Si en la mañana del 10 de mayo de 2011, Facebook tenía 700 millones de usuarios, por la noche de ese mismo día la cifra había caído hasta los 699.999.999 (contando con que en ese día no ganase ningún nuevo acólito, que ya me extrañaría). O, en otras palabras: ese día desactivé mi cuenta de Facebook. Y así permaneció durante una semana. Me planteé que pudiera ser más pero transcurridos los días, consideré que era el tiempo "justo y necesario".
No tengo nada en contra de Facebook; de hecho, antes de este "experimento" tenía bastante claro que me aporta muchas cosas, social y profesionalmente. Pero sí me preguntaba cosas. Me preguntaba si me estaba volviendo demasiado dependiente (o, al menos, si estaba demasiado pendiente) de esta tan moderna forma de comunicación, me preguntaba si disminuía la productividad en mi trabajo, me preguntaba si era una pérdida de tiempo y me preguntaba, simple y llanamente, cómo me sentaría estar sin Facebook durante unos cuantos días.
Tengo 28 años, trabajo como coordinador de Portaltic, colaboro cuando puedo con publicaciones de videojuegos y me considero una persona bastante sociable. Por mi perfil profesional y personal, uso mucho Facebook, soy bastante activo (publico mucho, aunque cotilleo poco) y reconozco que me es muy útil. Pero tampoco soy amigo de depender de nada ni de nadie y eran, las de arriba, preguntas que quería responder. Y luego, si procedía, contar las respuestas. Y en esas estamos.
Como decía, hago un uso intensivo de esta herramienta, como lo hago de Twitter o del email. Pero la relación personal que existe con los contactos de Facebook y la actualización constante de decenas, cientos, de personas hace que sea "un vicio", citando palabras de varios amigos íntimos unas cuantas veces oídas al respecto.
En mi caso, suelo mirar Facebook cada día en el smartphone o la tableta (no me pagan por hacer publicidad, así que no pienso decir Iphone ni Ipad) antes de tomar el café mañanero; y también tenerlo abierto durante gran parte de la jornada laboral, para ir publicando un poco de spam de Portaltic, noticias interesantes de otras webs... Y ver lo que comparten otros amigos, claro. No sabría decir cuántas veces al cabo del día lo miro. Pero son muchas.
Desde luego que habrá gente de mi edad que nunca se habrá planteado estas cuestiones; y seguro que para un nativo de este tipo de comunicación, más joven, para quien es tan normal tener Facebook (o Tuenti) como tener móvil e incluso más que llamar por teléfono... Estas preguntas y este experimento quizá no tengan ningún sentido. Pero el caso es que yo no viví las etapas del instituto o la universidad con Facebook. Para mí es nuevo, un cambio. Me ha pillado trabajando; y hablando, por cierto, de tecnología. Sea como fuere, decidí que durante una semana mandaría mi perfil al fondo de un pozo.
También se me podría decir si no he pensado estas mismas cosas sobre Twitter, algo que también miro muchas veces al cabo de la jornada, que también tengo abierto en el navegador en el trabajo todo el santo día y cuyo icono ocupa un lugar preferente en la pantalla de mi móvil. La diferencia es que Twitter jamás, jamás, lo he considerado una pérdida del tiempo. De hecho, me parece el paradigma de herramienta que puede mejorar la productividad, al menos, de un periodista. No puede haber periodista sin Twitter (aunque no escriba, para consultar).
Por último, decir que antes de desactivar la cuenta, hice un sondeo entre gran parte de mis amigos (que por supuesto están metidos en esta secta del muro azul), aunque no les decía que pensaba borrarla. Todo el mundo coincidía en hacerse más o menos las preguntas que me hacía yo junto con un pensamiento bastante común: casi nadie podía imaginarse sin Facebook. Era habitual el sentimiento en ellos de que no aguantarían. De hecho, no tengo ningún amigo que se creara un perfil y luego lo borrara solo por amor al arte. Por ver qué pasa. ¿Acaso lo harías tú?
Mi propio funeral
Así que, con mis inquietudes y el convencimiento de que la mayoría de mis amigos compartían la forma de ver el asunto, que en un momento dado estas impresiones podrían suscitar interés, me dispuse a dar de baja mi perfil en Facebook... ¡Con dos cojones! Por consejo de un amigo, lo anuncié primero en mi muro. Y aquí vino la primera consecuencia curiosa: fue como asistir a mi propio funeral en vida, como hicieron Ross o Bender en Friends y Futurama; o Scrugge en Cuento de Navidad.
