí la importancia de gestos claros desde las instituciones de países como Colombia en materia de seguridad jurídica y fortalecimiento de la democracia y el estado de derecho.
Colombia tiene hoy una oportunidad histórica para ponerse, por méritos propios, a la cabeza de las naciones más democráticas y desarrolladas del continente. Para ello, es necesario profundizar en medidas como las ya adoptadas por el gobierno colombiano en materia de separación de poderes, respeto a la ley y transparencia.
Es indispensable avanzar en el camino de la libertad; la democracia, el buen gobierno y la transparencia, blindando a Colombia frente a la debacle que representa el populismo.
Es imprescindible, en definitiva, acompañar el crecimiento económico con garantías para el respeto de los derechos fundamentales; la igualdad entre hombres y mujeres; o la consolidación de la educación universal como fundamento básico del desarrollo.
El tercer elemento para posicionarse bien ante la crisis tiene que ver con el desempeño económico propiamente dicho. Un desempeño que está íntimamente relacionado con el papel del Estado en la actividad económica del país.
En esa materia, lo realizado por Colombia en los últimos años también obtendría una buena nota. Siempre he creído que los países mejor preparados para afrontar las crisis son aquellos que llegado el momento, pueden sacar fuerzas de su flaqueza y de su mejor estado de forma.
Los estados son comparables, en muchas cosas, con las personas. Del mismo modo que una persona obesa tendrá más dificultades que una bien entrenada para subir una pendiente severa, un Estado bien entrenado en el rigor económico se posicionará mejor ante la actual coyuntura que otros sobredimensionados y estáticos, acostumbrados al consumo desmesurado de dinero público y a la dieta del “presupuesto basura”.
En mi opinión, Colombia acertará si sigue apostando, como viene haciendo desde hace algún tiempo, por el control de las finanzas públicas, la austeridad y la contención del gasto público. Seguir apostando, en definitiva, por adelgazar el peso del Estado sin dejar de fortalecer a la vez los músculos económicos que permiten afrontar mejor las adversidades. Y no existen mejores músculos económicos que los relacionados con la libertad.
Algunos parámetros del desempeño económico de Colombia en los últimos años son muy ilustrativos en ese sentido, como también lo es lo acontecido en España.
Gracias a la confianza que ha sabido generar Colombia se encuentra en mejor posición que otros países para afrontar la crisis internacional. La deuda externa de Colombia se ha reducido a la mitad en tan sólo ocho años, pasando del 41% al 21% del PIB. La relación entre ingresos en cuenta corriente y deuda externa se ha incrementado más de un 40%, lo que permite mayor capacidad de pago y repercute en un menor riesgo país. Otros países de la región han avanzado, como les decía antes, por el camino contrario.
La deuda pública externa representa hoy menos del 40% del total de la deuda pública, lo que expone menos a Colombia ante los riesgos cambiarios y de refinanciación. Un déficit inferior al 3% en el gobierno nacional central y por debajo del 1% en el sector público consolidado invitan a pensar que, gracias a sus actuales condiciones macroeconómicas, Colombia afronta en mejores condiciones la crisis que otros muchos países.
Queridos amigos, la experiencia de España también puede ser de interés, porque supone la demostración práctica de que el camino del desarrollo es posible mediante la aplicación de las ideas de libertad económica. Hoy España es un país de 28.000 dólares de renta por habitante que en quince años ha conseguido pasar del 80% de la renta media europea a alcanzar esa media. Y eso no se consiguió por casualidad.
Durante los ocho años que tuve el honor de presidir España, la tasa de paro bajó del 23% al 11%. Tampoco fue el fruto de la casualidad. Se crearon más de cinco millones de nuevos empleos, tampoco fue fruto de la casualidad.
Queridos amigos, mi gobierno decidió sustituir una opolítica económica fracasada económica y socialmente por otra muy distinta, fundamentaba en la austeridad del gasto público, el equilibrio presupuestario, la reforma fiscal, la apertura comercial, las privatizaciones, las liberalizaciones, la libre competencia, la lucha contra los monopolios y oligopolios y la seguridad jurídica. Y esto en política, fue un proyecto, fueron unas decisiones y después fueron unos hechos y unas realidades. En ocho años, el peso del gasto público se redujo diez puntos, pasando del 50% al 40% del PIB.
En mis tres últimos años de gobierno se alcanzó el equilibrio e incluso el superávit presupuestario, a pesar de haber arrancado con un déficit público de más del 7% del PIB. Los tipos de interés de la deuda pública se igualaron a los de Alemania, a niveles del 3 por ciento. Y eso fue posible porque la deuda pública redujo su peso del 70 % del PIB al 50%, y alcanzó, por primera vez en su historia, la calificación de triple A. Una calificación que, lamentablemente, España acaba de perder.
En 1996 España tenía déficit en el sistema de Seguridad Social. Dejamos el Gobierno con superávit en la Seguridad Social y con un Fondo de Pensiones público de varios puntos del PIB.
Las privatizaciones y liberalizaciones emprendidas en aquellos años favorecieron a los consumidores, hasta el punto de reducir las facturas mensuales más de un 30 por ciento, a la vez que dotaron de extraordinario dinamismo a muchos sectores productivos, entre ellos, el energético, el financiero y el de las telecomunicaciones. Muchas empresas españoles iniciaron entonces su éxito internacional.
Algunas las conocen ustedes bien.
Gracias a las medidas de recorte del gasto fueron posibles, en 1999 y 2003, las reformas fiscales que beneficiaron a todas las familias y, sobre todo, a las de renta más baja.
Esa es nuestra manera de hacer política social. Con menos impuestos y más empleo, es decir, con más libertad y más oportunidades para que los ciudadanos elijan su futuro. Siempre mantendré que la mejor política social es el empleo. Quiero decirles hoy que es tiempo de transformar las dificultades en oportunidades, que es tiempo para presentar una amplia agenda de reformas que abarque todos los sectores económicos y que haga el país más atractivo y competitivo. Esto ayudará a salir de la crisis y a preparar el país para el futuro. Ésa es mi experiencia, esa ha sido mi experiencia y esa puedo contar que es la realidad y la historia de mi país.
Queridos amigos, Colombia no tiene ante sí mejor y más seguro camino hacia la prosperidad que garantizar la seguridad, acabar con el terrorismo, fortalecer la democracia, apostar por el rigor y la austeridad y promover la libertad económica a nivel internacional.
Animo, en definitiva, de modo entusiasta a los representantes del pueblo colombiano a apostar por este camino. El único que en todo el planeta ha permitido prosperar a las naciones y a sus pueblos: y que se llama el camino de la libertad.
No quisiera finalizar esta intervención sin agradecer de nuevo al pueblo de Colombia su cálida hospitalidad, y al Presidente del Senado su invitación para inaugurar este ciclo de conferencias.
Saben que en mi persona, y en cuantas trabajan conmigo en la Fundación FAES, encontrarán siempre amigos y leales colaboradores que confiamos y creemos en el gran futuro en libertad que se merece el pueblo colombiano.
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