Kaesong: la clave para saber si Corea del Norte empezará la guerra
Si Corea del Norte cierra el complejo industrial, posiblemente sea la última hostilidad antes de la guerra.
Desde que el sábado pasado Kim Jong Un declarara el "estado de guerra" contra Corea del Sur, todas las preguntas en torno a la estrategia del régimen comunista se han condensado en una: ¿es un farol o esta vez es la definitiva? Bien conocida es la forma en la que Corea del Norte eleva y disminuye las tensiones con su vecino periódicamente, convirtiendo el peligroso juego en una de sus principales herramientas de política exterior. Dentro de ciertos límites, el plan norcoreano seguía el guión de crisis precedentes: amenaza de guerra, preparación de fuerzas armadas e incluso corte de líneas telefónicas. Todo, regado con buen número de declaraciones con retórica ultrabelicista, como amenazar con reabrir el reactor de Yengbyon.
Por ello, la atención internacional se ha centrado en descubrir cuáles son los indicios que equilibran la balanza en esta ocasión: ¿guerra o farol? Aunque la respuesta no es sencilla, la mayoría de medios y analistas coinciden en señalar un punto concreto como el térmometro más certero a la hora de valorarlo: el complejo industrial de Kaesong.
Construido en 2002, se trata de uno de los escasos ejemplos de cooperación de ambas Coreas, que la gestionan conjuntamente gracias a la política de acercamiento impulsada por Kim Dae-Jung. Situada en territorio norcoreano a sólo a 10 kilómetros de la frontera, es una de las principales fuentes de ingresos para Pyongyang y Seúl. Kaesong acoge a más de 120 empresas surcoreanas, que obtienen mano de obra barata de los 54.000 norcoreanos que trabajan en ellas para producir bienes como relojes, ropa y zapatos. El pasado año, la facturación alcanzó los 470 millones de dólares. Pero, sobre todo, es fundamental para el régimen comunista, porque aporta las divisas que suelen escasear en la dinastía.
"Si el Norte en algún momento de repente cierra Kaesong, preocúpese", señalaba Max Fisher al Washington Post. Hasta este miércoles, todo transcurría dentro de su peculiar realidad: cada mañana, se producía una llamada de teléfono desde Corea del Norte, que indicaba que los cientos de trabajadores surcoreanos que esperaban para cruzar la frontera que podían atravesar el puesto de Paju y acudir a su puesto de trabajo. Esta normalidad, en cierto modo, contribuyó a restar credibilidad a las bravatas de Kim Jong Un, sosegando la situación. Pero el miércoles, Pyongyang cambió de parecer y priorizó la credibilidad de las amenazas a la necesidad de divisas. Es decir, impidió la entrada a los trabajadores del Sur.
¿El inicio de la guerra?
Consciente de la importancia que desde el exterior se le estaba dando a los acontecimientos de Kaesong, el líder norcoreano lo incluyó en sus arengas, que amagaban con "cerrar y anular despiadadamente" el complejo. Por eso, con la prohibición de entrada durante dos días a más de 400 personas y 300 vehículos, el gesto pudo interpretarse como un paso más hacia el enfrentamiento. Este jueves, los trabajadores continuaban sin recibir la llamada para acceder a la parte menos hostil del territorio enemigo.
Pero, en oposición sobresalto por el segundo día de interrupción de las actividades en el Kaesong, existen dos síntomas que rebajan la gravedad de la medida norcoreana.
El primero de ellos son, simplemente, los precedentes. Al igual que otras tantas situaciones en esta nueva crisis, la paralización parcial del complejo tampoco es nueva. En 2009, durante las tensiones por los ejercicios militares de EEUU y Corea del sur, el difunto Kim Jong-Il también impuso restricciones similares, y apenas duraron tres días.
En segundo lugar, destaca la actitud de Seúl ante la situación. Desde el miércoles, varios diarios informaron que el órdago norcoreano había llegado a poner fecha límite a la presencia de empresas surcoreanas en Kaseong, llegando a darles un plazo hasta el 10 de abril para abandonar la zona. El gobierno de Park Geun Hye ha negado rotundamente este extremo, aludiendo a una "distorsión" de la información. Según explicaron, Corea del Norte sí notificó que a partir de entonces la entrada quedaría prohibida a los trabajadores surcoreanos, aunque permitiría la salida de los que ya se encontraban en las instalaciones. Tanto las empresas como el gobierno de Seúl han rebajado la alarma: los dos centenares de empleados que aún permanecen al otro lado de la frontera regresarán en los próximos días, pero mientras continuarán en sus puestos para no interrumpir la producción. Aunque reconocen la preocupación por la seguridad de sus trabajadores, varios informes de Associated Press confirman que los surcoreanos que aún permanecen allí trabajan en una situación enmarcada en la normalidad.
Sólo el tiempo descubrirá si la maniobra de Kim Jong Un es un farol o los prolegómenos de una guerra. Pero Kaesong continúa funcionando.
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