Muchas gracias por la acogida, espero no defraudar las expectativas. Me gustaría dedicar este segundo post a otro aspecto de la crisis egipcia: la reacción de europeos y norteamericanos a la imprevista evolución de los acontecimientos. Poco a poco se ha ido consolidando un discurso occidental, que no una política, ante dicha crisis. Norteamericanos y europeos estamos de acuerdo en que la población de aquel país demanda y merece vivir en democracia, que el régimen nasserita es una dictadura corrupta y que se debe dar paso a una transición desde las instituciones vigentes. Todo suena muy sensato, con la salvedad de que personalidades, partidos y gobiernos que defienden esta posición hace unos pocos años decían exactamente lo contrario. Estamos, pues, una vez más ante un ejercicio de incoherencia.
El Grupo de Estudios Estratégicos ha publicado varias columnas dedicadas a subrayar esta incoherencia ¿Por qué cuando George W. Bush planteó la necesidad de avanzar en la democratización del Gran Oriente Medio muchos le criticaron duramente y ahora esos mismos hacen suyos sus argumentos sin el más mínimo atisbo de reconocer derechos de autor?
Recordemos los puntos fundamentales. La Administración Bush rehízo la estrategia norteamericana tras los atentados del 11/9 concluyendo que Estados Unidos se encontraba en una "guerra larga" contra el Islam radical y que la mejor forma de combatirlo era restarle apoyos sociales: en la medida en que el musulmán de a pie percibiera que el régimen político en el que vivía era una garantía de prosperidad se mantendría en posiciones moderadas. Si, por el contrario, el régimen se convertía a sus ojos en un obstáculo para sí mismo o para sus descendientes, entonces estaría en condiciones de apoyar opciones radicales. Al mismo tiempo, cualquier modelo de modernización debería atenerse a los valores tradiciones de esa cultura o ese país, para no provocar crisis de identidad de consecuencias imprevisibles. La Administración norteamericana reconoció que la mayor parte de los estados musulmanes catalogados como "moderados", es decir que no eran radicales, suponían, por su letal combinación de dictadura + corrupción + incompetencia, un obstáculo para la modernización y, consiguientemente, aliados involuntarios de los islamistas a los que combatían.
La estrategia para la trasformación del Gran Oriente Medio no planteaba convocar elecciones aquí o allá, como se dio a entender con ánimo de ridiculizar la iniciativa. Bien al contrario, presentaba una política en el largo plazo que vinculaba ayudas internacionales a avances concretos en los terrenos de educación, sanidad, igualdad de la mujer, áreas de libre comercio, lucha contra la corrupción y representatividad en las instituciones políticas. Se había detectado el problema y se planteaba una estrategia coherente en el largo plazo.
En aquellos días las críticas vinieron desde dos frentes antagónicos. Los realistas argumentaron que la democracia era totalmente ajena a la tradición islámica, que resultaría una pérdida de tiempo intentarlo y que no había otra opción que entenderse con los dictadores de turno. ¿Había tradición democrática en Japón, en Turquía o en India? Voluntaria o involuntariamente estos países se adentraron en la senda de la convivencia y hoy son modelos a seguir. Entenderse con los dictadores tiene dos graves inconvenientes. Uno ya lo hemos citado, con su corrupción e incompetencia empujan a la gente de a pié hacia el radicalismo. El otro es de sentido común y de gravísimas consecuencias diplomáticas: asocia Occidente con la corrupción y el subdesarrollo ¿Cómo queremos que sigan el camino del respeto a los derechos humanos, de la convivencia y el bienestar si apoyamos sistemáticamente a sus enemigos?
Los buenistas, con Rodríguez Zapatero a la cabeza, criticaron desde posiciones morales el "fundamentalismo democrático", porque para Felipe González y Juan Luis Cebrían defender la expansión de la democracia es un ejercicio de fundamentalismo. Nosotros no somos quién para decir a otros países cómo deben gobernarse; cada cultura tiene sus propios valores y los nuestros no tienen porqué ser los mejores; dado el papel jugado en el pasado por los estados occidentales en esta región no debemos ir más allá de ayudar al desarrollo enviando dinero a los respectivos gobiernos sin preguntar demasiado por su uso. El discurso buenista ha sido alentado por la Liga Árabe y por formaciones políticas liberticidas, convencidas de que tanto el nacionalismo árabe como el islamismo son buenos compañeros de viaje en la lucha contra la democracia.
A medio camino entre los realistas y los buenistas se encontraría el famoso discurso del presidente norteamericano Obama en El Cairo, sin duda uno de los textos más estúpidos jamás leídos por un alto dignatario de ese país fuera de sus fronteras, un formidable ejemplo de incultura e insensatez. Las muchas contradicciones en las que cae ayudan a entender porqué habiendo abandonado formalmente los principios de la estrategia aprobada en los días de Bush la presente Administración no ha sido capaz de ofrecer una alternativa.
Con Obama a la cabeza tanto Estados Unidos como Europa dan tumbos en su política árabe, sin un plan ni una guía que seguir. Las viejas recetas ya no sirven y se encuentran en la incómoda posición de aparecer al lado de los dictadores y en contra de la población que demanda democracia. Algo semejante pasó tiempo ha en América Latina hasta que llegó Ronald Reagan e impuso un compromiso de la diplomacia norteamericana con la promoción de la democracia en la región. El hombre clave en aquel momento fue Elliot Abrams, el mismo a quien George W. Bush encargo el diseño de su estrategia para la trasformación del Gran Oriente Medio, la política que entonces se despreció y a la que ahora se vuelve parcialmente y sin convicción, forzados por la realidad.
Esto no ha hecho más que empezar y más vale que nos vayamos haciendo a la idea. De forma irresponsable hemos alimentado un leviatán en el norte de África y ahora nos toca enfrentarnos a sus consecuencias. El legado Bush sigue siendo la mejor receta para actuar de forma inteligente y eficaz ante la desestabilización del Mundo Árabe.