Afortunadamente, la mayoría de mis amigos/contactos lamentaba la marcha con sonoros "noooooooooooooooooooo", sentidos "se va un grande de las redes sociales" o solemnes "DEP". Todos comentando el estado. También me escribieron por el propio chat de Facebook o incluso por Whatsapp... Siempre con una misma pregunta: "¿por qué? ¿Por qué? Maldita sea, ¡¿por qué?! ¿Qué te ha pasado con Facebook?! ¿Va todo bien?" Joder, si casi me sentí mal por Mark Zuckerberg; como si me hubiera invitado a comer en su casa y luego yo le hubiera metido una cabeza de caballo entre las sábanas.
"No, no pasa nada, demonios, solo quiero ver cómo es eso de no tener Facebook durante un tiempo a día de hoy y quizá también sacar alguna reflexión que pueda aprovechar en el trabajo", solía responder yo. Mencionar que Facebook no informa a tus contactos de que has desactivado tu perfil, por lo que, si te da por hacer lo mismo, más de uno pensará que eres un malnacido que merece ser ahorcado al revés por haberle eliminado. Como, efectivamente, me pasó a mí. "No, no te he desagregado, es que...", decía yo, y contaba la película.
Dar de baja el perfil
Eliminar el perfil de Facebook es tan sencillo como eliminar el de Tuenti (ese ya me lo cargué hace tiempo y no me he planteado recuperarlo siquiera; puesto que poquísimos de mis amigos lo usaban). Vas a tu perfil y... das de baja la cuenta. Ya está. En dos pasos. Eso sí, en el segundo, la red social te muestra varias fotos aleatorias de amigos y te recuerda que no vas a estar en contacto con ellos. En plan nostálgico. Bueno, eso lo dirá usted, señor Facebook, ya les escribiré por otro medio electrónico, les llamaré, les haré señales de humo o... qué diablos, hasta podría quedar con ellos para tomar una caña y verlos en tres dimensiones. No va a afectar a la relación... ¿o sí?
Debajo del numerito de las fotos, Facebook muestra una lista, para que el usuario elija el motivo por el cual se da el piro (para tomar nota, mejorar y en el futuro atraparte mejor, por supuesto. Que no dan puntada sin hilo en los social media estos). A saber:
En cada caso, al seleccionar una opción, la red social me proponía soluciones con el objetivo de disuadirme. Normalmente no eran dignas de mención pero me llamó especialmente la atención la de "Paso demasiado tiempo en Facebook": "un modo de controlar tu interacción con Facebook es limitar el número de correos electrónicos que te enviamos. Puedes controlarlos aquí (hipervínculo que te crió)". No sé por qué Facebook da por hecho que no saber si se han comunicado con él o no, hará que un usuario tenga menos ganas de entrar. Seguramente sea al revés, como cuando escribes a alguien que te importa y el tiempo que pasa hasta que te contesta se hace eterno.
Marqué "Esto es temporal. Volveré" y me sentí un poquito más Schwarzenegger. Seguidamente, borré las aplicaciones en el móvil y la tableta; y también los accesos directos de la barra de marcadores de Chrome y Firefox. Quizá esto era innecesario pero también borro el número y toda posible forma de contacto con una moza cuando esta pasa de mí, por aquello de evitar tentaciones. "Quien evita la sensación, evita el peligro", que decía mi abuela. Eso ya cada uno.
Y así fue como el 11 de mayo amanecí con el despertador sonando en el móvil que cogí y desactivé... sin abrir Facebook. También llegué al trabajo, abrí el programa de correo y los navegadores... sin abrir Facebook. Y fue raro; para qué nos vamos a engañar: fue muy raro. Como decía el doctor Iglesias Puga, aka papá de Julio Iglesias, aka Papuchi: fue rarorrarorraro...
Mi buen amigo Miguel Martorell, poeta y pensador, dijo recientemente sobre el amor en una entrevista a propósito de su ópera prima Autócratas que "al compartirlo con otra persona, lo que hace es convertirte a ti en dos personas a la vez. Piensas por dos personas, y, cuando te ves solo, te desprendes de una parte y te das cuenta de que lo que queda es tu yo al desnudo y también un yo construido sobre la otra persona".
Quizá no sea tan así, evidentemente, pero el uso que realizamos de Facebook me parece similar a una relación. Nos acostumbramos a su olor y su sabor diario, a su compañía, a su apoyo y a su indiferencia. Al arrancarlo de nuestra vida, como cuando nos desprendemos de una pareja, hay que saber convivir sin él. La cuestión es que expulsar a Facebook, claro (porque sino ya estaría ingresado de motu propio en un sanatorio mental), resultó mucho más sencillo de lo que sinceramente pensaba que sería.
A los dos días de colgar el cerrado por vacaciones en la red social, ya no pensaba casi nunca en echar un vistazo, ni en los primeros minutos de la mañana; es más, como yo no compartía nada en Facebook, como no esperaba respuesta de nadie, ese sentimiento solo surgía cuando había alguna cosa que sabía que me estaba perdiendo por no tener mi perfil. Lo que me lleva al siguiente punto.
