El coste de la adicción a la heroína: 20 años de vida y una cicatriz en el alma

Mar pasó del enganche al caballo a estarlo de una máquina de oxígeno. Vivió en la calle, conoció el infierno y salió de él. Le pesa el tiempo perdido.
Un reportaje de Yésica Sánchez
Fotografías: David Alonso Rincón

El consumo de heroína se extendió en España a finales de los 70 y barrió a los jóvenes de toda una generación. Llamó a la puerta de Mar cuando ella estaba en plena adolescencia, entre los 14 y los 15 años de edad. En un principio, no le abrió. De hecho, le negó la entrada en varias ocasiones. Pero, un día, alguien de su entorno dijo sí y ella le siguió. "Quieres encajar en el grupo", reflexiona.

Las fechas las recuerda vagamente, pero lo ubica en la época en la que salía, como el resto de chicos de su edad, a jugar a la calle. Había un total desconocimiento sobre las drogas, asegura. No sabían que estaban metiendo al enemigo en casa. Un huésped desagradecido al que no podrían echar fácilmente y que se cobró 20 años de su vida. "Sé lo que es el infierno, la degradación de las personas... Se lo lleva todo por delante", asevera.

Hoy, Mar tiene 58 años y la vida le ha dado "una segunda oportunidad". No ha sido fácil, pero ha conseguido recomponerse, formar una familia y trabajar. Eso sí, a sus espaldas: una historia de "sufrimiento y dolor", dos recaídas importantes y una salud frágil que aún hoy sigue pagando las consecuencias de dos décadas de castigo permanente a su organismo.

En la actualidad, padece una grave enfermedad pulmonar "de cuando fumaba en papel de aluminio", que ahora la tiene "enganchada a una máquina de oxígeno" varias horas al día. Lo peor para ella es que le impide aprovechar el tiempo como le gustaría. "He perdido veinte años", explica, "empecé a vivir con treinta y tantos". Si algo tiene claro es que, "si volviera a nacer, lo cambiaría todo. No haría nada de lo que he hecho".

Ella es fuerte, valiente y luchadora. Quería ser juez. Y lo habría sido si la droga no se hubiera cruzado en su camino. "Era de matrículas de honor", exclama. Pero cuando se reincorporó "a la rueda de la vida" ya era "un poco tarde". Esa pena le queda, pero vive por y para su familia. Dos hijos de los que se siente tremendamente orgullosa, y unos nietos que le "dan la vida". Su mayor preocupación: que no tengan que pasar nunca por el mismo calvario.

La vida en la calle

"Al principio, controlas. La rueda va despacio". Pero después es ella la que está al mando. "El problema empieza el día que le quitas a tu madre una pulsera o 1.000 pesetas del monedero. La primera vez no dice nada porque no se imagina que has sido tú. Pero llega un día en que le quitas 5.000", explica. "Me cargué todo lo que había en casa", reconoce con pesar. Ahora sí es consciente del sufrimiento que causó a sus padres.

Como podemos imaginar, pasado un tiempo la rueda empezó a girar cada vez más rápido. La situación se descontroló y su madre dijo: "Hasta aquí hemos llegado". Esa fue la primera vez que durmió en la calle. "Me quería morir sólo de pensarlo", asegura. Pero solo fue la primera de tantas. "Al principio, guardaba lo que me costaba la pensión. Después, eso también me lo ponía".

"Llegó un momento en que no me metía menos de 15.000 pesetas al día (de hace treinta años)". Si tenía que elegir entre comer, dormir bajo un techo o ponerse su dosis, siempre ganaba la tercera opción. "Directamente no comía". Tanto es así que un día se da cuenta de que no puede seguir así. Estaba débil, enferma y ella misma se ingresa en el Hospital Ramón y Cajal. Es la primera vez que toma conciencia de su problema. "Pesaba 37 kilos y pensé: se me va la vida".

Allí pasó tres meses. A su salida, empezó el camino para tomar de nuevo las riendas de su vida. Se fue directa a Proyecto Hombre, donde estuvo dos años. Lo terminó, pero aún tuvieron que pasar unos cuantos años hasta ver la luz y desterrar para siempre a la heroína de su vida. Corrían los primeros años de la década de los 90, Mar llevaba unos 15 años consumiendo. Tocó fondo y supo que ya sólo podía ir hacia arriba. Se alejó "de la gente con la que había convivido, con la que había estado en el infierno". Aunque no había apego. "En la calle, no hay amigos. La prioridad siempre es el consumo", explica. "Era desesperante verme así. Yo sólo pedía que me quedase allí, desaparecer".

"Al principio, guardaba lo que me costaba la pensión. Después, eso también me lo ponía. Directamente no comía. Pesaba 37 kilos y pensé: se me va la vida"

Esclava de la heroína

Vivía en un estado de ansiedad constante. Su objetivo, cada día, era "lograr suficiente dinero para la siguiente dosis". "Y la gente es muy buena", dice. Porque siempre lo conseguía. Gracias a eso nunca recurrió a prostituirse o robar. Supo arreglárselas para no tener que hacerlo. Lo lograba "echándole cara" y "usando artimañas". Decía cosas como que se le habían olvidado las llaves en casa y así "iba juntando".

