Nuestros dirigentes no supieron cómo reaccionar en un primer momento, atrapados entre el discurso políticamente correcto de apoyar la democracia y la realidad de una intensa colaboración a varios niveles con el régimen de Gadafi. Como las elecciones mandan y los votantes quieren estar de parte de los buenos, nuestros gobernantes condenaron al líder libio y exigieron su salida inmediata. Pero las palabras las carga el diablo cuando de improvisar se trata. Resulta que Gadafi nunca confió en sus militares porque, de la misma forma que él uso las Fuerzas Armadas para dar un golpe militar, a cualquier otro oficial se le podía ocurrir hacer lo mismo. Las unidades andaban justas de munición, salvo las férreamente controladas por su propia gente. Mientras la prensa daba por hecho el triunfo de los sublevados, la aviación se ocupaba, con alarmante falta de pericia, de volar los polvorines importantes que habían quedado en su zona. Echarle no va a ser fácil, pero su continuidad resulta ya intolerable para los dirigentes occidentales, que han identificado la causa de los rebeldes con la democracia en un alarde de estulticia de los que hacen época. Ahora resulta que el ministro de Justicia de Gadafi, el responsable de mandar a la cárcel a todo disidente, es el máximo adalid de la democracia en Libia.
La Unión Europea ha fijado posición. Estamos en contra de Gadafi, podemos considerar imponer una zona de exclusión aérea, pero para dar ese paso exigimos que la Liga Árabe y el Consejo de Seguridad lo autoricen. Creo que no está de más detenernos sobre estos puntos:
Más allá de los acuerdos formales estos días hemos asistido, una vez más, a la representación de un desacuerdo de fondo entre los que están dispuestos a actuar en política internacional -el Reino Unido y Francia- y el resto que, encabezados por Alemania, se han instalado cómodamente en un conjunto de contradicciones que no parece incomodarles. Francia ha hecho gala de su vocación de ser y el Presidente ha recibido a unos representantes, o algo así, del Consejo rebelde. El gesto parece ir dirigido a Bruselas, pero a la postre no pasa de retórica hueca. Lo importante es que ni la Unión Europea ni la Alianza Atlántica tenían, tienen o tendrán una estrategia para Oriente Medio. Sin la amenaza soviética y sin el liderazgo estadounidense el Viejo Continente se encuentra preso en una burbuja de realidad virtual. El discurso políticamente correcto, la maraña institucional, el estado de bienestar han logrado confundir de tal modo al común de la gente que Europa avanza decididamente a la deriva sin que casi nadie parezca preocuparse. El día en que el servidor que mantiene el matrix "se caiga" y la dura realidad se haga evidente los europeos se llevarán una más que desagradable sorpresa.