De repente, todo por Facebook
"Lo primero que he puesto al ver Piratas del Caribe en Mareas Misteriosas es que es al cine lo que la tortilla envasada a la cocina tradicional. Bueno claro, pero tú no lo habrás visto porque como ya no tienes Facebook...", me dijo con cierta sorna mi amigo Israel Arias el mismo día (lunes, 16 de mayo) en que vio la película para elaborar la consecuente crítica. Y es solo un ejemplo de los detalles de la vida de tus amigos que ellos quieren compartir contigo y que te estás perdiendo, lamentablemente, por no tener Facebook.
También me ocurrió que a un amigo le hicieron una entrevista radiofónica, la editó en un vídeo y lo subió a Facebook... Y, por supuesto, yo no lo vi. De hecho, me lo contó y no tenía forma de ver dicho vídeo si no era en su perfil, pues no lo había compartido en ningún otro sitio. También durante esa semana, una amiga iba a celebrar su cumpleaños, lo convocó por Facebook y me enteré por otras vías del evento (de hecho, porque ella me preguntó extrañada si la había eliminado de la red social, a través de Whatsapp).
Durante este tiempo, también he visto cercenada mi habitual forma de comunicación con los colaboradores de Portaltic y recurrir a otras igual de efectivas como el mail o las llamadas de teléfono. Claro que viene a tener el mismo resultado pero mentiría si no dijera que me ha resultado algo más incómodo. Los demás seguían mirando Facebook constantemente, más que el mail en ocasiones, y los mensajes privados no son intrusivos como ocurre con las llamadas en horario laboral, que pueden interrumpir una reunión o no encontrar yo el momento y el tiempo para hacerlas. Ha resultado más incómodo.
En este sentido, he reconocer que he percibido cierto aumento en el uso de otras herramientas digitales por no tener Facebook, como de las mencionadas llamadas y mails y también de Twitter o Whatsapp. Los amigos, ante la imposibilidad de poder contactarme por Facebook o sencillamente no verme, me han escrito por esas vías. Eso sí, de SMS ni flowers. Lo cierto, Short Message System, es que nadie te echa de menos... Asúmelo.
Por último, en este corto periodo de tiempo también pude comprobar el impacto que tiene Facebook en lo que ocupa la mayoría de las horas de mi día entre el lunes y el viernes: trabajar. Suelo tener abierto Facebook casi todo el día en la redacción; está ahí, abierto, como Twitter, como las portadas de tecnología de los principales medios, las páginas especializadas más importantes, como están conectadas la radio o la televisión. Me preguntaba si tenerlo abierto era negativo para mi productividad.
La respuesta ha resultado ser no. Al menos para un periodista que escribe para una web –y abonados de una agencia como es Europa Press–. Con el uso que yo le doy, no hace que produzca más. De hecho, tenía la sensación constante de poder está dejando pasar historias interesantes, ya que muchas veces descubro noticiad gracias a los enlaces que comparten amigos y/o compañeros de trabajo en la red social. No me cabe la menor duda: Facebook se ha convertido para mí en un medio de información más y no solo en una herramienta de comunicación. En cuanto al tiempo que me roba, podría ser equiparable al que invierto de cuando en cuando al girarme para comentar una noticia con un compañero de redacción. Poco tiempo y, muchas veces, bien invertido.
Listo para volver
Tras unos días sin Facebook, pocos, es cierto, no encontré motivos negativos por los cuales no tenerlo o que me hagan pensar que estaría mejor sin él.
Lo que me ha hecho es darme cuenta de verdad, de forma prácticamente tangible, de que se ha creado una cercanía constante entre mí y mis contactos/amigos que se diluye al no estar en Facebook. Un nuevo vínculo. No estar en Facebook me hacía sentirme aislado de mis amigos. Es cierto que puedo comunicarme, y de hecho así lo hago y lo hacía durante el tiempo sin Facebook, por otras vías. Sin embargo, la gente se ha, nos hemos, acostumbrado a compartir ciertas cosas a través de Facebook que da, damos, por hecho que los que nos rodean van a recibir a través de esta vía. Por ejemplo, me resulta imposible pensar cómo habría sabido del impacto entre los que mes rodean de la #spanishrevolution, quizá el motivo que más precipitó mi temprano regreso, estando fuera de Facebook.
Resulta extraño reconocer que en tan poco tiempo, la red social se ha integrado tanto en nuestra vida, que prescindir de ella ya es como no tener móvil o decir "sí, voy a seguir en contacto con mis amigos pero no voy a salir de casa". Podrías seguir llevando una vida social, sí, pero te estarías perdiendo una parte de tu círculo.
Está bien, Mark Zuckerberg, tú ganas. Me quedo en tu feudo.