Después de cinco años de crisis política aún no resuelta y en medio de una pandemia que ha dejado ya más de 180.000 fallecidos —después de una actualización de las cifras esta misma semana—, el Perú elegirá este domingo a su nuevo presidente entre dos candidatos que recuerdan un pasado muy conflictivo.
Keiko Fujimori opta por tercera vez a la presidencia después de perder las elecciones de 2011 y 2016 contra Ollanta Humala, que encabezaba el nacionalismo, y Pedro Pablo Kuczynski, que representaba a un sector de la derecha peruana. Sin embargo, esta vez se enfrenta a una izquierda radical liderada por Pedro Castillo, una izquierda muy cercana al chavismo, al correísmo ecuatoriano, a Evo Morales y con congresistas electos con vínculos con el grupo terrorista Sendero Luminoso.
Uno de los grandes problemas de la líder de Fuerza Popular, cuyo padre Alberto Fujimori se mantiene en prisión, son sus altos índices de antivoto, relacionados a un enorme fragmento de la población peruana que ve en ella el pasado del régimen de su padre con la colaboración de Vladimiro Montesinos, relacionado con delitos de corrupción y contra los derechos humanos. Ella insiste que no debe heredar el pasado de su padre, aunque en estos últimos cinco años, su partido, con una bancada que gozó de mayoría absoluta, mantuvo un alto nivel de oposición y crispación que provocó la salida de dos presidentes, Kuczynski y Martín Vizcarra, este último involucrado con el vergonzoso "vacunagate" peruano.
Ahora, Fujimori ha logrado el gran apoyo del empresariado, de diversos sectores, de partidos de derecha, e incluso de uno de los grandes opositores del régimen de su padre y de su propio partido, Mario Vargas Llosa. En un acto celebrado este lunes en la ciudad de Arequipa, el Nobel peruano dijo a través de un mensaje desde Madrid que "Keiko Fujimori representa la libertad y el progreso, y Pedro Castillo, la dictadura y el atraso". Un giro de 180 grados respecto a lo apuntado en los últimos años sobre el fujimorismo. De hecho, en las elecciones de 2011 afirmó que elegir entre Keiko Fujimori y Ollanta Humala era "como optar por el cáncer o el sida".
Por el otro lado está Pedro Castillo. Este profesor de la región de Cajamarca ganó la primera vuelta el 11 de abril con apenas un 18,9%, frente a un 13,4% de Fujimori. Su gran fuerza se encuentra fuera de la capital, Lima, donde su opositora gana sin problemas. En estos días ha mostrado el enorme apoyo que recibe tanto en el norte, en el centro y en el sur del Perú.
Sin embargo, Castillo postula por un partido cuyo fundador es Vladimir Cerrón, exgobernador regional, que fue destituido y condenado por varios delitos de corrupción. Pero no sólo eso: en ese partido, según informó el diario El Comercio en su edición del pasado sábado, se cuentan casi 250 militantes relacionados con el Movimiento por la Amnistía y los Derechos Fundamentales (Movadef), el brazo político del grupo terrorista Sendero Luminoso. Este extremo no ha sido condenado de manera directa por Castillo. Tampoco rechaza con firmeza que uno de sus congresistas electos, Guillermo Bermejo, esté procesado por terrorismo.
Además, Castillo habla de estatizar recursos y cambiar contratos con grandes multinacionales. En el debate del pasado domingo, señaló que "el mercado no puede controlar al Estado, es el Estado el que tiene que controlar a la población y a los mercados". En otras palabras, propone que el Estado regule el mercado y sea "descentralizado, redistribuidor de riqueza y nacionalizador".
En el mismo debate, Keiko Fujimori prometió una serie de bonos para la población. Habló de una ayuda que llamó "Bono Oxígeno" de 10.000 soles (unos 2.134 euros) a cada familia que perdió a un pariente por el covid-19. Considerando que hay más de 180.000 fallecidos por la pandemia, la cifra rondaría los 1.800 millones de soles (unos 385 millones de euros), cantidad difícil de asumir en un contexto de crisis económica. En los últimos días ha pedido perdón por sus errores y no ha dejado de asegurar que su gobierno estaría compuesto por algunas personas ajenas a su partido.
El panorama en el Perú es de total incertidumbre. Muchos lo interpretan como un posible salto al vacío: volver al fujimorismo, con toda la carga que representan episodios de los 90 relacionados con la corrupción, u optar por un régimen a imagen y semejanza del chavismo que sólo ha dejado miseria y pobreza en Venezuela, lo que ha provocado el éxodo de unos 5 millones de venezolanos a diferentes países de la región, entre ellos Perú.