Si Mahoma no va a la montaña los políticamente correctos tendrán que ajustar su discurso a unos hechos que día a día se imponen. El primer paso ha sido poner en valor el auge islamista. Es verdad que la revuelta no era tan democrática, reconocen ahora, pero eso al fin y al cabo es positivo porque obligará a los islamistas a gobernar con unas instituciones democráticas, reconduciéndolos hacia la moderación y el parlamentarismo ¿De nota, verdad? Ahora que han conseguido el poder después de décadas sufriendo una persecución atroz, soportando el paso por la cárcel y la tortura, es cuando van a ver la luz de la democracia liberal. ¿No será más probable que apliquen el programa que llevan años elaborando y que tiene en la instauración progresiva de la ley coránica su eje vertebral?
La grey progre ingiere su dosis diaria de corrección política con su pastueña renuncia al pensamiento crítico, al uso de la inteligencia y a la dignidad. Que la invasión de Libia está bien pero que hacer lo mismo en Siria está mal, pues naturalmente. Que antes Gaddafi era un amigo y que ahora resulta que es un genocida, pues claro. Que al-Asad era "parte de la solución" y ahora parte del problema, pues que le vamos a hacer. Una sociedad puede desconectar sus cerebros en un ejercicio de libertad, pero al final tendrá que pagar el precio de su irresponsabilidad y de su cobardía.
El Mundo Árabe no está al otro lado del charco sino allí donde hay árabes. Si los islamistas se hacen con los réditos de la revuelta, al tiempo que la OTAN pierde la guerra en Afganistán y Francia y el Reino Unido hacen el ridículo en Libia, a nadie le podrá extrañar que ganen posiciones entre los musulmanes europeos, que son unos millones. El problema de su integración en nuestras sociedades es y sobre todo será unos de los problemas principales del debate político europeo en las próximas décadas. El sistema de partidos está haciendo agua por la pervivencia de un discurso que tiene poco que ver con la realidad. Soñar con que lo que ocurra en Egipto no nos va a afectar puede calmar nuestras ansiedades, pero a la postre la realidad volverá, con su impertinente tenacidad, a imponerse a nuestras decadentes ensoñaciones.