Mario Noya. Enviado especial. No me imagino a los colegas venezolanos valiéndose de aquel famoso y vergonzante dicho que dice: “No le cuentes a mi madre que escribo en un periódico: la pobre cree que trabajo como pianista en un burdel”. Porque acometen su labor diaria con orgullo, garra y coraje, luchando a brazo partido y cara de perro contra el poder; contra el poder, sí, pero sin concesiones lacayunas a las fuerzas opositoras. Digámoslo de una vez: si hubiera que asociarles el nombre de un grupo de música, sin dudarlo un instante nos decantaríamos por Estopa.
El país entero se ha convertido en Territorio Comanche para quienes ejercen la segunda profesión más vieja del mundo desde que el régimen de Hugo Chávez Frías les pusiera en la diana. Y les puso bien prontito. Siguiendo al pie de la letra el manual del buen revolucionario, el espadón de Barinas gusta de acusarles de todo lo que sucede en Venezuela; incluso o sobre todo de los desmanes que perpetran sus propios matones. Sin ir más lejos, ha acusado a la cadena Globovisión poco menos que de ser la responsable de los sucesos de la caraqueña Plaza Francia (Altamira), donde varios esbirros chavistas abrieron fuego a discreción contra una concentración de opositores, provocando la muerte de una mujer de 61 años y heridas a ocho personas, incluido un diputado del partido Solidaridad.
Globovisión. Impacta ver su sede, en el este de Caracas, con muros de varios metros de altura coronados por vallas y alambradas; con guardias fuertemente armados y reporteros que han de llevar chaleco antibalas. Aquí cayó una granada. Aquí, en los muros, pueden leerse pintadas donde se tacha al canal de terrorista y se mienta la madre a quienes en él trabajan o a él acuden para intervenir en un programa.
En el mismo ambiente se mueven los periodistas de RCTV, la televisión capitalina, o de los diarios El Universal y El Nacional. Estuve en la redacción de este último en la tarde del lunes, y desde la terraza pude contemplar una caravana chavista que se encaminaba a una de las –pocas- celebraciones por el presunto triunfo del No en el referéndum revocatorio. Proferían sus integrantes mueras contra el presidente-editor del rotativo, Miguel Henrique Otero, y se pasaban por el gaznate un dedo con pretensiones de machete.
El edificio de El Nacional, situado en una zona conflictiva de Caracas, también ha sido atacado en varias ocasiones, así como el garaje donde están estacionados los coches del diario. Uno de los conductores me contó que cada noche debe aparcar su auto a unas diez cuadras de su casa, y cambiar el traje de faena por ropa informal, para prevenir ataques de los boinas rojas, dueños y señores de la barriada.
¿Cómo podríamos cerrar esta pequeña nota-homenaje a los medios, esa agarradera a la que se aferraron los partidarios del Sí cuando, horas (y días) después del 15-A, los dirigentes de la Coordinadora Democrática dieron muestras de impotencia, o de aturdimiento, o de tener la brújula averiada? No se me ocurre nada mejor que los versos del genial jodido estevado, Francisco de Quevedo; esos que dicen:
No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la frente, ya la boca,
silencio avises o amenaces miedo.