Francia y el Reino Unido decidieron intervenir en Libia y consiguieron arrastrar para este fin a un conjunto de estados europeos y árabes. Estados Unidos trató de quedarse fuera, pero al final el presidente Obama tuvo que aceptar que no era posible. La gran potencia americana entró en la operación, pero para reconducirla hacia la OTAN. En la actualidad las Fuerzas Armadas norteamericanas sólo dan cobertura, apoyan técnicamente la operación, pero no están en el día a día de las operaciones de combate. Europa inició la campaña y Europa va a tener que asumir las consecuencias de sus actos.
A fecha de hoy la situación parece estancada. La OTAN impide a las fuerzas leales a Gadafi mover sus medios pesados, por lo que les resulta imposible avanzar hacia Cirenaica. Los rebeldes, por su parte, parecen incapaces de organizar una ofensiva. Están recibiendo dinero y armas ligeras... pero aún así no parece que la balanza pueda inclinarse a su favor.
Tenemos cinco escenarios ante nosotros:
Los cinco escenarios son posibles, pero los más probables son la división, la somalización o el desembarco.
La ministra española de Asuntos Exteriores sólo considera una salida político-diplomática, que se basaría en el rechazo internacional de Gadafi. Supongo que ni ella se cree la viabilidad de esa opción. En realidad la ministra está fijando un discurso de política interior que nada tiene que ver con lo que está ocurriendo en aquel país. El gobierno español se sumó con la alegría que le caracteriza a una operación militar animada por Francia y la Liga Árabe, sus referentes en el Norte de África, pero es bien consciente de que sus electores no entenderían el uso de la fuerza ni, mucho menos, el ataque a una población árabe. Además, por mucho que ahora se quiera olvidar, Gadafi ha sido un modelo revolucionario para la izquierda española, como tantos otros terroristas y liberticidas. Muchos de sus votantes no podrían aceptarlo y no es cuestión de empujarlos en brazos de Izquierda Unida. La España de Zapatero, una vez más, demuestra su liviandad diplomática y militar. Ni contamos, ni queremos contar. Además, nos consideramos con derecho a decir cualquier tontería que nuestros dirigentes consideren que venga al caso, como si en realidad no fuéramos responsables de una intervención militar.
Tanto Francia como el Reino Unido tienen serios problemas económicos y hace ya tiempo que vienen reconociendo la imposibilidad de mantener sus tradicionales gastos en defensa. Llevan meses estudiando cómo fortalecer su relación en materia de política exterior y defensa para compartir capacidades. Libia es para ellos una prueba de fuego. Si no consiguen resolver la crisis harán el ridículo y mostrarán al mundo su debilidad, poniendo aún más en duda su derecho a retener un puesto permanente en el Consejo de Seguridad con derecho de veto. Una crisis prolongada puede ser fatal para sus mermadas finanzas, por lo que tienen que acelerar su final ¿Cómo? Pueden optar por la secesión territorial o por el envío de una fuerza expedicionaria. En ambos casos la Resolución de Consejo de Seguridad resulta inútil, porque se fundamenta en falsedades. Cuanto más repitan que están allí por razones humanitarias, que el pueblo se ha levantado contra el dictador o que los rebeldes son demócratas más cerca estarán de perder al apoyo de sus opiniones públicas y de sufrir una severa crítica por parte de la calle árabe. Más vale que comiencen a asumir la realidad tal cual es. Acaban de reconocer implícitamente que no era verdad que iban por razones humanitarias sino para forzar un cambio de régimen. Estoy esperando que nos expliquen por qué quieren cambiar el régimen libio y no el sirio, el iraní, el saudí o el chino. No lo van a tener fácil. En cualquier caso es un paso adelante fijar con claridad los objetivos. Ahora toca actuar en consecuencia.