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Indignados en la Tierra Prometida

La protesta de los jóvenes israelíes evita cuestiones espinosas y se centra en el precio de la vida.

Protestan por una situación económica que les impide vivir con holgura pese a la buena salud económica del país y evitan inmiscuirse en los asuntos por los que Israel suele ser portada. Son los indignados que hace una semana consiguieron una movilización sin precedentes, sacando a centenares de miles de personas a las calles de Tel Aviv.

Que el metro cuadrado sea caro en la Tierra Prometida no parece algo del todo ilógico. Con ello bromea al otro lado del teléfono Dacil G. una arquitecta canaria que desde enero reside en Ben Yehuda, céntrico barrio de Tel Aviv. Con el plus de experiencia que sobre la realidad inmobiliaria le da su actividad profesional, observa con escepticismo el desalojo que hace tan solo unas horas ha llevado a cabo la Policía de parte del campamento de los indignados. Asegura que la mayoría de las tiendas de campaña están vacías, lo que puede dar idea de las entrañas de un movimiento que el pasado 3 de septiembre reunió a una multitud en la misma Tel Aviv, 300.000 personas en un país que no llega a los ocho millones de habitantes.

Pero así como los indignados españoles no han sido capaces de priorizar sus reivindicaciones, los israelíes priorizan su protesta en las condiciones económicas que a duras penas permiten asumir un alquiler a un profesional medio. Unos 600 euros es lo que paga al mes Dacil G. por un loft de 35 metros cuadrados en la planta baja de un edificio, la mitad de lo que puede costar en la misma zona un piso familiar de varias habitaciones. Producto en buena medida, a su juicio, de que todo el mundo pretenda vivir en el centro de la ciudad.

La vivienda es cara en Israel. Baste decir que comprar un piso en Tel Aviv sale más caro que hacerlo en Madrid. Pero este es solo uno de los aspectos de una compleja realidad económica. La de un país en el que el salario medio se sitúa en los 1.500 euros mensuales aunque, por ejemplo, el precio de la gasolina es un 20% más caro que en Europa debido a los fuertes impuestos que soporta; donde determinados productos de uso habitual, como algunos lácteos, sufren extraordinarias subidas de precio fruto de las políticas proteccionistas que se aplican sobre los mismos o donde el 90% del suelo está manos del Estado.

Centrados, por tanto, en las dificultades económicas, los indignados israelíes parecen no querer pisar las minas políticas del país. Así, será difícil encontrar alusiones a los asentamientos, a los privilegios de los judíos ultra ortodoxos (exentos de trabajo y servicio militar) o en general a todo lo relativo al conflicto con los palestinos. Mucha gente no siente que Israel sea un país rico, pese a su casi pleno empleo, con una tasa de paro del 5%, o a un crecimiento económico envidiable para las maltrechas economías europea y estadounidense. Y sin embargo no son los más pobres los que han encabezado la protesta. Algo que se evidenció con la aparición de una de las líderes de la protesta, cuyo mayor problema parecía ser que no le llegaba para el apartamento de lujo en el que vivía.

La protesta, como señalan muchos, se ha visto aupada por un periodo de relativa calma en las siempre turbulentas aguas de Oriente Próximo. Algo que puede cambiar en cualquier momento, como acaba de verse con el asalto a la embajada en Egipto.

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