CASTRO CULPABLE, ZAPATERO CÓMPLICE, por Raúl Vilas
Desde la llegada al Gobierno de Zapatero, el cambio en la política hacia Cuba, con Moratinos al frente de la diplomacia, se convirtió en una prioridad. El ministro ha visitado en dos ocasiones la isla para estrechar lazos con la dictadura y se ha negado a reunirse con los disidentes.
El presidente Zapatero y su ministro Moratinos han puesto la diplomacia española al servicio de la tiranía cubana. Se marcaron como objetivo prioritario la suspensión de las sanciones impuestas por la UE a la dictadura tras la ola de represión en 2003, conocida como la Primavera Negra. El 18 de marzo de ese año, 75 disidentes y periodistas fueron detenidos y condenados en juicios sumarísimos a penas de hasta 28 años de cárcel.
Hoy en día la mayoría siguen encarcelados, en pésimas condiciones como el resto de la inmensa población carcelaria de la isla (proporcionalmente la mayor del mundo) y el consiguiente deterioro de su salud. La muerte de Orlando Zapata confirma lo que viene denunciado la disidencia durante estos años. Nada ha cambiado en la isla-cárcel, por mucho que el Gobierno se empeñe en mentir a la opinión pública en esto también. La vida de los cubanos se hace cada vez más insoportable. Centenares de presos políticos se pudren hacinados en las prisiones de la revolución, donde son torturados y vejados sistemáticamente. Los infames Comités de Defensa de la Revolución, que no son otra cosa que turbas de energúmenos dedicadas a amedrentar a todo aquel que ose pensar por sí mismo, campan a sus anchas. Las jineteras son cada vez más y más jóvenes. En definitiva, 51 años de infamia que han condenado a todo un pueblo a la miseria material y, lo que es peor, en muchos casos también la moral.
Con este panorama, el Gobierno español se ha dedicado los últimos seis años a ejercer de embajador
El compadreo con la dictadura conlleva el desprecio a los disidentes. Como la negociación con ETA, el maltrato las víctimas. Al cabo, quienes sufren en sus propias carnes el zarpazo liberticida son, por contraste, quienes mejor retratan la miseria moral de estos sucios tratos.
En esta tarea se ha empleado con entusiasmo el ministro Moratinos. En sus dos viajes a Cuba se ha negado a recibir a los disidentes, con esa displicencia propia de despotilla en prácticas. Envió al embajador Zaldívar con la misión de romper cualquier vínculo con esa parte de la isla en la que decencia es sinónimo de resistencia: Los disidentes dejaron de ser invitados a la Embajada en la recepción que se celebra con motivo de la Fiesta Nacional, el 12 de octubre. En su lugar, acuden los artistas e intelectuales orgánicos, probablemente la parte más repugnante de toda dictadura.
Orlando Zapata, un obrero que sólo aspiraba a ser libre, no ha muerto por enfermedad ni en un accidente de tráfico. Es un crimen, uno más de un largo historial. Es lamentable que nuestros diputados –la declaración institucional aprobaba por unanimidad en el Congreso es un insulto a la decencia– sean incapaces de condenarlo. Del gobierno no esperábamos más, pero sí de otros, aunque ya no sorprende.
El silencio de Zapatero es clamoroso, sí. Pero, sobre todo, es cómplice.
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