"Lo peor de ser adicto es la esclavitud que tienes", asegura. "Al principio es todo maravilloso. Pero lo que nadie te dice es que después te levantas con vómitos, con escalofríos, con descomposición, con tiritonas, con una tembladera que parece que tienes Parkinson... Y tienes que andar de aquí para allí. Te cuesta la misma vida".

"Es un sinvivir, la búsqueda permanente", explica. "Completamente estresada todo el día y luego resulta que ibas, consumías y nada más terminar... vuelta a empezar". "Un círculo vicioso", añade. Ese era su particular día de la marmota: "Me busco la vida, consumo, me busco la vida, consumo, me busco la vida, consumo...". "Y, mientras tanto, tu cuerpo se va desgastando, hasta que llega un momento en que dices: no puedo más".

"No sabe la fecha exacta, pero recuerda perfectamente el día en que vio la luz. Fue en 2006, el año de su última recaída. Ella ya había empezado su tratamiento con metadona en el CAD Vallecas (Calle Condordia, 17. Madrid), que alternaba con su correspondiente dosis. "Yo seguía consumiendo por el miedo a que la metadona no me cubriese", señala. Pero, en un determinado momento, "hubo un desabastecimiento y me salvó la vida", asegura. "No me quedó más narices que tirar solo con la metadona". Eso le dio la oportunidad de comprobar que "podía vivir perfectamente sin heroína" y además levantarse "sin dolor, sin vomitar y sin descomposición".

“Hubo un desabastecimiento y me salvó la vida. No me quedó más narices que tirar solo con la metadona"

La lacra de los 80

"Menuda época nos tocó vivir. Fue una lotería", exclama. En el bombo: dolor, sufrimiento, desarraigo, enfermedad, cárcel y muerte. "Oigo hablar a estos que salen en la tele de los 80, la movida, la movida... Como si hubiera sido una maravilla, y me entra mala leche", asegura. "El movimiento se llevó a mucha gente", insiste.

Familiares, amigos e incluso personajes conocidos por todos. Con algunos de ellos se colocó e incluso convivió en la calle; con otros, compartió habitación durante su ingreso hospitalario. Recuerda el caso de una periodista del Grupo Zeta que trabajaba en Interviú y murió en la cama de al lado. "No es como para idealizar aquello", advierte, "somos muy pocos los supervivientes". "El que no estaba en la cárcel, se moría de sida o en la calle, tirado como un perro". "Como un perro", insiste. "La gente huía, te miraba con un desprecio absoluto, porque eras un yonki".

Momentos grabados a fuego

Las fechas están difusas en su mente, posiblemente porque ha decidido "archivar y esconder en carpetas" todos los recuerdos que ha podido. Una manera de autoprotegerse. Así lo cree ella. Pero hay momentos que no podría olvidar, ni queriendo. Están "grabados a fuego".

El primero de ellos se producía en un día cualquiera, consumiendo (heroína), en lo que hoy es el barrio de Las Rosas. Entonces era un poblado de chabolas. Pertenecía a San Blas y lo llamaban Las Bañeras. Llegaron, compraron y se lo pusieron allí mismo. Un coche de policía paró junto al grupo y uno de los agentes les preguntó: "¿Esa chica está muerta?". "Y sí... Estaba con nosotros, estaba muerta y no nos habíamos dado cuenta", reconoce. "Es como si estuvieras desenchufado de la vida".

Cuando la muerte te pasa por delante tantas veces, deja huella. Imágenes y también sonidos que te trasladan al infierno. En su caso, recuerda particularmente "el de una camilla". La oía acercándose mientras hablaba con una enfermera, sentada en la cama del hospital. Venía a por su compañera de habitación, que "también murió". Aún recuerda "el ruido del aluminio al poner su cuerpo".

La heroína le ha robado demasiadas cosas, a ella y a los suyos. Cómo olvidarlo. Dos de sus primos hermanos necesitaron un trasplante de hígado por culpa del consumo de caballo, uno de ellos falleció. Su mejor amiga murió de sobredosis cuando sólo tenía 28 años. Eran "uña y carne desde pequeñas" y cayeron "las dos al mismo tiempo". En ocasiones, se encontraba con su madre y se sentía mal "por estar viva".

"Estaba muerta y no nos habíamos dado cuenta. Es como si estuvieras desenchufado de la vida"

Mar intenta no recrearse en el sufrimiento, pero sí es "muy consciente" de lo que ha vivido. "Lo tengo muy presente", asegura. Se lo recuerda el espejo. Cada día, tiene que ver una cicatriz en su cuello "de cuando ya no tenía otro sitio donde pincharme" y que señala con ira. "Pero esta cicatriz es lo de menos. Es peor la cicatriz que tienes aquí (se toca el corazón)". Se refiere a la que ha causado "el tiempo perdido, tirado a la basura". "La pena que yo tengo es no poder nacer otra vez".

SI NECESITAS AYUDA…

Madrid Salud cuenta con siete Centros de Atención a las Adicciones (CAD) en distintos distritos de la capital, y otros tantos concertados que ofrecen el mismo servicio. Puedes consultar el más próximo en la web o llamando al 010.

Si vives en otra provincia, puedes encontrar ayuda en cualquiera de los centros públicos del Plan Nacional sobre Drogas, con emplazamientos repartidos por todo el territorio español.

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