Quiero que mis primeras palabras sean para expresar mi más profundo agradecimiento por el honor y la distinción que hoy recibo al ser investido como profesor honorario de esta prestigiosa Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Conozco desde hace años el trabajo excelente y los principios sólidos que cimentan el trabajo de esta Universidad. Por eso, a la satisfacción por recibir un honor como el que hoy se me hace, se une el orgullo de pertenecer a partir de ahora, si quiera de manera honoraria, a un claustro de profesores tan solvente y reputado.
Se me invita a hacer una reflexión, que hace las veces de primera lección, sobre los retos que hay en el mundo de hoy para la libertad y el progreso. No es una tarea fácil resolver en unos cuantos minutos la cuestión. Pero creo que la cuestión está bien planteada. La libertad y el progreso tienen retos en el mundo de hoy, es decir, que hay amenazas serias, vitales si se quiere, contra la libertad y el progreso.
Hay que decir que tampoco es algo nuevo. La historia nos enseña que la falta de libertad y la falta de progreso son abrumadoramente mayoritarios en la Historia de la Humanidad. Durante siglos millones de personas, en las distintas culturas, lugares históricos y tiempos, han vivido sus vidas con su capacidad de acción cercenada, con oportunidades muy limitadas, en definitiva, con su libertad muy mermada y en condiciones de bienestar que hoy nos parecerían francamente inaceptables.
Pero también hay que señalar con la misma contundencia que la libertad humana, la concepción de la persona como un ser lleno de dignidad inalienable y libre y responsable en sus actos es una aspiración y que se ha ido conformando a lo largo de los siglos. Me gustaría recordar hoy que ese es la concepción correcta y que cualquier otra concepción que niegue ese dignidad fundamental, sea cual sea la cosmovisión filosófica o religiosa que esté detrás, ha llevado en términos históricos a niveles de sufrimiento y de miseria humana inaceptables.
La libertad y el progreso han sido lentas conquistas de la humanidad, con aportaciones de distintas culturas y tradiciones. Y sin dudo la libertad humana es, en las palabras inmortales de Miguel de Cervantes, “el bien más preciado que los cielos dieron a los hombres y por el cual se puede y aun se debe arriesgar la vida”. Pese a los cuatro siglos transcurrido desde entonces, creo que no se puede sintetizar mejor de lo que estamos hablando y que es el asunto de mi disertación.
Por otra parte conviene recordar que el progreso económico está ligado históricamente a las sociedades en donde más libertad e iniciativa se reconocía las personas que las conformaban. Si miramos el mapa de las naciones más prósperas del mundo y las de aquellas que han gozado de más libertad política veremos que coinciden de manera perfecta. A más libertad hay más prosperidad. Y eso es una prueba de que las personas, en un ambiente de respeto a sus derechos y de libertad, pueden desarrollar la iniciativa, la imaginación y la innovación que han sido desde los albores de la historia los motores del progreso económico y del bienestar. Pero también hay que recordar que nada está ganado y que la historia no es lineal, que puede haber y de hecho hay retrocesos en la libertad y en el progreso.
Señoras y señores,
Llegados a reste punto conviene hacerse una pregunta: ¿Cuándo empieza el mundo de hoy? Posiblemente sea una tarea imposible de resolver. Pero me parece que hay dos fechas que todos los que estamos aquí presentes tenemos vivas en nuestra memoria. Me refiero al 9 de noviembre de 1989 y al 11 de septiembre de 2001. Y las dos tienen una significación muy precisa y de la que es posible extraer algunas reflexiones útiles e interesantes para afrontar los retos del futuro. A ello hay que añadir un tercer elemento que es la revolución tecnológica y la globalización.
El 9 de noviembre de 1989 fue derribado el Muro de Berlín. A muchos nos sorprendió ese torrente de libertad que fue capaz de liquidar un símbolo de la infamia y de la opresión que había dividido a Europa durante décadas y que a vece3s parecía eterno. Fue un día de alegría y de esperanza desbordantes. El Muro era la encarnación de la opresión comunista, esa utopía totalitaria que causó millones de muertos el siglo pasado y que oprimió y arruinó las vidas de millones de personas durante décadas.
El comunismo es una clase de una especie común: la del totalitarismo utópico. Comparte muchas características con el otro horror del siglo XX, el nacionalsocialismo y el fascismo. Lo que une a todos ellos es el afán de implantar una utopía social por encima de los derechos de las personas. El llamado hombre nuevo no podía detenerse, en la mente y en la acción de los dirigentes comunistas así como en la de los nazis, frente a la pequeñez de las personas que tenían una dignidad y unos derechos.
La utopía no se detenía frente a la realidad de personas de carne y hueso con derechos y libertades. Los derechos del individuo tenían que ceder frente a los derechos de la colectividad, fuera este la comunidad racial y nacional de los nacionalsocialistas o la clase oprimida del proletariado que construiría el paraíso comunista.
