Ceyda Sungur no quiere ser famosa, pero desde esta semana su imagen está plasmada en una valla gigante en el medio de Estambul. El martes pasado, cuando aún era una desconocida, salió de su trabajo en la Universidad de Estambul hacia el parque Gezi, para unirse a los centenares de personas que protestaban contra la demolición proyectada por Receyp Tayyip Erdogan. También como muchos otros, sufrió la violencia de los antidisturbios, que durante tres días actuaron desmedidamente contra los manifestantes. Como muchos otros, fue rociada con gas pimienta directamente en la cara. Era una más, pero ahora ya es un símbolo de todos ellos: un fotógrafo captó el preciso momento en el que Ceyda, con su vestido rojo, trataba de zafarse del gas.
Sin pretenderlo, esta académica es icono de las resistencia contra Erdogan. La imagen de "la mujer del vestido rojo" está en pegatinas, inunda las redes, los periódicos, y hasta en un cartel gigante en Esmirna donde la gente puede meter la cabeza y hacerse una fotografía junto a ella.
Sungur lleva con renuencia esta fama sobrevenida. En unas breves declaraciones a los medios de comunicación, intentó diluir su protagonismo. "Mucha gente no diferente a mí estaban ahí fuera para proteger el parque, y también fueron gaseados", aseguró. Ceyda no comprende por qué su imagen es tan relevante cuando no hizo nada distinto al resto de sus compañeros de protesta. Y es que con ella ha ocurrido lo que en tantas otras situaciones que congregan a centenares de personas ante una injusticia: su imagen ha captado el espíritu del momento.
La iconografía del héroe anónimo
Esta vez, las redes sociales descubrieron el nombre de la mujer del vestido rojo. Pero abundan las ocasiones en las que este tipo de héroes anónimos permanecen en el anonimato, mientras su imagen hace historia.
Quizá el caso más significativo sea el ocurrido en junio de 1989, en las inmediaciones de la Plaza Tianamen de Beijing. Un solo hombre detuvo a la columna de tanques enviada para aplastar a los manifestantes, y nunca nadie supo su nombre, aunque simbolizó la lucha del millón de personas que allí se congregaron. "El hombre del tanque", se le llamó.
Tampoco la "mujer del sujetador azul" tiene identidad. En 2011, fue violentamente agredida por las fuerzas de seguridad egipcias durante las protestas de la plaza Tahrir. Arrastrada por el suelo y pisoteada por los agentes no sólo ilustró la crueldad de los hombres del régimen, sino que puso de manifiesto el trato de las mujeres en el país del Nilo.
Nunca vimos su cara, ni sus ojos. Pero jamás olvidaremos los de Neda Agha-Soltan, apagándose para siempre. Esta joven iraní, estudiante de filosofía, también salió a las calles para protestar por el fraudulento resultado de las elecciones de 2009. Las cámaras captaron como moría asesinada a manos de un miliciano de Mahmud Ahmadineyad. Murió en directo y puso rostro a la atrocidad como "el ángel de Irán".