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El búnker subterráneo en el que la OTAN diseña su estrategia en Libia

Situado en una garganta cerca del Egeo, en Esmirna, al búnker se accede a través de una red de tuneles kilométricos fortificados.

Desde un búnker situado a unos 50 metros bajo tierra y fuertemente protegido, la OTAN elabora cerca de la ciudad turca de Esmirna, a orillas del Mar Egeo, la estrategia aérea de la operación 'Protector Unificado' en Libia.

Al búnker, construido en 1969 en plena Guerra Fría, se accede a través de una garganta entre montañas guardada por alambre de espino y barricadas de sacos terreros.

En el kilométrico túnel que se adentra en la montaña resuena el eco de los pasos -top, top, top- sólo interrumpido por la voz metálica de los anuncios por megafonía. Lo llaman "el túnel de los susurros", pues por muy bajo que hable, un oficial al otro extremo podría escuchar toda la conversación.

Giramos a la derecha y el túnel se estrecha. El pasillo ahora asemeja al de un submarino, con sus camarotes a cada lado, identificados por carteles: Túnel de Evacuación, Depósito de la Comida Echada a Perder, Barbero...

Entre 400 y 500 militares trabajan para la OTAN en Esmirna, tanto en el cuartel situado en el centro de la ciudad, como en este búnker, adonde se desplaza el mando en tiempos de 'guerra'.

"Es información confidencial", justifica un militar. Los oficiales hacen turnos de hasta 14 horas en el búnker e incluso a veces deben pasar toda la noche, si la situación lo requiere.

Llegamos a la sala de reuniones. A partir de ahí no se puede pasar: una luz roja señala el inicio de otra zona en la que la OTAN elabora, en el más absoluto secreto, la estrategia aérea de sus ataques sobre Libia.

Pero, ¿por qué en Turquía, uno de los países que más reparos ha puesto al ataque a Libia?

Al principio, cuando la operación estaba en manos del Reino Unido y Francia, Ankara temió "perder influencia sobre la situación" y presionó para que la OTAN se hiciese cargo porque "era la única manera de tener voz y voto", opina el profesor de Relaciones Internacionales Alper Kaliber, de la Universidad Yasar de Esmirna.

Casualmente, el mando rotatorio de las Fuerzas Aéreas de la OTAN recaía -y así se mantendrá hasta junio- en el cuartel de Esmirna.

"Incluso cuando estaba en el ejército, no entendía muy bien cómo funcionaba la OTAN", reconoce un oficial del búnker.

Según explica a Efe el jefe de Estrategia, el británico Mike Rafferty, todo empieza en Bruselas: allá el secretario general, el danés Anders Fogh Rasmussen, junto a la asamblea de embajadores de los países socios, toma las decisiones políticas.

"Éstas se comunican al Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en Europa, el estadounidense James Stavridis, en Mons (Bélgica), quien traduce las directivas políticas en pautas militares", relata.

Las órdenes se comunican al general canadiense Charles Bouchard, jefe de operaciones sobre Libia en el Comando Conjunto de la OTAN en Nápoles (Italia) y al Mando Aéreo Aliado en Esmirna.

"Aquí establecemos la táctica de la campaña aérea y tenemos planes para las siguientes 72 horas", dice Rafferty.

Después, la estrategia se envía a la base de Poggio-Renatico (Italia) desde donde se dan las órdenes de despegar a los aviones situados en 16 bases de toda Europa.

Algunos han criticado que al traspasar el mando de la coalición anglo-francesa a la OTAN se ha perdido rapidez de actuación al alargarse la cadena de mando, algo que niega el Jefe de Estrategia.

"Tenemos una serie de sistemas de comunicación, por ejemplo un Internet secreto, que permite la comunicación a toda velocidad a través de la cadena de mando", asegura.

"Además, en Poggio tienen control dinámico sobre los aviones. Por ejemplo, si un avión está sobrevolando un área y recibimos información de que los civiles están siendo atacados en otra área, se le encarga inmediatamente que acuda a la nueva zona", explica.

Con la información de inteligencia que recogen los aviones de la OTAN -que ya han realizado más de 3.000 vuelos de reconocimiento- se establece, además, donde se encuentran las armas pesadas para poder "neutralizarlas".

"El mayor problema en Libia es que no estamos sobre el terreno, debido a la ambigüedad del mandato de Naciones Unidas, y tenemos que confiar en lo que conseguimos a través de nuestras fuentes de inteligencia, mayormente aéreas", se lamenta el alemán Gregor Brehm, del Equipo de Operaciones Aéreas.

En el búnker horadado en esta montaña turca nadie se atreve a pronosticar cuándo las bombas dejarán de caer sobre Libia, ni cuándo se logrará detener los ataques del coronel Muamar el Gadafi.

Pero el consejero político Anthony Stroup avisa: "No lo olvidéis, nosotros somos los buenos".

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