El final de la Historia lo conocemos todos. Auschwitz y el Gulag causaron millones de muertos. Arruinaron naciones enteras durantes décadas. Los espejismos de supuestos éxitos económicos parecen hoy una cruel ironía ante los crímenes que fueron cometidos para construir esos supuestos paraísos que escondían la más brutal crueldad. Fue necesaria una guerra costosísima para hacer frente y derrotar al nacionalsocialismo. Antes muchos entonces se negaban a afrontar la realidad y pensaban que el apaciguamiento funcionaría. Ese error fatal no hizo sino complicar las cosas y causar más sufrimiento.
Para derrotar al comunismo fue necesaria otra Guerra, mal llamada fría si pensamos en los millones de personas que murieron al otro lado del Telón de Acero por defender su dignidad y su libertad, con el único delito de no ser uno sumisos absolutos al poder despótico de los creadores de la nueva sociedad. Gracias al coraje de los que supieron defender en ese infierno del totalitarismo comunista y al apoyo de personas con principios, el Muro De Berlín fue derribado esa noche de noviembre que está en nuestra memoria.
La diferencia es que hoy el nacionalsocialismo está desacreditado. Nadie presumiría de simpatías nazis. Sus crímenes fueron juzgados y condenados y hoy son sinónimo del horror sin límites. No ocurre así con el comunismo, que fue cortejado por los intelectuales de izquierda y aun hoy sigue siendo una referencia para muchos. Sus crímenes son menos conocidos y condenados, incluso disculpados, pero fueron mayores en número e iguales en crueldad a los del nacionalsocialismo
Señoras y señores,
Al derribar y desparecer el Muro de Berlín, pensamos que el mundo iniciaba una senda de crecimiento y de libertad. Algunos pensaban que había llegado el fin de la Historia y que la libertad y los derechos de la persona se extenderían y se reconocerían a todos en el mundo. Las excepciones que pervivían, como la cruel tiranía de Cuba, se pensaba que aguantarían poco tiempo y que las excepciones cederían ante el impulso irrefrenable de la libertad. La utopía que había guiado a la izquierda durante décadas se había derrumbado estrepitosamente, dejando huérfanos a los izquierdistas que disfrutaban de las libertades occidentales pero que detestaban los fundamentos y los valores de las sociedades libres, imbuidos de la fatal arrogancia que tienen todos los ingenieros sociales.
En ese momento ocurre un fenómeno muy significativo cuyas consecuencias estamos sufriendo hoy en día. Una cierta izquierda, sin utopía y sin ideales, sin argumentos y sin proyecto ideológico, decide emprender sin complejos el camino del relativismo, excusa para socavar los cimientos de la sociedad libre, y abrazar las causas radicales.
Ante la ausencia de proyecto se dedica a intentar socavar los fundamentos de las sociedades libres. Se obnubila ante el radicalismo islámico, fascinado por otra utopía totalitaria, aunque ese suponga negar los derechos y la igualdad entre hombre y mujeres. Decide ganar apoyos dando la razón a grupúsculos extremistas. Han atacado con dureza y resentimiento a la familia; han dado la razón a quienes han utilizado la violencia para conseguir sus fines; se han fascinado con el radicalismo islámico y culpan a Occidente de los embates del terrorismo que quiere destruir nuestras sociedades.
Sabíamos que los enemigos de la libertad no descansaban y que estaban dispuestos a imponer sus utopías sangrientas. Lo habíamos visto en los Balcanes, donde despertó con fuerza el nacionalismo radical, excluyente y asesino. Lo vimos también en África con el genocidio que se perpetró en la región de los Grandes Lagos. Occidente reaccionó con tibieza, perezoso y con miedo a defender con decisión sus principios y sus valores. Pensó que las tragedias sólo les ocurrían a los otros y que podía sufrir esos crímenes en las pantallas de sus televisores. No era una opción valiente, pero era cómoda y parecía que nuestra libertad y nuestro progreso no se verían afectados.
Señoras y señores,
La otra fecha que todos recordamos es el 11 de septiembre de 2001. Es un día de ignominia y de vergüenza. Ese día despertamos del sueño en el que estábamos sumidos a final del siglo pasado. La realidad era difícil de asumir. Tenemos enemigos. Y esos enemigos quieren destruirnos.
Pero como en los años treinta del siglo pasado, cuando las utopías totalitarias mostraban claras señales de no arredrarse ante cualquier límite moral o humano, Occidente prefirió no hacer caso a las nubes de tormenta que se avecinaban.
