El triunfo de François Hollande no ha sido sólo haber ganado las elecciones francesas. Porque antes de que eso ocurriera, el candidato socialista había alcanzado uno de los objetivos más ambiciosos de todo político: que el personaje que había creado de sí mismo resultara creíble.
Sin duda, mañana muchos diarios galos e internacionales titularán mañana refiriéndose al "triunfo del hombre normal", frase acuñada por el propio Hollande y símbolo de lo efectiva que ha resultado su campaña de imagen. Porque desde que en 2007 perdiera en su pulso contra su expareja Sègoléne Royal, el socialista se volcó en la renovación de su identidad política, para afianzar su perfil de estadista y hombre solvente y tranquilo.
Los asesores de imagen comenzaron por desprenderle de sus gafas pasadas de moda, y someterle a una estricta dieta. La fama que precedía a Hollande, y que lo catalogaba como un hombre bromista y jovial, también tenía que quedar atrás. Nadie más, como Laurent Fabius debía volver a llamarle "Don Bromitas", o reconocer, como la esposa de de Jacques Chirac que "es muy divertido. Sabe manejar una multitud, un mercado, una feria, un consejo local".
Esa imagen calma que dominó en él a partir de entonces llevó a sus detractores a criticar su tibieza, calificándola de cobardía. Desde el partido de Nicolás Sarkozy se le apodó como "Flanby", un flan de sobre, y desde sus propias filas se destaca en petit comité su falta de agallas. Sarkozy le apodó 'Homo hibernatus', incluso. La hija de Aubry también lo descalificó por su tibieza en público: "Hollande, el sin agallas", un hombre "blandito", aseguró.
Pero el socialista también ha conseguido lo que quería con estas críticas: revertir su contenido negativo y rentabilizarlas. Se hizo víctima de los insultos más y menos gruesos, aprovechándolos en su favor para dar la imagen de un político moderado que tenía las cosas muy claras y que se echaba todo a las espaldas: "Para ser elegido, es necesario haber sido derrotado, para ser amado, es preciso haber sufrido", asegura. Erigirse en candidato prudente en una Francia escandalizada por los excesos públicos de Sarkozy era casi una garantía de éxito. Al menos en la batalla de la imagen.
Orígenes
Pero lo cierto es que la historia de François Hollande tiene poco de sufrimiento y de humillación. Estudió en los centros más exclusivos de la élite francesa, y se crió en la adinerada Neuilly-sur-Seine, la misma zona que su rival en las urnas.
Criado en una familia excepcionalmente conservadora, Hollande creció bajo la disciplina casi militar de su padre, el doctor Georges Gustave Hollande, al que los conocidos caracterizan como un hombre autoritario y riguroso. El padre del candidato socialista era simpatizante de la extrema derecha y trató de alcanzar la alcaldía de Ruán, sin éxito. Algunas informaciones le sitúan incluso cercano al grupo terrorista Organización del Ejército Secreto (OAS), aunque Hollande siempre ha evitado referirse a este extremo. Su madre, Nicole Tribert era una asistente social, cuyas simpatías políticas escoraban más a la izquierda.
Hollande también ha sabido aprovechar su pasado para atacar a sus rivales, como cuando, durante las primarias socialistas se vanaglorió de no haber "recibido la izquierda en herencia", como ellos. Ese ha sido otro de los cambios llevados a cabo por su campaña de imagen: aceptar su imagen de socialista burgués, y explotarla. Atrás quedan los tiempos en los que compartía vida con Sègolené Royal y calificaba la institución matrimonial como "terriblemente burguesa".
Rentabilizar la "izquierda blanda"
Pocos habrían pensado que un candidato con tan escaso recorrido político le pudiese arrebatar el Elíseo a Nicolás Sarkozy. Hollande "sólo" ha sido diputado por la Asamblea Nacional, y alcalde de una ciudad de 17.000 habitantes. Ha invertido años en cohesionar al Partido Socialista francés, pero carece de experiencia como ministro o en puestos con más proyección internacional. No obstante, la repentina bajada a los infiernos de Dominique Strauss-Kahn acabó con las odiosas comparaciones de ambas trayectorias.
A nadie se le escapa que la caída de DSK ha sido el trampolín final para Hollande. Además de dejarle vía libre para la candidatura y de haber captado a sus potenciales aliados, el exdirector del FMI le brindó la posibilidad de prestigiar a la "izquierda blanda", que se colocaría como oposición a la "izquierda caviar" que representaba Strauss Khan. La norma era clara: ningún tipo de estridencia, ni de exceso. Todo dentro de "la normalidad", su gran baza.