Sudán del Sur: nada que celebrar
El país más joven del mundo acaba de cumplir cinco años y está en una situación calamitosa.
El país más joven del mundo acaba de cumplir cinco años y está en una situación calamitosa. En 2011 Sudán del Sur, negro, animista, cristiano, votó masivamente por escindirse del Sudán árabe, negro arabizado, musulmán, con la esperanza de dejar atrás una guerra interminable y pavorosa (1,5 millones de muertos, quizás) y enseguida hacer país, porque en su vasto territorio (mayor que el de la Península Ibérica) apenas contaban con 2 aeropuertos de pistas asfaltadas, 60 kilómetros de carreteras asfaltadas y 236 kilómetros de vías férreas en pésimo estado, por dar tres elocuentes datos que ya traje a colación en ese 2011 promisorio en el que los sursudaneses exhibían su júbilo en Juba, su capital, cantando, bailando… y exhibiendo banderas de Israel, enemigo jurado del régimen islamista de Jartum que los sojuzgaba.
Pero los sursudaneses no se han dedicado a hacer país sino a entrematarse y devastarlo. Al punto de que este año han decidido no celebrar el Día de la Independencia. “Necesitamos gastar lo poco que tenemos en otras cosas”, declaró a finales de junio el ministro de Información, Michael Makuei. Llegado el simbólico 9 de Julio, otro funcionario sentenció desconsolado: “Es el Día de la Independencia más horrible del mundo”. Mientras, los medios informaban de la muerte de al menos 115 individuos en distintos combates, que tuvieron por detonante un altercado en un puesto de control de la capital, donde se enfrentan a cara de perro soldados afectos a Kiir y soldados afectos a Machar. (La ONU ha transformado las fuerzas que desplegó en el país para el nation building en fuerzas para la protección de los civiles; pero lo cierto es que no protegen y que incluso sus instalaciones son objeto de asedio o asalto: en febrero, 25 personas murieron y más de 120 resultaron heridas en un ataque contra su campamento para desplazados en Malakal, capital del Alto Nilo).
Cien mil muertos
Sudán del Sur empezó a desangrarse en diciembre de 2013, cuando el presidente Salva Kiir, dinka, la etnia más importante (36% de la población), acusó al vicepresidente Riek Machar, nuer, la segunda más numerosa (16%), de tramar un golpe de Estado. No fue una mera crisis de Gobierno sino el primer acto de un conflicto étnico brutal, que se podría haber cobrado ya 100.000 vidas y que ha provocado el desplazamiento de 2,3 millones de personas, es decir, un quinto de la población (12 millones y subiendo vertiginosamente, no en vano Sudán del Sur es el país con mayor crecimiento demográfico del mundo: un 4% anual).
“Temo que perdamos nuestro futuro y todo aquello por lo que tan duramente trabajamos para ganar nuestra independencia”, confiesa Chudier, sursudanesa desplazada que al menos sobrevive en un campamento y no en la mera maleza, como la mayoría de sus semejantes, que han de alimentarse con lo que encuentren en ella, principalmente raíces y yerbas. Aunque quizá ni en esto sea Chudier afortunada, porque resulta que los campamentos son de una condición tan precaria que las frecuentes lluvias torrenciales suelen desbaratarlos y literalmente inundarlos de mierda. “Se han reportado [casos de] madres durmiendo de pie, con sus hijos en brazos, por no haber sitio limpio alguno donde descansar”, alertan y refieren los MercyCorps.
Sudán del Sur es un país con abundantes recursos naturales (petróleo, oro, diamantes, cromo, cobre) y tierras fértiles, en las que se puede cultivar sorgo, maíz, arroz, papaya; pero sus habitantes se cuentan entre los más pobres de la Tierra y ahora, con la devastadora violencia, están en trance de morir masivamente de inanición: al menos 5 millones necesitan ayuda, y en torno a 3 millones podrían sucumbir a la hambruna.
¿Ha recibido Sudán del Sur ayuda? Sí. Mucha. Cuatro mil millones de dólares en los últimos once años. Pero, lo dicho, es uno de los países más pobres del planeta. Y uno de los más corruptos: en esta estadística de la vergüenza sólo lo superan Sudán, Afganistán, Corea del Norte y Somalia.
No hay actividad económica en Sudán del Sur. La guerra ha arramblado con la agricultura de subsistencia de la que viene dependiendo más de la mitad de la población. Y mantiene el gasto militar en niveles estupefacientes: si en 2014 el petróleo generó unos ingresos de 1.700 millones de dólares, ese mismo año el gasto militar trepó hasta los 1.080 millones, desde los 982 de 2013 (y en 2012 fue el país líder en este rubro en términos porcentuales, según la CIA). “Esto quiere decir que Juba gasta más del 60% de su ingreso petrolero neto en lo militar”, explicaba Allan Olingo en abril de 2015 en The East African. El ingreso petrolero, por cierto, es la única fuente de riqueza real del país: de ahí obtiene el Estado sursudanés el 80% de su presupuesto.
Hablar de un 300% de inflación en un país cuya moneda ha perdido el 90% de su valor no tiene demasiado sentido; sí, consignar que los empleados públicos se pasan meses sin cobrar, que los soldados se toman el pillaje como una suerte de retribución y que los convoyes de ayuda humanitaria suelen ser desvalijados. Y que, informa Jason Patinkin en Foreign Policy, han “desaparecido” unos “mil millones de dólares en reservas del Banco Central”.
El desastre previsible
Los días espantosos del Día de la Independencia, con su saldo formidable de más de 270 muertos, han dado paso a una tregua gestionada por los dos hombres que están bañando el país en sangre, los grandes responsables de la recluta de niños-soldado, las violaciones en masa, el latrocinio a gran escala, la escalofriante impunidad. La idea es que compartan de nuevo el poder. En serio.
“Se esperaba que fuera un desastre, y está siendo un desastre”, sentencia Peter Biar Ajak, investigador del Atlantic Council especializado en Sudán. “Todo en ese acuerdo de paz [suscrito en diciembre de 2015] estaba mal pensado. Tienes ahí tropas que no están entrenadas, que en algunos casos ni siquiera cobran, y armadas hasta los dientes. Pasó lo que tenía que pasar y seguirá pasando”.
Por eso en el Sudán del Sur liberado nada tienen que celebrar, lo sabe mejor que nadie Chudier la desplazada:
Trabajamos duro para construir una vida aquí [por su relato, se deduce que es originaria de Sudán] y tener camas en las que dormir, cobijas y un plato en el que comer. Todo eso se ha esfumado. (...) Sólo quiero la paz y poder llevar a mi familia a casa, para que pueda tener una vida normal. Durante la mayor parte de mi vida he sido una refugiada, y no quiero que mis hijos crezcan así.
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