El 11 de septiembre de 2001 esas nubes descargaron toda su ira destructora contra la civilización y contra los valores de Occidente. Ese día no sólo fueron atacados Nueva York y Washington. Fueron atacados los valores de la dignidad de la persona, la libertad y el estado de derecho. Y quienes lo hicieron tenían y tienen la voluntad de destruir a quienes no se plieguen a sus designios. No sólo en lo que llamamos geográficamente Occidente. También en la India o en los países musulmanes que buscan avanzar por el camino de la libertad y de la democracia.
Porque los islamistas totalitarios saben que su arma más eficaz es el terror y su objetivo primero es amedrentar a los que se oponen a ellos. Y su primer objetivo son los países musulmanes, destruir a Israel y continuar destruyendo a Occidente. Es una ideología totalitaria con ambiciones globales. Y eso es nuevo en los terrorismos que habíamos sufrido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero no ajeno al nacionalsocialismo ni al comunismo.
Por eso creo que la expresión islamofascismo es correcta para designar a la ideología que mueve a los terroristas del 11 de septiembre o a los que han sembrado de sangre las calles de Estambul, Bagdad o Afganistán. Su fin es destruir o que se rindan aquellos que quieren reconocer los derechos de las personas en todo el mundo, con independencia de las herencias culturales o de las tradiciones religiosas.
Por eso creo que el reto más importante al que hoy se enfrenta la civilización es vencer a los enemigos de la libertad. Porque estoy convencido de que de ello depende nuestra supervivencia y el progreso de todo el mundo. Y para ello creo que es necesario ser firme en la defensa de nuestros valores de nuestra identidad. Sin ir más allá de Europa creo que lo que ha pasado con las caricaturas de Mahoma y con el discurso de Su Santidad Benedicto XVI en Ratisbona es muy significativo.
Lo primero que tenemos que hacer es asumir que tenemos enemigos. Que hay gente que está determinada a destruir nuestras libertades y que no reconoce límites para imponer su voluntad, incluyendo el uso más despiadado del terror. Y para ello hay que reforzar nuestra identidad, la de los valores que nacen de la tradición occidental pero que son sin duda universales.
También hay que reconocer que hay aliados de los enemigos de la libertad. Lo vemos en el resurgir de viejos fantasmas del pasado. Si quienes defendemos las sociedades abiertas y libres retrocedemos los otros llenarán el vacío. Y haríamos bien en tomar en cuenta esas nuevas amenazas. Lo vemos en el resurgir de la utopía comunista. Es más que inquietante que en esta región se empeñen en construir el socialismo del siglo XXI cuando sabemos los crímenes y las desgracias que causó el del siglo XX. Y eso ha ocurrido en este continente desde finales del siglo pasado. Los enemigos de la sociedad abierta han visto una oportunidad que podían aprovechar ante la ofensiva del islamofascismo. Y deberíamos pensar en qué significado tiene que una manifestación convocada por una organización terrorista como Hizbollah enarbole pancartas con las imágenes de su líder hermanado con un determinado dirigente latinoamericano.
Lo segundo que debemos hacer es tener determinación para derrotar a esos enemigos. Utilizando las herramientas que tenemos a nuestro alcance. Apoyando a los que defienden la libertad en países que la niegan a sus nacionales. Pensemos en la actitud valiente y gallarda de los millones de iraquíes y afganos que han desafiado las bombas de los fundamentalistas para ejercer sus derecho al voto y acudir a las urnas. Pensemos en los disidentes cubanos que son perseguidos en su país por los últimos coletazos de una tiranía tan sangrienta como caduca. En los opositores iraníes. En quienes trabajan por la libertad de prensa e información en China. Quienes se empeñan en defender los derechos y las libertades de todos en Venezuela.
En tercer lugar creo que es importante unir y coaligar a los que amamos la libertad frente a los distintos enemigos que se ciernen sobre ella.
Por último creo que es importante no sólo exportar libertad, también prosperidad. Y creo firmemente que sólo hay un camino, porque no hay atajos para la lograr el progreso económico. La economía de mercado, la apertura, las instituciones, la confianza. Eso se puede hacer y se debe fomentar. Frente al proteccionismo, el nacionalismo económico, el intervensionismo. El mundo no se para. Asia está haciendo un avance espectacular. América Latina se puede sumar. Y las oportunidades llegarán si hay instituciones sólidas, que garanticen los derechos de propiedad y den oportunidades a la iniciativa y al espíritu emprendedor de la personas. Estoy convencido también de que ese el camino correcto para crear mejores condiciones sociales en los países que ahora sufren grandes bolsas de pobreza.
Señoras y señores.
Concluyo estas reflexiones agradeciendo una vez más el honor y la distinción que recibo de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Me honra estar ligado a una institución que defiende y promueve los valores de la libertad y de la responsabilidad individual. Estoy convencido de que el trabajo de instituciones como la de esta Casa es fundamental para hacer frente con éxito a los retos que la libertad y el progreso tienen en el mundo de hoy.
Muchas gracias.