Aunque no mucha gente lo sepa, hay un poco de Colmenar de Oreja en muchos de los monumentos de Madrid y de otras partes de España y, además, es algo fundamental en el sentido más literal de la palabra: la piedra caliza blanca de sus canteras está en el Palacio Real de Madrid, en el de Aranjuez, en el Alcázar de Toledo… Y por supuesto está también en la propia villa, un secreto a voces a algo más de media hora de la capital y que cuenta con una oferta muy interesante de cosas que ver y disfrutar en la que hay, como se imaginarán, mucha piedra.
Y es que Colmenar de Oreja tiene un número sorprendente de atractivos para su población de sólo 8.000 habitantes: museos, una plaza preciosa, una iglesia impresionante… Todo, además, con un carácter muy propio, bastante único pese a que, al mismo tiempo, se trata de una villa –desde 1478– evidentemente castellana, que de hecho podría usarse como ejemplo de cómo debe ser un pueblo de Castilla o como lugar para rodar una serie sobre Isabel la Católica, que por cierto pasó por allí en múltiples ocasiones, la primera de ellas poco antes de ser nombrada Princesa de Asturias.
Buena parte –pero no todo– de ese carácter castellano de Colmenar de Oreja se debe a su Plaza Mayor. Bellísima y perfectamente ordenada: sus soportales de piedra y sus balconadas de madera forman un rectángulo casi perfecto, cerrado en uno de los extremos por el coqueto edificio del Ayuntamiento y, por último, con la fuerte presencia de la gran iglesia parroquial, que se eleva por encima de los balcones con un aspecto casi tan de castillo como de templo, como corresponde a lo que fue elevado como una iglesia-fortaleza.
Sin embargo por dentro la arquitectura se olvida de ese carácter militar y, amén de llamativamente grande, es desde luego hermosa, con una peculiar mezcla de gótico, herreriano y barroco. Al mismo tiempo es austera, al menos en parte, porque después se convierte en lujosa en el altar mayor, con la bóveda espectacular, el gran retablo dorado y las pinturas murales en los lados, obra del gran artista local, Ulpiano Checa.
Es Checa, sin duda alguna, otro de los grandes atractivos de Colmenar: nacido en el propio pueblo en 1860 su técnica pictórica era realmente excepcional y, además, tuvo un enorme olfato comercial que lo llevó a tener un gran éxito fuera de nuestro país, en mercados como el francés o el americano en los que logró mucho prestigio y, según se dice, una notable fortuna.
Quizá precisamente por ese éxito en vida Checa está hoy un poco olvidado y no tiene el reconocimiento como artista que sin duda merece, tanto en sus grandes cuadros históricos, como en los que reflejaban el exotismo del norte de África o sus excepcionales retratos.
Algunas de sus obras más importantes se exponen en el museo que le dedica su pueblo natal y que, sin duda, será una sorpresa para muchos, no sólo por esa calidad del pincel de Checa, sino por la calidad del propio museo que es realmente notable: amplias y agradables salas, una estupenda iluminación, explicaciones suficientes pero no excesivas y una ubicación bien pensada para cada cuadro hacen de la visita una experiencia realmente satisfactoria e imprescindible.
Una de las cosas más llamativas de Colmenar de Oreja es que su plaza es en realidad un puente: hecha entre otras cosas para salvar un barranco que dividía la villa en dos partes, se asienta sobre una bóveda que parece un túnel que hoy en día todavía se puede visitar y cruzar por su parte inferior, disfrutando del fresco como de bodega y escuchando el rumor del agua de los torrentes subterráneos que pasan por la zona.
Es el mismo ambiente fresco que encontramos también en las bodegas de la villa, todas en el propio casco urbano, donde han estado siempre, aportando a Colmenar toda la cultura, y por supuesto el sabor, del vino.
Varias de ellas, por ejemplo la Bodega Peral, la Jesús Díaz e Hijos o la Pedro García –que es 100% accesible para personas con problemas de movilidad–, ofrecen unas visitas que son la mejor manera de conocer otra forma de producir el vino, con cierto encanto histórico, con la misma exigencia pero muy lejos de los grandes productores de denominaciones de origen: en los espacios angostos de las mismas cuevas usadas durante generaciones, con las grandes tinajas de barro que han sido desde el siglo XVIII una de las señas de identidad de la villa y una de las razones de su prosperidad.
Y además, por supuesto, hay que probar el vino: en Colmenar siempre se ha hecho un blanco delicioso a partir de la típica uva malvar de la zona y ahora, como está ocurriendo en muchos sitios de Madrid, también los tintos de tempranillo están mejorando mucho, así que la cata será un placer para todos.
Los colmenaretes pueden presumir también del precioso Teatro Diéguez, que se inauguró en 1860, nada más y nada menos, en el solar que ocupaba hasta entonces el llamado Hospital de la Caridad, que ya se usaba para hacer representaciones teatrales. Tiene 555 localidades, una cifra notable para una villa como Colmenar de Oreja, y recibió su actual nombre como homenaje a otro de los hijos ilustres de la villa: el actor Antonio Diéguez, en su momento uno de los más destacados de España, hasta que fue asesinado en Madrid, poco después del estallido de la Guerra Civil.
Desde su inauguración, hace ya más de siglo y medio, el teatro ha sido una parte esencial de la vida cultural del pueblo: por él han pasado las mejores compañías de España, estrellas de la canción como Juanita Reina y hasta es posible que al conocerlo a ustedes les resulte familiar, ya que también se ha usado en el rodaje de numerosas series, películas –la última la superproducción Asteroid city, de Wes Anderson– y hasta vídeos musicales.
Nuestra visita no estará completa si no visitamos otro interesante museo de la localidad, obviamente muy distinto al del gran Ulpiano Checa, pero que también vale la pena: se trata del dedicado a la piedra, en el que en una antigua cantera se nos cuenta como es y cómo se ha trabajado durante siglos esa piedra blanca –también habla de las tinajas de barro– que ha colocado un poco de Colmenar de Oreja en tantos monumentos y que quizá por eso ha hecho de esa localidad una villa tan interesante y, a su modo modesto y entrañable, monumental.