El debate sobre el fracaso de las políticas de integración basadas en el multiculturalismo no es nuevo. El auge del partido de Le Pen en Francia, que llegó a una segunda vuelta de las presidenciales desplazando a los socialistas y acaparando votos tradicionalmente de izquierda, fue todo un aldabonazo. La carrera política de Sarkozy está unida a este debate desde que era ministro. Durante las últimas presidenciales el tema fue central y clave en la derrota de Royal. En Italia la Liga del Norte se ha ocupado extensa e intensamente de esta cuestión, siempre con posiciones muy críticas. En Alemania se mantuvo durante mucho tiempo un veto no reconocido a tratarlo, hasta que el político y economista socialdemócrata Thilo Sarrazin decidió escribir un libro para denunciar el fracaso del proceso de integración de las comunidades de origen no alemán así como los altos costes que ello viene suponiendo para el conjunto de los servicios del "estado de bienestar". Roto el veto y recogida en las encuestas de opinión la sintonía de la mayoría de la población con el político rebelde, el propio presidente de la República se sintió en la necesidad de reconocer públicamente dicho fracaso. En otros muchos países europeos han surgido formaciones políticas dirigidas a combatir las consecuencias del fracaso de la integración de las poblaciones musulmanes, con suerte desigual.
En este contexto el que David Cameron tratara el tema y reconociera que las experiencias seguidas en su país han dado resultados poco satisfactorios no tiene nada de sorprendente. El Reino Unido ensayó una política inmigratoria muy respetuosa con la libertad y las tradiciones culturales de los inmigrantes, una opción que podía haber sido muy enriquecedora de haber deseado la plena integración, pero que no lo ha sido tanto por la formación de bolsas de población, estados dentro del estado, que viven ajenas al marco legal común. El Reino Unido tiene un grave problema político, de seguridad y de identidad nacional. Tras los atentados de Nueva York, Madrid y Londres los estudios de opinión encargados por el Gobierno confirmaron los peores augurios, sorprendiendo hasta a los más pesimistas.
Sin embargo, el discurso de Cameron tiene unas características únicas que los distingue de los casos antes citados.
El problema está localizado y en adelante nuestros políticos tendrán serias dificultades para obviarlo. Veremos si somos capaces de adoptar una posición común, tal como indirectamente planteó Cameron. Yo no tengo duda de que el reto se escapa al marco nacional y que, como he repetido en varias ocasiones, va a ser una de las claves del debate político europeo durante las próximas décadas.