Desde los acuerdos de Oslo el final del conflicto entre Israel y Palestina tenía un final por el que todos apostaban: la llamada "solución de dos estados" que consistía, básicamente, en crear dos países en el pequeñísimo territorio de Israel y las zonas ocupadas en la guerra del año 67: uno para el pueblo judío y otro para el palestino.
Nadie dudaba de que antes o después se llegaría a un pacto que haría posible esta forma de convivencia –o si lo prefieren de separación- entre dos pueblos que han generado y sufrido el conflicto que más atención de los medios de todo el mundo ha recibido al menos desde los años 60.
Sin embargo, hoy en día el ambiente que se respira en Israel es muy distinto y, aunque todavía son pocos los que lo reconocen sin más, la opinión pública parece estar, al menos en buena parte, convencida de que la paz es imposible a medio plazo y ni que decir a corto.
Eso no quiere decir que la mayoría esté satisfecha, pero hasta las encuestas reflejan que, en buena medida, una parte importante de la sociedad israelí ha bajado los brazos por la paz: mientras que un estable 65% del público cree desde hace años que la solución al conflicto pasa por los dos estados, cerca del 70% se muestra convencido de la imposibilidad del acuerdo.
No obstante, pocos países hay con una opinión pública tan diversa y compleja como Israel por lo que, sea la que sea la corriente mayoritaria, es posible encontrar de todo: desde los que piensan que la paz es inevitable y no se alcanza por culpa de los políticos, sobre todo el primer ministro, Benjamín Netanyahu; hasta los que creen que un acuerdo definitivo sería malo para Israel.
Un conflicto "genuino"
Uno de los más claros representantes de esta visión pesimista –o no- es Dani Dayan, que fue durante años presidente del colectivo de colonos, los israelíes que viven en los territorios ocupados, y ahora es su encargado de relaciones exteriores.
Dayan tiene, obviamente, un interés personal mayor que el del común de los israelíes por la cuestión: el colectivo al que representa sería el que más sufriría un acuerdo que en bastantes casos les sacaría de sus casas -los cálculos sobre los colonos que se vería obligados a desplazarse varían entre unos 80.000 y algo más de 150.000-.
Pero más allá de sus motivaciones, Dayan no es el loco fanático y racista que muchos de sus interlocutores esperarían, sino tiene un discurso lógico –rebatible, por supuesto, pero lógico- sobre lo que ocurre entre su país y los palestinos, empezando porque se trata de lo que define como "un conflicto genuino", es decir, objetivo, con causas basadas en la realidad y "entre dos verdades históricas" contrapuestas pero ciertas.
Su resumen es demoledor: "Llevamos veinte años hablando de la solución de dos estados y hoy es evidente que el acuerdo no está cerca" tanto por "la situación objetiva" como por las aspiraciones subjetivas de las dos partes, que están muy lejos unas de otras, sin que sea posible un punto de encuentro.
¿Qué hacer sin acuerdo?
Que el acuerdo no está cerca es un hecho constatable -sobre todo tras el fracaso de las negociaciones patrocinadas por el secretario de Estado de EEUU, John Kerry-: a partir de es punto hay reacciones muy diferentes. Tamar Zandberg, diputada del partido izquierdista Meretz, nos habla en la Knesset -el parlamento israelí- centrándose sobre todo en otras cuestiones más sociales y reivindicando las manifestaciones que llenaron las calles de Israel en 2011.
Cuando llega el momento de hablar del conflicto –inevitable al fin y al cabo- se limita a reproducir las ideas que han definido lo que según todo el mundo iban a ser las líneas generales del acuerdo: volver a las fronteras del año 67 -las anteriores a la Guerra de los Seis Días- con algunos intercambios de territorios, Jerusalén compartida por los dos estados y un "reconocimiento simbólico de los errores" y de la situación de los refugiados, pero no del derecho de retorno.
En este sentido, que la Autoridad Nacional Palestina se alíe con los terroristas de Hamas para poner en marcha un gobierno de unidad nacional no es para Zandberg un impedimento grave: "Debe ser tratado como una oportunidad, no sólo como un problema" nos dice, explicando que ella cree que "Hamas puede ser más moderado" y "no sólo un movimiento terrorista", sin aportar, eso sí, ningún dato o hecho que respalde su convicción.
Por el contrario, un buen sector de la derecha israelí tiene un posicionamiento que quizá resulte algo más pragmático. Nos lo expone Shimon Ohayon, diputado de Yisrael Beitenu, el principal aliado de Likud en el gobierno: "Está claro que el acuerdo no es posible ahora", asegura, pero quizá lo sea en una o dos décadas, después de que los palestinos "hayan construido una sociedad fuerte y buena". Mientras tanto, "sacrificar la seguridad de Israel" para un acuerdo que dure solo unos años "no es responsable".
