La política exterior de Mariano Rajoy y su ministro José Manuel García-Margallo parece estar virando de una continuidad discreta con la que desarrollaron los gobiernos de Zapatero a la más furibunda línea preconizada por el radical Miguel Ángel Moratinos: apoyo incondicional a los palestinos y a un régimen en Cuba en la que se ven cambios que para los cubanos –y prácticamente todo el resto del mundo- siguen siendo invisibles.
Como en el resto de su programa electoral, de plantear una enmienda a la totalidad de una política exterior disparatada que se basó en la fricción con Estados Unidos, el apoyo prácticamente incondicional a regímenes como el cubano o el venezolano, la toma de partido por los palestinos el PP se ha enmendado por completo y prácticamente repite todos estos pasos incluyendo, por supuesto, el mantenimiento de la Alianza de Civilizaciones que, por si no lo recuerdan, sigue financiándose con cargo a los sufridos contribuyentes y que el propio Rajoy defendió en la ONU.
El estado palestino
Uno de los aspectos en los que esta política es más sorprendente es el apoyo que el Gobierno y el propio ministro Margallo están dando a la parte palestina en el conflicto árabe–israelí. Un posicionamiento que se ha traducido en varias decisiones difícilmente explicables desde el punto de vista de los intereses internacionales de nuestro país, en teoría amigo de Israel.
La primera fue el voto a favor de España en la ONU para el reconocimiento de Palestina como estado observador no miembro, una votación en la que no había un criterio común de la UE y en la que España mantuvo una posición sorprendentemente beligerante del lado no de una iniciativa para la paz, sino de una propuesta de una de las partes cuyo único fin era incomodar a la otra.
Después llegó ese esperpéntico episodio del consulado que Exteriores quiso abrir en Gaza, una zona en la que sólo viven medio centenar de españoles -es por tanto, completamente innecesaria la actividad consular- y que está controlada no por la Autoridad Nacional Palestina sino por Hamás, que como bien recordarán es una organización terrorista reconocida como tal por la UE y EEUU.
El tercer episodio sería la beligerancia contra Israel en el último conflicto en Gaza, con una intervención parlamentaria en la que el propio ministro mintió groseramente sobre el conflicto. Esta beligerancia llevó incluso a un gesto que si bien era más bien simbólico en la práctica era muy duro desde el punto de vista diplomático: prohibir la venta de armas al estado judío.
El último gran gesto en este sentido, por ahora, ha sido la aprobación esta pasada semana de una iniciativa parlamentaria que instaba al Gobierno a reconocer al inexistente estado palestino. El Ejecutivo podría haber pasado de puntillas sobre una propuesta que, de nuevo, es irrelevante pero manda un fuerte mensaje simbólico. Sin embargo no sólo ordenó que los diputados del PP votasen a favor sino que el ministro de Exteriores –que ni tan siquiera es diputado- avaló el texto con su presencia y un discurso grotesco.
Por si esto no fuese suficiente, ni el Gobierno ni ningún grupo de la oposición tuvieron la mínima delicadeza de retrasar un debate que se producía el mismo día en que un terrible atentado en una sinagoga de Jerusalén costaba la vida de cinco inocentes y de los dos terroristas palestinos que lo perpetraron.
Un engaño insostenible
La posición de Margallo al respecto de todos estos asuntos parte de una mentira conceptual que el ministro repite una y otra vez: que son buenos para el proceso de paz. El ministro repite este mantra una y otra vez sabiendo que no es cierto: en cualquier conflicto con dos partes enfrentadas las iniciativas unilaterales a gusto de sólo una de ellas sólo alejan un posible diálogo con garantías y, como asegura Florentino Portero, "rompe la lógica del proceso de paz".
Además, Margallo parece olvidar que el lado palestino no es un bloque homogéneo sino que está dividido en dos partes, siendo una de ellas como decimos una organización terrorista que mantiene sus atentados y su discurso extremadamente radical. Así, cuando el Congreso reconoce el estado palestino el mismo día que se ha producido un terrible atentado "bendecido" literalmente por Hamás, el mensaje que llega a los asesinos es que pueden mantener la doble vía: la diplomática y la terrorista, que la segunda no afecta en lo más mínimo a la primera. Lo que se refuerza no es la paz, es el terror.
Se trata, por tanto, de un posicionamiento meramente ideológico que hunde sus raíces en lo peor de aquel franquismo de la "tradicional amistad con los pueblos árabes" que nunca reconoció el estado de Israel. De hecho, hay que recordar que España fue el último país occidental es establecer relaciones con el estado hebreo –lo hizo en 1986- y ahora parece volver a ese caduco posicionamiento que no se sabe cómo puede beneficiar a nuestras relaciones exteriores.
Ahora, a Cuba
El "moratinismo" de Margallo, si nos permiten la expresión, se redondea ahora con una visita a la Cuba de los Castro para los próximos días que el propio ministro anuncia como muy importante: "Es obvio que hay que cambiar las relaciones", ha adelantado. Un giro que se justifica porque "la situación en Cuba ha cambiado".
Son unas declaraciones que a buen seguro sorprenderían a los cubanos que siguen viviendo una vida de tiranía y privaciones materiales, que miran a sus líderes y siguen viendo a un Castro con poder omnímodo sobre la isla.
¿Qué ha cambiado en Cuba, por tanto? Según Margallo la isla ya no es un país completamente aislado. Lo cierto es que el régimen castrista nunca ha estado en esa situación, pero es verdad que actualmente parece que tiene más peso en determinadas instituciones internacionales americanas: todas las impulsadas o lideradas por el bolivarianismo venezolano.
Moratinos fue el precursor de este cambio en las relaciones: de hecho el ministro de Zapatero intentó en más de una ocasión modificar la posición común europea respecto a la tiranía caribeña, algo que no logró pero por la presión de otros países dentro de la UE. Ahora el cambio en las relaciones con Cuba parece más que posible aunque los motivos que justificaban esa posición común –la falta de democracia y el nulo respeto a los derechos humanos- siguen ahí igual que hace una década.
De nuevo, aunque pueda parecer lo contrario no sólo es volver a lo peor del zapaterismo, sino que es también una política exterior muy propia del más recalcitrante franquismo: las relaciones entre la Cuba de Castro y la España de Franco fueron muy buenas y, de hecho, el régimen comunista decretó tres días de luto oficial a la muerte del dictador español.
En resumen tanto en Oriente Medio como en el Caribe España ha dejado de defender la democracia –no olvidemos que Israel es la única democracia en la zona- y los derechos humanos, y ni tan siquiera tenemos claro qué se puede obtener a cambio, aunque tal y como hemos visto en algunas ocasiones en los últimos años, renunciar a los principios en política exterior suele ser muy poco rentable a medio y largo plazo.