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Más allá de la Taifa

Pulso en Egipto

La realidad es tan tenaz como impertinente, haciendo añicos nuestros ensueños. Decidimos creer que los jóvenes universitarios que en Alejandría y El Cairo lideraron un bien intencionado movimiento para acabar con un régimen incompetente y corrupto podrían controlar las siguientes fases del proceso político: reforma o cambio constitucional, formación de nuevos partidos políticos capaces de llegar a la gente y capitalizar sus demandas, victoria electoral y formación de un nuevo gobierno dotado de una agenda reformista. Sin embargo, la evolución de los acontecimientos apunta en una dirección distinta.

Los militares tuvieron la habilidad de desmarcarse del régimen, aunque eran una sola cosa. Forzaron la caída de Mubarak, un viejo y enfermo general al que quedaban unos pocos meses para finalizar su mandato presidencial y que ya había comunicado que no se presentaría a la reelección; dijeron escuchar las demandas populares; entregaron la gestión provisional del Gobierno a personajes de su confianza y se apresuraron a reformar la Constitución para acelerar la resolución de la crisis.

Los Hermanos Musulmanes, la extraordinaria organización islamista nacida en Egipto y extendida por buena parte del Mundo Árabe y Europa, se vio sorprendida por la revuelta, tardó en reaccionar pero midió bien sus pasos a la vista de que los hechos sólo podían favorecerles. El régimen era su principal enemigo y había caído hecho añicos por la presión de los sectores democráticos. Los militares tenían que entenderse con ellos y facilitarles el acceso al Parlamento. En caso de elecciones sólo podían ganar posiciones, porque el pucherazo sería ahora más difícil y los jóvenes demócratas carecían de arraigo en el Egipto real, el de millones de analfabetos que sobreviven con dificultad. Apoyaron a los militares cuando plantearon una reforma constitucional, ganando el referéndum y dejando en evidencia a los demócratas, que cosecharon su primera gran derrota. Ahora llegamos al primer pulso importante.

La Plaza de Tahrir se ha vuelto a llenar de manifestantes que, y ésta es la novedad, ahora critican directamente a las Fuerzas Armadas. Los generales ya no pueden decir que son algo distinto del Gobierno, porque en esta fase de transición lo controlan todo. Por eso mismo son responsable de la persecución judicial a los políticos más corruptos -el listón está muy alto- en torno a Mubarak. La gente exige ejemplaridad, mientras los militares no parecen tener tanta prisa en castigar a los que, a fin de cuentas, son los suyos. En esta tensión la Hermandad ha decidido mover ficha en una maniobra arriesgada pero importante: se ha sumado a los manifestantes con todas sus fuerzas rompiendo la alianza táctica con los militares que había mantenido hasta la fecha. No hay duda de que en una sociedad atrasada las banderas de la democracia tienden a beneficiar a las formaciones más radicales y en el Egipto de hoy los hermanos son la referencia. Si a eso sumamos el vacío de poder dejado por el régimen nasserista preparémonos para ver cambios interesantes.

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