La obsesión por la seguridad
Esa preocupación por la seguridad, no por más obsesiva menos justificada, es parte esencial del acercamiento de los israelíes al problema. Hay un relato común que puede oírse a políticos, periodistas e incluso empresarios: no es posible arriesgarse a que en Cisjordania, a sólo unos 10 kilómetros del aeropuerto Ben Gurión y 15 de Tel Aviv, ocurra lo mismo que tras la retirada unilateral de Gaza, donde los terroristas de Hamas han tomado el poder para lanzar desde entonces 11.600 cohetes de distintos tipos sobre Israel.
El ministro Yuval Steinitz resume ese sentimiento tan extendido de un país que "tiene más ganas de paz que nadie", pero que, tal y como explica con un juego de palabras, quiere "una paz de verdad, no un pedazo de papel (a genuine peace, not a piece of paper)". Así, se muestra dispuesto a "concesiones territoriales dolorosas", pero sólo a cambio de esa "paz de verdad" que no parece posible por ahora.
Para otros, justo es decir que los menos, hay algo más, está lo que se denomina la "idea mesiánica" de Israel: la necesidad de que sólo un gran estado que ocupe toda la Tierra de Israel –el Eretz Israel de la Biblia- para que así se pueda producir la venida del Mesías.
Una versión de esta forma de acercarse al problema nos la ofrece Shuli Moalem-Refaeli, diputada de HaBayit HaYehudi (La Casa Judía) que defiende que el estado Israel debe tener la soberanía sobre todos los territorios en disputa y que "no estamos aquí para arreglar el problema a los palestinos", a los que podrían dar autonomía "pero no soberanía". Lo que plantea, no obstante, no es un régimen de apartheid: en su hipotético gran Israel "quién quiera ser ciudadano de Israel tendrá todos los derechos" pero quién no, "no estará obligado".
"Encontrarnos uno a uno"
Y es que los años de cohetes, los de espantosos ataques terroristas –"no importa por qué calle hayas venido, allí hubo cinco o seis atentados suicidas", nos decía un periodista en Jerusalén- pero también los de ocupación militar y adoctrinamiento han levantado un muro de desconfianza entre ambas sociedades que ahora va a ser muy difícil quebrar, aunque haya algunos que se están esforzando por hacerlo.
Es el caso de los miembros de una ONG llamada Iniciativa de Ginebra, en cuyas oficinas en Tel Aviv nos reunimos con Gadi Baltiansky, director israelí de este grupo que reúne a gente relevante de ambos lados y que ya tiene elaborado un posible acuerdo de paz aceptado por representantes –no legales, obviamente- de las dos partes.
La Iniciativa nació a partir de un pequeño grupo de los negociadores de uno y otro bando en Taba –en 2001, uno de los momentos en los que más cerca se estuvo de un acuerdo- que decidieron seguir negociando no oficialmente para ver si era posible o no llegar a un pacto.
El pacto llegó años más tarde, tras unas negociaciones más difíciles de lo que sus protagonistas creían –lo que no deja de ser un significativo- y ahora el grupo trata de usar este tratado ya firmado "como una herramienta para convencer a las dos sociedades de que hay que negociar" y, sobre todo, de que "es posible llegar a un acuerdo, cuando nos dicen que no les respondemos que ya está, que es este", nos explica Baltiansky señalando el librillo en el que han publicado el texto. "No es la Biblia, no es el Corán, se puede cambiar lo que sea necesario, pero es posible llegar a un acuerdo, nosotros lo hemos hecho", dice.
Además, la iniciativa desarrolla encuentros entre representantes de ambas sociedades en los que, al encontrarse cara a cara, suelen ver como se quiebra ese muro de desconfianza: "Mucha gente se levanta tras una charla y le dice al ponente que si todos los palestinos -o los judíos- fuesen como él sí llegarían a un acuerdo".
El hecho es que las comunidades israelí y palestina viven completamente separadas: con la segunda Intifada se rompieron prácticamente todos los lazos sociales y económicos y actualmente son unos completos extraños; es más, lo cierto es que hoy por hoy la mayor oportunidad para la paz quizá es el deseo de la mayoría en Israel de no tener nada que ver con sus vecinos.
La cuestión es, además, que después de que la valla de seguridad que rodea Cisjordania supusiese prácticamente el final del terrorismo -a pesar de que sigue habiendo episodios esporádicos terribles-, el actual impasse parece que tiene razonablemente satisfechos tanto a muchos israelíes como a bastantes palestinos, que en ambos casos han logrado que sus economías crezcan e índices de prosperidad que nunca se habían visto en la zona.
Quizá no hay paz, pero tampoco hay una guerra abierta y, a pesar de que todavía haya terribles ataques como el reciente secuestro de tres adolescentes israelíes, soportar desgracias como esta o la periódica irrupción del ejército de Israel en busca de terroristas es quizá más sencillo -y menos arriesgado- que un acuerdo de paz que no tenga las bases suficientemente fuertes.