Por qué los palestinos harán fracasar el plan de Trump y por qué será una malísima noticia para ellos
Los palestinos vuelven a rechazar un plan de paz y dejan claro otra vez que no entienden la realidad sobre el terreno ni asumen que han perdido.
Este martes se conocieron algunas de las líneas maestras del plan de paz que Donald Trump, el llamado Acuerdo del Siglo, que ha propuesto para resolver el eterno conflicto entre israelíes y palestinos. En general el plan tiene una virtud que seguramente será ferozmente criticada: su realismo, lo que significa que se rechazan algunas posiciones maximalistas de las partes –especialmente de la parte palestina, al menos las más llamativas– pero también que lo hace posible, no una entelequia en el aire imposible de aplicar en el terreno.
En cualquier caso, lo cierto es que el plan tiene muy pocos visos de prosperar: los palestinos lo han rechazado con grandes alharacas y poco menos que lo han considerado un insulto, ya que no reconoce ninguna de sus reivindicaciones históricas.
La gran verdad del conflicto: Israel ha ganado
Aquí reside la principal razón por la que este plan fracasará, el hecho de que los palestinos no son capaces de reconocer la principal y más incontrovertible verdad alrededor de este conflicto: su derrota.
Una derrota absolutamente incontestable que fue, primero, de la parte árabe en su conjunto, en varias guerras que tenían por objeto acabar con Israel y que, pese a disputarlas hasta cinco países contra el nuevo y pequeño estado, terminaron con notables incrementos del suelo controlado por la nación judía.
Y una derrota que luego ha sido directamente de los palestinos, que no sólo no han logrado destruir a Israel –el objetivo que se marcaba la carta fundacional de la OLP–, sino que han ido fracasando en todas sus apuestas y que, especialmente desde los Acuerdo de Oslo y la puesta en marcha del Proceso de Paz, se han mostrado incapaces de gestionar sus oportunidades para la paz, mientras han generado estructuras pseudoestatales absolutamente faltas de democracia –no se han celebrado elecciones desde enero de 2006–, corruptas y que en parte ha caído en manos de un grupo terrorista como Hamás.
Del otro lado Israel ha logrado imponerse militarmente a todos sus enemigos en las guerras, con una diferencia cada vez mayor entre su poderío militar y el de sus vecinos. Pero es que, además, en sólo unas décadas ha logrado dar forma a un estado democrático, eficaz en muchos aspectos, que ofrece a sus ciudadanos –incluidos los árabes– un nivel de vida mucho más alto del habitual en su entorno y que incluso ha sido capaz de alcanzar el liderazgo mundial en campos como las empresas tecnológicas o la agricultura.
En qué consiste aceptar la derrota
¿Y en qué consiste que los palestinos acepten y procesen esta derrota? Hay algunas cosas increíblemente obvias que todavía no han hecho, al menos no todas las facciones: por ejemplo, Hamás, la organización terrorista que controla la Franja de Gaza, sigue sin aceptar la existencia del Estado de Israel.
Es decir, llevamos décadas hablando de la solución de dos estados, pero mientras Israel siempre ha admitido sobre la mesa de negociaciones la posibilidad de que se crease un estado palestino, la otra parte nunca ha admitido de verdad la existencia y la legitimidad del Estado judío.
Además, y esta es probablemente la parte más dura, antes o después los palestinos tendrán que aceptar la situación real sobre el terreno: que Israel es un estado más que consolidado con siete décadas de historia y ellos no; que los israelíes son superiores militar, económica y tecnológicamente; que el ejército de Israel es el que efectivamente controla el territorio a repartir.
