L D (Agencias) Las palabras del primer ministro chino, Wen Jiabao, primeras en las que un alto cargo comunista habla de la crisis en Birmania (Myanmar), fueron publicadas este fin de semana por la web del ministerio de Asuntos Exteriores chino, y formaron parte de su conversación con el primer ministro británico, Gordon Brown, el pasado viernes. Wen aseguró que China está preocupada por la situación, y desea que se logre "promover la reconciliación nacional, la democracia y el desarrollo", algo para lo que es necesario, en su opinión, que la comunidad internacional "ofrezca asistencia constructiva".
Asimismo, el primer ministro abogó por el uso de "métodos pacíficos" en la crisis, aunque no aludió directamente a la Junta Militar, sino a "todas las partes". Los comentarios de Wen podrían indicar un cambio en la actitud de China ante la crisis, ya que hasta ahora Pekín había mantenido bastante discreción a la hora de criticar las acciones del régimen militar y había seguido su teoría habitual de "no injerencia" en los asuntos internos de otros países.
Tanto Brown como otros dirigentes mundiales, como el presidente estadounidense, George W. Bush, o el primer ministro japonés, Yasuo Fukuda, han pedido a China que presione a Birmania para que detenga la violenta represión. El Gobierno chino, con sillón permanente y derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, se muestra de todos modos reticente a condenar la represión de la Junta Militar, así como a dictar sanciones contra ese país, que ya sufre el bloqueo económico de naciones como Estados Unidos.
Pekín mantiene frecuentes intercambios de visitas oficiales con los líderes birmanos, y las empresas del gigante asiático llevan a cabo importantes inversiones en el país surasiático, rico en gas natural, madera y otros recursos que interesan a la economía china. Grandes empresas como Petrochina buscan, por otro lado, lograr que la Junta Militar birmana impulse la construcción de gasoductos y oleoductos entre ambos países.
Birmania, último fósil viviente de Asia
Con el fusil en una mano y en la otra engañosas promesas de prosperidad, los generales que rigen Myanmar (Birmanaia) han conseguido convertir a este país asiático en el último fósil viviente del sudeste de Asia. Muy pocas cosas han cambiado desde que en 1995 la Junta Militar comenzó a desarrollar la "política de la zanahoria", emulando el modelo chino, con la finalidad de atraer la inversión extranjera, que en vez de sacar a la población de la miseria ha reforzado el poder de los generales.
Desde entonces, el régimen militar ha inaugurado presas y pantanos, autorizado la construcción de decenas de hoteles para turistas extranjeros, y permitido la apertura de karaokes y de otros tipos de locales, para socavar las aspiraciones democráticas. "Lo que nosotros exigimos es una apertura política", dijo un ex estudiante universitario desmoralizado, "pero la Junta Militar sólo nos da karaokes, discotecas, hoteles para turistas y proyectos de construcción de carreteras".
Hace una década, Rangún era una capital moribunda
Ahora también lo es, pese a que por las calles circulan coches y autobuses, los edificios públicos lucen menos moho y muchas residencias del centro de la ciudad reciben de vez en cuando una mano de pintura. A diario los medios de comunicación -todos controlados por el Estado- divulgan las mejoras que llevan a cabo los generales y mienten a la población con informaciones que enfatizan la buena marcha de la economía nacional, cuando el erario público está al borde de la bancarrota.
Con su gestión económica, el Gobierno que preside el general Than Shwe ha logrado este año disparar la inflación hasta el 40 por ciento e impulsar una avalancha de inmigrantes hacia las mayores ciudades y de emigrantes en dirección a la vecina Tailandia y a otros a países de la región. A pesar de que la precariedad económica y de que el kyat, la moneda local, no vale nada, la gente de a pie comenta que el Consejo de Estado para el Desarrollo y la Paz, la denominación oficial de la Junta Militar, amasa fortunas tras haber conferido el papel de elite social a los hombres de uniforme, sus mujeres, sus concubinas e hijos.
Entretanto, miles de activistas políticos languidecen en las sórdidas prisiones, de donde de vez en cuando las autoridades los sacan en cuadrilla para que la prensa estatal los fotografíe mientras contribuyen al desarrollo nacional picando piedra en las canteras. Entre los cautivos del régimen se encuentra la laureada con el premio Nobel de la Paz y líder de la Liga Nacional por la Democracia, Aung San Suu Kyi, quien desde que regresó a su país, en marzo de 1988, ha vivido casi 12 años sometida a arresto domiciliario.
La jerarquía budista, desoída por decenas de miles de monjes que el pasado 17 de septiembre emprendieron las marchas pacíficas que alentaron la movilización masiva contra la Junta Militar, se mantiene fiel al régimen, después de muchos años de generosidad de los dirigentes, que han colmado de regalos a los templos y algunos de abades que aprecian tener un televisor o un aparato de alta fidelidad. En Myanmar (Birmania), dicen los ciudadanos de a pie, no hay escasez de fondos para financiar favores y adquirir nuevo armamento porque todos los lucrativos negocios petroleros, pesqueros, mineros, madereros y hoteleros firmados con las compañías extranjeras pasan por las manos de los generales.