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El trabajo forzado en China, ¿nuevo modelo para Europa?

Raúl Fernández Vítores recuerda en El Mundo que el modelo chino al que parece admirar Europa se asienta sobre la tiranía y el trabajo esclavo.

Celebraciones del 70 aniversario de la República Popular China | <span>EFE</span>
Celebraciones del 70 aniversario de la República Popular China | EFE

¿Por qué en Europa nos empeñamos en mirarnos en el espejo de China? Es la pregunta a la que busca respuesta Raúl Fernández Vítores en un magnífico artículo en el diario El Mundo titulado "¿Por qué somos tan tontos los europeos?" y en el que plantea la admiración que parece haber suscitado el pretendido control del coronavirus en Wuhan, donde según China se infectaron 82.000 personas y sólo fallecieron 4.633, frente al "oligofrénico Trump" porque parece que "China es el nuevo modelo, el modelo deseado ahora (…) En España lo es también frente al secular y malvadísimo imperialismo estadounidense. A la espera de una nueva potencia económica", señala Fernández Vítores.

Y a partir de aquí, el autor hace un magistral repaso a los efectos del puño de hierro con el que el régimen Chino aplasta a su población. Una realidad que parecemos no querer ver en Europa, que pone los pelos de punta y recuerda demasiado a épocas pretéritas o a las prácticas totalitarias de la hermética Corea del norte. Sí. En China sigue habiendo cientos de campos de reeducación y trabajos forzados. No, ninguna delegación u organismo internacional ha pedido investigarlos y denunciarlos, pese a las muchas evidencias que de ellos hay.

Frente a los sistemas garantistas y de libertades que disfrutamos en Europa, la, por muchos, admirada China, mantiene millones de ciudadanos condenados a trabajos forzados.

Fernández Vítores recuerda que China ya abrió su economía diez años antes de que el Muro de Berlín fuera derribado en 1989 con "la Ley de Empresas Mixtas Chino-Extranjeras de 1979 (…) Inspirada en la pragmática de Deng Xiaoping", pero no hizo lo mismo con su "política de Derechos Humanos" para evitar homologarla a "las democracias occidentales".

Y en este sentido, el autor recuerda que hay campos de reeducación y trabajo forzoso en China desde la mitad del siglo XX y llevan exportando productos desde 1979. "La forma de este tipo de trabajo ha cambiado con el paso del tiempo" aunque las condiciones han permanecido prácticamente intactas.

Habla Fernández Vítores del Laogai, "campos para la reforma mediante el trabajo", que se mantuvieron hasta 1997 y el Laojiao, "campos para la reeducación mediante el trabajo", que desparecen en 2013. Son campos en los que desempeñaban trabajos forzados aquellos detenidos no juzgados a los que las empresas chinas no pagaban directamente porque pagaban a los encargados de su vigilancia. Finalmente, el Jiuye, el empleo forzoso, "fue el colofón de estas dos formas de trabajo" y ya es "una forma de trabajo asalariado". Eso sí, es un trabajo al que el régimen obliga al ciudadano después de detenerle y aplicarle una sanción administrativa que incluye un destino, un campo, durante un tiempo arbitrario y discrecional "en unas condiciones que el trabajador no elige" y por un 70% del salario medio de un trabajador chino.

El Juiye ha sido la manera de blanquear los trabajos forzados para que las empresas occidentales pudieran importar productos chinos.

Dice Fernández Vítores que según distintos estudios como los datos facilitados por la Laogai Research Fundation, existían en China en 2009 909 campos de trabajo forzosos verificados. A esto se suma la denuncia de la existencia de este tipo de trabajos por parte de algunas empresas o gobiernos, pero lo cierto es que China nunca ha permitido que ninguna comisión internacional lo investigue. Tampoco los cerca de 1.000 campos de trabajo denunciados en el Handbook Laogai 2007-2008, pese a que ofrece sus localizaciones, distritos postales y números de teléfono.

Eso sí, de esta manera el régimen chino mantiene mano de obra esclava, parcialmente asalariada, para exportar productos por debajo de coste ligando íntimamente su economía con el férreo control político.

Ante esta realidad, Fernández Vítores se pregunta: "En Europa gozamos aún de un sistema de garantías que los chinos no tienen. ¿Qué pasa entonces? ¿Buscamos nuevo amo? Lo tendremos. Pero ¿por qué uno más feo?".

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