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Más allá de la Taifa

Libia sí, Siria no

Me piden los amigos de Telemadrid que resuma en 60 segundos porqué intervenimos en Libia y no en Siria. La televisión es una fuente inagotable de frustración para todo aquél que quiera explicar algo sin caer en juicios categóricos carentes de las necesarias matizaciones. Utilizaré pués este blog para desquitarme.

Desde la Paz de Westphalia (1648) aplicamos por defecto el principio de no injerencia en los asuntos internos de un estado soberano. Se consagró entonces el paso dado previamente por el emperador Carlos en la Paz de Augsburgo (1555) cuando aceptó contra su voluntad la idea de que cada príncipe era responsable de la forma de vivir el cristianismo en su estado -"Cuius regio, eius religio"-.

En Siria como en Libia estamos ante una crisis interna, por lo tanto sólo los sirios y los libios deberían intervenir en su resolución. Sin embargo, desde el fin de la Guerra Fría se ha ido imponiendo un nuevo principio, que corrige el anterior, y por el cual se justificaría una intervención internacional para evitar una crisis humanitaria provocada por el propio gobierno. La crisis de Kosovo es un ejemplo claro de la aplicación de esta nueva doctrina. ¿Quién y cómo puede decidir cuándo una crisis justifica la intervención internacional? El Consejo de Seguridad. Es decir, que dos dictaduras con un formidable historial de violaciones de los derechos humanos -Rusia y China- serán determinantes en la defensa de los derechos humanos en crisis humanitarias. ¿Es creíble el mecanismo? Pues tanto como el propio Consejo de Seguridad.

¿Por qué el Consejo de Seguridad decidió actuar en la crisis libia invocando la existencia de una crisis humanitaria? Por un conjunto de razones complementarias.

La Liga Árabe, la organización regional más importante, se dirigió al Consejo de Seguridad para pedir su actuación. La Liga está compuesta por delegados de gobiernos antidemocráticos y corruptos. En algunos casos a los anteriores calificativos podemos añadir los de islamista y terrorista. Con la autoridad que les confería su condición de ser parte troncal del problema decidieron solicitar el apoyo para los rebeldes que combatían un régimen corrupto. Lo normal hubiera sido que los miembros del Consejo de Seguridad hubieran recordado a la Liga Árabe que sus estados miembros padecen regímenes tan dictatoriales y corruptos como el libio y que, puestos a aprobar una intervención, a lo mejor era más apropiado empezar por algún otro país. Sorprendentemente el Consejo no reaccionó de esta manera sino considerando seriamente la petición, quizás valorando los importantes negocios que empresas de sus respectivas nacionalidades tienen en la zona.

La petición de la Liga Árabe sólo se puede comprender si tenemos en cuenta el aislamiento en que el régimen de Gadaffi se encontraba. Su batalla contra los saudíes; su traición a muchos de sus estados hermanos por haber pasado a los norteamericanos, vía España, valiosísima información sobre la proliferación nuclear en el islam; sus viejas rencillas con unos y otros le habían llevado a un choque frontal con buena parte de sus iguales, creando las condiciones para que llegado el momento apostaran por su final. Lo paradójico es que nosotros apoyemos a los que apostaron por la proliferación en vez de defender a quien los denunció.

Los líderes occidentales estaban sufriendo duras críticas por parte de sus medios de comunicación y ciudadanos, tan hipócritas como inconsistentes, por haber defendido a los regímenes tunecino y egipcio. Cuando vieron que Gadaffi estaba en las últimas decidieron lavar su cara criticando a quien hasta entonces habían apoyado, en la confianza de que los rebeldes ya tenían controlada la situación. Se les llenó la boca de crisis humanitaria y de valerosos demócratas que exponían sus vidas para poner fin a la dictadura... y cuando Gadaffi lanzó su contraataque se vieron cogidos entre la espada y la pared. Si el régimen recuperaba el control de la situación las importantes inversiones realizadas correrían grave peligro.

Rusia y China decidieron abstenerse ante la posición de la Liga Árabe y la resolución salió adelante, situando a Francia y el Reino Unido frente a una situación que está por ver si serán capaces de administrar. Como ya señalé posts atrás, el fantasma de Suez vuelve a recorrer los pasillos de las cancillerías.

Ninguna de estas tres circunstancias se dan en Siria. Además, estamos ante un estado desarrollado, con unas Fuerzas Armadas organizadas y que cuenta con la estrecha colaboración de Irán. Atacar Siria puede suponer abrir un conflicto de dimensiones mayores, que nadie quiere provocar. Siria contaría con el apoyo de Irán y de Líbano, el régimen de Damasco podría reaccionar colaborando en la desestabilización de Iraq; Irán y Líbano podrían abrir una nueva guerra con Israel desde Líbano y Gaza, presionando al nuevo gobierno egipcio para que facilitara el abastecimiento de Hamas... La crisis humanitaria en Siria es, de hecho, más importante que la libia. No olvidemos los sucesos de Hama en 1982 con más de 20.000 muertos ni la movilización militar en curso. Lo escandaloso no es que nos quedemos de brazos cruzados ante la matanza en curso sino la arbitrariedad con la que se administra el principio de injerencia por razones humanitarias. No es justificable atacar Libia y no hacer lo mismo en Siria. La Liga Árabe no es quién para fijar criterio, porque es parte del problema. Si consideran que hay que intervenir que lo hagan ellos, porque tienen medios para hacerlo. Es absurdo que nosotros nos entrometamos en sus disputas apoyando a los más peligrosos, a los que suponen una seria amenaza para nuestros intereses.

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