Y además hay un factor relativamente nuevo del que parecen no haberse dado cuenta tampoco: que las alianzas de los israelíes son infinitamente más fuertes, incluso con el profundo antisionismo que infecta las relaciones internacionales: no sólo tienen de su lado al país más poderoso del planeta sino que han logrado resquebrajar la unidad antiisraelí del mundo árabe, y ahí están las relaciones cada vez más fluidas y fructíferas con países como Egipto, por supuesto, pero también Arabia Saudí, algo impensable hasta hace bien poco, y el apoyo que estos países y otros como los Emiratos Árabes Unidos o Qatar han dado al plan.
En la otra orilla, ¿quién está dispuesto a batirse el cobre por los palestinos? A priori solo un grupo terrorista como Hezbolá y quizá Irán, pero no tanto por la causa palestina sino por su propia agenda de expansión chií. Y paren ustedes de contar: Siria no está para aventuras cuando todavía no ha cerrado su horrorosa guerra civil, Irak y Jordania tienen también sus propios problemas –amén de que no son rival, obviamente–, Turquía amaga pero en realidad sólo busca una posición de preeminencia regional y su gran prioridad es solucionar la cuestión kurda; y, finalmente, ni siquiera la opinión pública internacional está ya tan pendiente de lo que ocurre entre palestinos e israelíes.
Es normal perder tierra si pierdes la guerra
En el corazón biempensante de Europa y desde la moralidad superior con la que los europeos tratamos los conflictos lejos de nuestras fronteras, consideramos intolerable que el resultado de un conflicto armado defina los territorios de los países, y por lo tanto se hacen grandes aspavientos cuando el plan de paz renuncia a las líneas definidas por el armisticio de 1949.
¿Pero qué hacemos nosotros en Europa? Lo cierto es que todas las guerras en suelo europeo han servido para reconfigurar fronteras o generar masivos movimientos forzosos de población o las dos cosas. Eso fue lo que ocurrió tras la II Guerra Mundial, pero también mucho más tarde, en las Guerras de Yugoeslavia, hace cuatro días desde el punto de vista histórico. No, los europeos no estamos para dar muchas lecciones.
Es cierto que si nos quedamos en la cuestión fronteras, el plan que propone Trump puede parecer un cambio radical, pero en realidad es una propuesta realista, que acepta la verdadera situación sobre el terreno y que tiene en cuenta lo que ha ocurrido desde 1949, como no podría ser de otra forma.
Por otro lado, hay que recordar que Israel sí aceptó las líneas propuestas por la ONU en el 47 y posteriormente también dijo sí a varias divisiones fronterizas en acuerdos que estaba dispuesto a firmar en Camp David, en Taba o en las ofertas posteriores de Olmert o Kerry. Quienes nunca han aceptado una frontera han sido los palestinos.
Por qué es un error para los palestinos
Como es lógico, el plan de Trump no sólo incluye lo referido a las fronteras sino que hay otros elementos. El primero de ellos es la propia creación del Estado palestino, algo que hace años que se ve como una posibilidad cada vez más lejana y en la que ciertamente muy poca gente sigue creyendo.
Por otro lado, teniendo en cuenta que, desde la partición propuesta por la ONU en 1947, este es el octavo plan que es rechazado por la parte palestina, ¿hasta cuando habrá nuevas propuestas? ¿De verdad los palestinos creen que Israel va a cambiar sus requisitos básicos de seguridad o que algún presidente de EEUU va a patrocinar un acuerdo que ellos no acepten?
Además, Trump ha añadido una fenomenal aportación económica –hasta 50.000 millones de dólares– para mejorar la economía de los territorios palestinos, crear más de un millón de puestos de trabajo y mejorar el bienestar de todos lo que allí viven. Al parecer esto es menos importante para los líderes palestinos que el "orgullo" o los "principios".
Por último, el plan incluye también una serie de garantías democráticas y de derechos humanos que deberían respetar los palestinos. Desde luego eso sí iba a mejorar la vida de su pueblo, pero quizá esa es otro de los problemas o incluso el gran problema: que a sus dirigentes en realidad les importa muy poco, o nada, que los palestinos vivan mejor.
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