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Crónica desde Cuba: ¿Castristas en España? ¡Que los manden para acá!

Ay, si Carla se las viera con los revolucionarios por cuenta ajena...

Ay, si Carla se las viera con los revolucionarios por cuenta ajena...
Una escuela de Primaria en el Vedado, La Habana | José María Albert de Paco y María Espada

El valenciano de cincuenta y tantos que tenemos en la mesa contigua, en un paladar de Línea junto a Presidentes, no ceja en su empeño de que le sirvan una cerveza. "Pero a ti qué te cuesta", le dice a la camarera. Incluso la mulata de veintitantos que le acompaña parece incómoda ante su insistencia, que incluye humoradas del tipo: "¿Y un riojita?", a las que sigue su propio, denigrante carcajeo. Enfrente, en el restaurante Decamerón, no se ve un alma. Un grupo de americanos se asoma a la verja que separa la terraza del paladar de la acera, atraídos por una tele que ofrece imágenes de la NBA. El hecho de que den baloncesto en lugar de discursos históricos de Fidel (¡cuál no lo fue!) les ha hecho pensar (¡benditos!) que aquí no rige la ley seca. La decepción, de tan amarga, resulta hilarante.

Quien no se rinde es nuestro valenciano: "¿Y si la escondo en la mochila y le voy dando traguitos? ¿Qué te cuesta?". Durante el día, nos hemos cruzado con grupos de turistas marchando como en procesión; cruzando, en algún caso, miradas suplicantes, perentorias, con los lugareños: son las que distinguen, en cualquier lugar del mundo, a quienes andan buscando su dosis, no importa de qué. Que sepamos, sólo en los llamados hoteles de pulsera de Varadero, Trinidad y otras localidades hiperturísticas se puede tomar alcohol. Siempre, claro está, que lleves pulsera. En La Habana, en cambio, el cerrojazo es absoluto. De ello se ocupan, además de la conciencia revolucionaria de la población, los miles de policías que hay distribuidos por las áreas más bulliciosas de una ciudad que es el culmen del bullicio. O lo que es lo mismo: en cada esquina, al menos un joven uniformado anda al acecho, con gesto sumarísimo, del menor conato de júbilo. Ello no impide a los Smith de la televisión nacional achacar "el vacío, casi desolación, de algunas calles de La Habana a la profunda pena de los habaneros por la muerte del Comandante". Por lo demás, la retórica cuántica prosigue su curso:

Fidel ha muerto sin morir, porque vive en nuestros corazones. Es decir, ha muerto, pero sólo, y que esto quede bien claro, en un sentido físico.

Capital mundial del chisme, éste es el ranking matutino: 1) Fidel llevaba muerto ya unos días pero lo anunciaron el viernes para que su muerte coincidiera con la partida del Granma de México a Cuba. 2) Fidel llevaba muerto ya unos días, pero retrasaron el anuncio para que les diera tiempo a organizar las exequias.Y nuestro favorito: 3) Fidel no ha muerto; todo esto lo ha montado él mismo para ver si los cubanos lo queríamos de verdad.

De vez en cuando, entre el toda-La-Habana-comenta se cuela una noticia, digamos, veraz. La que hoy echa candela por el Malecón es la trifulca entre castristas y anticastristas frente a la embajada cubana en Madrid, que la tele ha difundido sin escatimar detalle, presentándola como un ejemplo de internacionalismo. Carla, la chica de la limpieza de nuestra anfitriona en La Habana, abrocha la crónica: "A todos esos castristas que tienen ustedes en España, ¿por qué no los envían para aquí a vivir como nosotros?". Otro internacionalismo, éste sí, inapelable.

Una de nuestras últimas estaciones es el Habana Libre, joya hotelera del castrismo, y en cuyos bares, según nos dice una conocida, sí que sirven mojitos. Así es, en efecto. La prensa internacional, con sus cámaras, sus credenciales y su prosopopeya, se ha hecho fuerte en el hall, y corren los mojitos, los daiquiris y la cerveza. Pido dos mojitos: "Estamos de duelo, señor, y los mojitos sólo son para los clientes. ¿Son ustedes clientes?".

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